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LA FILOSOFÍA VIVIDA: TEXTOS DE MANUEL ROJO PÉREZ (II)


 

Aquellos que son imprescindibles mirarán este artículo de reojo, pero no lo leerán porque no pueden perder el tiempo teniendo muchas importantes cosas por hacer. A mí me dan pena pero ellos viven su mundo, que es lo único importante que existe.



 

LOS IMPRESCINDIBLES



 

Amigo Hermann:

Ayer estuve en el gabinete de trabajo de un conocido.

Charlamos un rato sobre sus actividades y también sobre algunos asuntos particulares. Pude comprobar que el trabajo que desarrolla no es de su máximo interés, pero no obstante es el centro de su vida y lo absorbe por completo.

Es asombroso que personas como él lleven el interés por su actividad hasta extremos increíbles, a pesar de no ser un tema de arte, de investigación, o de algo de lo que suele apasionar.

Como ya te he dicho en otras ocasiones, considero que el trabajo es un medio de vida y no la vida. Aquellos que desarrollan una labor vocacional pueden sentirse hasta emocionados con su actividad; solo a ellos les debemos admitir que se olviden de muchas cosas, pero los demás debemos limitar nuestro entusiasmo y cumplir lo que se dice honradamente con esa labor que nos permite vivir sin problemas.

Sin embargo es asombroso el interés y el significado que tiene para algunos su trabajo, como si fuera lo más grande que hay en el mundo. Esto es más destacado aún en ciertos puestos de “categoría”. En esto, como en todo, es la vanidad lo que más satisface. Algunos desarrollan tanta actividad que los días les resultan cortos. Sus continuos desplazamientos (que no es lo mismo que viajes) casi no les permiten darse cuenta del entorno ni de su vida particular. Unas vacaciones es para ellos poco más que un “contratiempo” en su labor, hasta el extremo de que suelen enviar su familia a la playa para continuar solos en la brecha. Todo lo que está fuera de su trabajo es secundario. Delegan en sus secretarias los acuerdos de comidas o reuniones y se enteran por su “agenda” de lo que tienen que hacer cada día. A veces se encuentran, casi sin distinción, asuntos particulares mezclados dentro de su programa. Durante una comida “de trabajo” piensan que tienen que ver a un amigo y cuando están con el amigo se acuerdan de su trabajo

Hoy día, con el uso del teléfono móvil, se han esclavizado más aún; los llevan a todas partes y de esa forma están “localizados” siempre. Ya no hay rincones íntimos y menos aún tranquilos. Están en contacto continuo con todos, excepto consigo mismo. Si tienen un problema particular o de salud, la secretaria les buscará “un hueco” en la agenda para que puedan resolver aquel asunto fastidioso. Sobre este conocido mío, su secretaria me dijo un día de broma: “Este desgraciado tiene que concertar las citas hasta con su esposa”.

Pero ellos se sienten muy importantes; se consideran imprescindibles. Recuerdo una frase que encajaba perfectamente para este tipo de personas. Decía:

Los cementerios están llenos de individuos que eran imprescindibles”.

Ellos dicen a veces casi con orgullo: no tengo tiempo para nada. Si hablan contigo te suelen decir: cuéntame lo que sea rápido porque tengo prisa. Te sientes violento con ellos; incluso humillado, porque parece que no eres nadie comparado con sus fantásticos problemas. Mientras le cuentas el tema que creías de su interés, miran su agenda y continúan tomando notas; sientes ganas de abandonar su “deslumbrante compañía” y marcharte a buscar a otros más modestos pero que te concedan el honor de escucharte con atención, y quién sabe si hasta con cariño.

He llegado a pensar que no tienen como meta ganar dinero o cumplir una misión en la sociedad, creo que ni siquiera piensan en objetivos que les compensen de su entrega. Ya solo son esclavos de una organización y tienen que responder a sus exigencias. ¿Se puede llamar a esto vivir?

Este tipo de personas pueden llegar a tener propiedades que no disfrutan, pueden tener una cuenta bancaria que les permitiría sentirse tranquilos y podrían gozar de un tiempo libre que les haría felices; pero nada de esto tiene significado para ellos. Siempre van persiguiendo algo o son perseguidos por algo o por alguien.

