PASIÓN GAY
José Luis Plaza Chillón: Arte y sida en Nueva York. La pasión gay de Delmas Howe, con prólogo de Dioniosio Cañas, Biblioteca Nueva, Madrid 2017.
Aquel verano lo pasé en una granja alemana, en un rincón apartado cerca del Rhin. En el avión de vuelta tomé la prensa y me fui poniendo al día. Me encontré con la increíble noticia, para nosotros los filósofos, de que Foucault había muerto. ¡Con 57 años! ¿Qué le había pasado? El periódico alemán decía escuetamente: Blutvergiftung, o sea, envenenamiento de la sangre.[1] ¿Cómo? ¿Qué quería decir con ese término tan categórico y a la vez pudibundo, honorable? Ese mismo año[2], nuestro profesor Navarro Cordón había dedicado un curso muy interesante a La arqueología del saber en la Autónoma de Madrid, que fue el inicio para muchos de nosotros en la lectura de Foucault, una experiencia inolvidable. Al cabo del tiempo nos quedó claro que Foucault había muerto de SIDA, que empezó escribiéndose con mayúsculas.
Pocos años después, me encontré por última vez al profesor de religión del instituto de secundaria donde trabajaba. Nunca supe muy bien si se retiraba o lo retiraban, pero lo cierto es que tenía sida y habían extendido sobre él una espesísima capa de silencio, favorecida por su propia vergüenza. Nadie decía nada, ni siquiera sabía yo si los alumnos lo sabían, los compañeros no comentaban esas cosas, el silencio era total. Fue en la planta baja, débilmente iluminada a esas horas de la mañana, cuando me extendió la mano para despedirse. Él ya había dicho que tenía la enfermedad. Yo había leído que el sida sólo se contagiaba por intercambio de fluidos corporales, sangre y semen ante todo, etc., y que de ninguna manera resultaba contagioso por simple contacto. Le di la mano sin dudar, a la vez que pensaba varias cosas como “mira que si me contagio por hacer esto”, o “eres imbécil por pensar así”. Pero eran solo pensamientos. La mano se la di, se la estreché calurosamente, porque sabía además que lo necesitaba, aquello era una despedida, yo no podía hacer nada, salvo extenderle la mano, apoyarle mínimamente con ese pequeño gesto que me hubiera gustado que comunicara mucho más de lo que normalmente expresaba. Esa mano, esa misma mano, es la que me he encontrado en la portada del libro, multiplicada por cuatro, veintiseis años después. Es la parte central de un cuadro de Delmas Howe, pintor de un vía crucis singular que José Luis Plaza desgrana con ímpetu a lo largo de más de trescientas páginas.
El autor sigue el rastro de los motivos homosexuales en el arte, especialmente en la pintura. Con un alarde de erudición apenas contenida, nos explica su origen, su difusión, sus plasmaciones artísticas y sus influencias posteriores. No podía haber mejor introducción a los cuadros de Howe. Tampoco pierde de vista, en ningún momento, el contexto histórico y social. El lector conocerá los entresijos de la vida en el Lower West Side de Nueva York, los artistas que surgieron en ese ambiente y los movimientos que, con motivo del sida, alcanzarán repercusión mundial. Se tiene muy en cuenta su influencia en España. A pesar de sus esfuerzos de contención para no hacer un libro de historia, maneja una bibliografía pasmosa sobre la homosexualidad, un auténtico primor de dedicación y entrega, especialmente en relación con nuestro país. Gracias a él nos enteramos de lo mucho y bueno que se ha escrito aquí sobre el tema, y que es tan poco conocido, pues a menudo se trata de editoriales muy pequeñas o de libros descatalogados. Solo por esto, del presente libro puede decirse que es un opus maius, una verdadera obra mayor.
La crítica artística, a menudo tan denostada, muestra aquí las virtudes que la justificarán siempre. Pues no es lo mismo asomarse al vía crucis de Delmas Howe sin presentación alguna, que hacerlo conforme nos lo explica el autor. No es lo mismo en absoluto. José Luis Plaza nos enseña a ver, a valorar, a tener en cuenta el pasado que se refleja en los lienzos de Howe, y enriquece nuestra mirada como no podíamos haberlo hecho sin su compañía constante al hilo de las imágenes. Para eso sirve un experto en arte, y para eso se estudia historia del arte en las universidades... y en los institutos.