Parece como si todo lo que existe de bello e interesante en la vida hubiera pasado a segundo término para ellos. Contemplar un paisaje o abandonarse ante cualquier cosa que permita un rato de recreo es para ellos tiempo perdido. El tiempo que ellos pierden en sus “apasionantes negocios” no cuenta para nada. Ese tiempo que es irrecuperable para todo ser viviente y que es lo único que podemos considerar como nuestro lo derrochan o lo tiran de una manera lamentable. La oficina es su hogar y las reuniones o las comidas de trabajo, su mundo. Comer con unos amigos charlando con despreocupación no les interesa, es salirse de lo normal. Viven al margen de la vida, se preocupan poco de esa lectura que tanto gratifica a veces, no saben perderse dentro de una obra musical olvidándose de todo lo material, ni pasear sin prisa, ni disfrutar de una conversación amena; todo esto son cosas que no figuran “en su agenda” porque esto no es negocio, porque no deja dinero.

Son seres a los que compadezco porque a pesar de que ellos se consideren tan importantes, son unos desgraciados que solo se darán cuenta de la verdadera importancia del tiempo cuando sea tarde. Su dinero no es suyo porque no lo disfrutan. Son seres insensibles a la belleza y a la vida que pasa; y esta pasa a veces tan aprisa que es difícil detener ese momento que quisiéramos hacer eterno ¿Se habrá deformado su mente?

En el tiempo que me ha tocado vivir, creo que este mal se ha agigantado. Aunque ignoro si en los tuyos también existían personas tan importantes que no eran capaces de sentir la vida. ¡Qué pena! Parece que ignoran que la vida no se repite; creen que esto solo es un ensayo.


 

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Si no te pego es porque no puedo. Esa es la base de los acuerdos de paz. Aceptaré otras razones que me den los otros; si yo no encuentro ninguna otra es porque soy muy torpe o bien porque soy más débil.

 

LAS RAZONES DE LA VIOLENCIA

 

Amigo Hermann:

Estoy conforme con que las razones, o más bien una de las razones de la violencia, es el instinto de la supervivencia llevado a cualquier actividad. Luchamos por el espacio, por los alimentos, o simplemente porque nos gusta lo que tiene nuestro prójimo; sea lo que sea. Desde luego no se puede olvidar la lucha por la hembra; esto está por encima de todo hasta tal extremo de llegar a la lucha a muerte, y ocurre en casi todas las especies de animales.

He leído más de un libro en el que se trata este tema y cada uno lo enfoca desde distintos puntos de vista, pero este problema, que no ha sido eliminado, parece que nunca tendrá término por muchas organizaciones mundiales que se creen con la intención de eliminar la violencia. El más poderoso se apoderará de lo que le convenga mientras sus fuerzas físicas se lo permitan. Estas fuerzas no son hoy las de la lucha física; ahora se trata de la ciencia aplicada al arte de matar. Se pueden encubrir con las palabras que se quieran las invasiones de un país por otro o la reclamación de la “soberanía” de algunas regiones del globo. Eso que se denomina nacionalismo y que tantos crímenes han producido en nombre de las diferencias de “razas” o credos, han perpetuado los crímenes unas veces en nombre de la “pureza” de la sangre o de la superioridad de un dios sobre otro. Es triste que se hayan cometido tantos crímenes en nombre de dios, sobre todo cuando a ese dios se le atribuyen infinita bondad, poder y sabiduría ¡qué contradicción! No recuerdo si te he repetido en otra ocasión una frase que define esto perfectamente. Si lo he hecho no me preocupa porque sé que me lo disculpas, los viejos nos volvemos pesados en las repeticiones. La frase dice:

Se han cometido más crímenes en nombre de dios que del diablo: dios está disgustado; el diablo también”.