* * *
En un primer momento, fue horrible. Pilló al movimiento gay con el paso cambiado. Si por los años setenta se caminaba con paso firme hacia la integración en la sociedad, la irrupción del sida provocó una reacción defensiva del resto de la gente. En cuanto nos enteramos de que afectaba sobre todo a los homosexuales, tardamos muy poco en recuperar el salvajismo atávico que hizo de ellos un grupo estigmatizado, como modernos leprosos, solo que con el agravante de la desviación sexual. “Castigo de Dios” fue una de las expresiones más brutales que pudieron oírse por entonces. Ellos organizaron su lucha, y parte de la gente comprendió su mensaje y compartió su indignación. Pasaron unos años angustiosos, hasta que se consiguió, si no una cura, sí un remedio. Y entonces la sociedad pasó página.
Hoy, con nuestras sociedades multiétnicas y pluriculturales, estamos mejor preparados para considerar el mundo homosexual como una cultura más, un universo aparte, específico, peculiar, con derecho a estar ahí siempre que no quiera imponerse al resto, lógicamente.
No es esta la posición del autor. Su libro es un alegato en contra de esta resignación tolerante que esconde el más profundo desinterés, fruto del desdén con el que se “acoge” el mundo homosexual. El extraordinario prólogo de Dionisio Cañas pone las cosas en su punto: no se trata de pedir asilo, de hacerse acoger, de ser amables con el público, de presentar una versión edulcorada apta para una serie televisiva familiar; se trata de describir el mundo homosexual tal como es, sin estereotipos. Es una autoafirmación que no pide permiso, que simplemente dice “esto somos, esto hacemos, así vivimos”. Cuando a continuación toma la palabra José Luis Plaza, los lineamientos del prólogo se desarrollan con mayor ambición aún. Porque lo que nos está diciendo y mostrando es que el mundo homosexual no es un mundo remoto, no ha nacido con vocación de secreto, no pide permiso para existir, ni lo necesita, sino que está entre nosotros, y cada vez lo estará más. Ni siquiera se trata de una autoafirmación orgullosa -el día del orgullo gay-, (porque no puede haber orgullo en lo que no se escoge), como si la condición homosexual fuera tan dura que requiriera de un chute de autoestima. Se trata de algo más radical: la conquista del espacio del discurso y de la cultura. Y para ello, una de las formas de lograrlo es acudir a las tradiciones culturales más importantes de nuestra sociedad y reinterpretarlas. De esta forma, el vía crucis de Cristo no sólo se transforma en el vía crucis de los homosexuales, sino que será este el que recoja su verdadera esencia. Solo aquel que es apaleado, perseguido y escarnecido públicamente, solo aquel a quien todos abandonan, de quien todos hacen burla, entiende algo de la pasión y muerte de Jesús. ¿Y quién mejor situado que el homosexual? Auténtico varón de dolores, azotado especialmente por el sida, sentirá el abandono general, la terrible soledad, y el más hiriente desprecio de algunos, empezando por la Iglesia.[3] Si bien es cierto que es mucho lo que separa la pasión de Cristo de la pintada por Delmas Howe, también hay estrechísimos lazos.
La pasión gay de Howe no conoce la experiencia de la redención, si entendemos por ella la resurrección. En esta historia gay el final no es feliz, como no lo es el de ningún ser humano. Sin embargo, ese abrazo de un vaquero al otro en Los dolientes, reproducido en la portada del libro, nos hace sentir y nos da la clave de la única redención pensable entre nosotros: la del apoyo incondicional, por encima del dolor y de la muerte. Es esta pasión gay de Delmas Howe la que nos lo hace sentir, y con ello comprendemos lo que es la dignidad humana. Los ojos del vaquero se clavan en los nuestros: imposible rehuir esa mirada, que nos atraviesa sin remedio. Su mano izquierda quisiera cubrir toda la espalda del amigo, y sostenerle. Su mano derecha desfallece sobre su hombro, indicando la fragilidad mutua y que ya no hay tiempo para nada más. Desde el dolor más hondo -el de la muerte segura del otro- lo humano funda un compromiso por encima de la pena y del tiempo. Esa fue la alianza de Yahveh, y aquí aparece Allah como el compasivo y el misericordioso, la aleya inicial del Corán. Con ello, la pasión gay de Delmas Howe se alza por encima de toda orientación sexual para, sin renunciar a ella en ningún momento, enseñarnos lo que es genuinamente humano.
No sólo se produce una apropiación de la tradición artística y religiosa de Occidente, sino que se rescata en su significado más profundo. La operación homosexual de conquista se salda con una ganancia neta para todos nosotros.
Lo que vino para quedarse (pero en realidad siempre estuvo ahí), aparecerá más y más hasta que quizá llegue un día en que dejará de haber “mundo homosexual” y “mundo heterosexual”. Se acabará entonces la tolerancia porque ya no tendrá objeto, porque resultará absurdo decir que somos tolerantes con nosotros mismos. Ese día quizá en que las manos del cowboy serán también nuestras manos.
Creo que este libro es fruto de un milagro que consiste en que el autor, que en la actualidad trabaja como profesor de enseñanza secundaria, ha tenido tiempo y energías suficientes para escribirlo. El reseñante, del mismo gremio, está asombrado, a la vez que profundamente agradecido. Y pide con humildad que se valore la labor de una generación de profesores que, a pesar de todos los obstáculos (en lugar de apoyo) de la Administración, han sido y son capaces de presentar obras como estas a la sociedad. Gracias a ellos nuestra época es menos indigna y apocalíptica de lo que muchos quisieran o temieran.
EL AUTOR
José Luis Plaza Chillón es Licenciado en Geografía e Historia (1988) y doctor en Historia del Arte (1996) por la Universidad de Granada. Es un reputado especialista en Federico García Lorca, sobre quien ha escrito numerosos artículos y libros. En su perfil intelectual, una de las cosas que más le caracteriza es su interés por los aspectos menos tratados de la cultura de vanguardia española, como los dibujos de Lorca, o la escenografía teatral y el figurinismo, que ha estudiado con profundidad y originalidad.
Ha impartido cursos en universidades como Santa Catarina (Florianópolis, Brasil), Universidad Internacional de Andalucía o los Cursos Internacionales de Verano de la Complutense de Madrid, además de numerosas conferencias, destacando su intervención en el Instituto Cervantes de Nueva York (2006). Ha sido profesor invitado en el Programa SIT (School for International Training) de Vermont, Estados Unidos. Ha sido ponente en más de una treintena de congresos nacionales e internacionales. Ha sido profesor invitado en másteres de la Universidad de Granada, Málaga y Cádiz, y en la Cátedra de Diseño y Moda “Elio Berhanyer” de la Universidad de Córdoba. Ha comisariado exposiciones, además de ejercer la crítica de arte. Ha sido miembro de la junta directiva del Comité Español de Historia del Arte (CEHA) entre 2006 y 2010.
SU OBRA
Una lista no exhaustiva de sus libros, artículos y colaboraciones puede consultarse en la página de Dialnet de la Universidad de La Rioja (https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1000364).
De entre sus libros destacamos especialmente dos:
Escenografía y artes plásticas: el teatro de Federico García lorca y su puesta en escena (1920-1935), Caja General de Ahorros de Granada, 1998.
Clasicismo y vanguardia en "La Barraca" de F. García Lorca. 1932-1937, Comares, Granada 2002.
Un artículo reciente relacionado con la temática del libro reseñado y que no figura en la lista de Dialnet es:
La representación indeseable del cuerpo: sobre fotografía y sida (Revista “Discurso visual” enero-junio 2016, online en http://www.discursovisual.net/dvweb37/TT_plaza.html).
Luis Fernández-Castañeda
[1] Lo juro. Es el típico lenguaje alemán excesivamente diplomático, que no quiere hacer daño, y lo consigue empleando términos lo más abstractos posible. Blutvergiftung corresponde a “septicemia”, pero desde luego no suena igual. No recuerdo qué periódico era, pero sin duda de gran tirada. En su descargo hay que decir que por aquella época -1984- aún no se tenía claro qué era eso del sida, y carecíamos de nada conocido con lo que compararlo -excepto quizá la peste y el cólera en su primera época-.
[2] No es del todo exacto, pero por poco.
[3] Mi maestro José Luis Lozano, “Chano”, sacerdote de los Sagrados Corazones, gran especialista en la Biblia -que sabía leer y practicar como nunca he vuelto a ver- pasó sus últimos años cuidando a enfermos de sida. Desde luego, no fue un caso único en la Iglesia.