¿Hasta cuándo no llegará la sabiduría de dios a los hombres para saber buscar otra solución al problema de la supervivencia o de las relaciones con la hembra? Parece ser que nadie se entera; o digamos que no nos enteramos. ¿Cuándo se enterarán algunos imbéciles o algunos asesinos que pregonar la pureza de su raza no es la solución a algunos problemas? Aparte de que ignoro en qué consisten esas purezas. Los que luchan por ellas tampoco lo conocen.

El mundo se nos está quedando pequeño y la especie humana crece a un ritmo cada vez más preocupante. La Iglesia aún no se ha dado cuenta de que el control de la natalidad es necesario y algunos desquiciados no comprenden que si no hay alimentos para todos, todos tendremos problemas, por muy “pura” que sea su raza y por muy superiores que ellos se crean. Lo crímenes, del tipo que sean, son tan absurdos como irracionales, ya sean en beneficio de su raza o de su dios.

Amigo Hermann: yo creo que el ser humano no llega a la madurez hasta muy avanzada edad y entonces no le sirve para nada porque generalmente ha perdido poder para matar en nombre de sus ideas. Algunos no llegan nunca a la madurez y se mantienen en lucha contra los otros hasta el final de su vida. Medio mundo se pelea contra el otro medio y las luchas se realizan a todos los niveles. Países contra países, regiones contra regiones, pueblos contra pueblos, vecinos contra vecinos y hasta dentro de la familia, hijos contra padres. Y matrimonios que se deshacen por la ceguera de cualquiera de los dos, cuando no de los dos. ¿Ni el amor puede superar a la violencia? Siempre oí decir que el amor superaba todas las barreras, pero algunas barreras deben de ser muy fuertes. O es que no existe el amor.

La violencia es la cumbre de todo, está por encima de todo. No hay que buscar las raíces de la violencia; hay que comenzar por las raíces de nuestro egoísmo o nuestra ceguera: primero yo, después yo, y al final también yo. Eso es todo.

Los que no podemos hacer mucho, aunque siempre se puede hacer algo en nuestro limitado mundo, nos preguntamos por qué, pero cuando observamos que el prójimo que nos ha tocado soportar no cede y a nosotros nos “fastidia” también tener que perder, comprendemos que la razón está en decir: ¿por qué tengo que ser yo?

Las religiones predican unos principios maravillosos, pero las aplicaciones de esos principios son nefastas: nunca sirven para nada. Ni siquiera los que las predican las cumplen. Cuando llega la necesidad o la vanidad se olvidan, o nos olvidamos, de lo que significan esos credos. El sexo, el poder o el dinero, superan a todos los dioses. El que diga lo contrario puede que sea un hipócrita o un santo, pero me inclino más por lo primero porque abundan más. Además que cada día desconfío más de los santos.

Los menos violentos son aquellos que no pueden ser violentos, por lo tanto lo mejor sería proporcionar a la mayoría una formación suficiente y unos medios suficientes para calmar sus necesidades y después esperar lo que dios quiera, confiando que ese dios en el que confiamos sea al menos razonable, ya que no infinitamente sabio y bueno, porque no vemos muchas huellas de esa bondad en el vivir de cada día. Lo de poderoso lo creemos, pero nada más.

Los que nos debatimos entre ciertas “razones” y ciertas necesidades, confiamos más en la formación del ser humano que en sus creencias, ya que en nombre de dios se ha matado ya bastante sin haber conseguido muchos “beneficios”. Si no que se lo digan a los que luchan por “su dios”, a pesar de pertenecer todos al mismo dios pero con distintas leyes. ¿Más absurdo?

Amigo Hermann: ¡Qué imbéciles somos! Siento generalizar, pero no hay otro camino en este tema.


 

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EL VIEJO Y SUS COMENTARIOS
 

Amigo Hermann:
 

De vez en cuando se escuchan o se leen frases interesantes. Es curioso lo que se puede decir con tan pocas palabras. Por ejemplo:

Los primeros cuarenta años de la vida nos dan el texto; los restantes, el comentario”.

Schopenhauer.
 

Para mí, las personas que emplean este género tan condensado demuestran un gran ingenio o sabiduría. Nietzsche decía que su ambición era decir en diez frases lo que los demás dicen en un libro entero, o incluso lo que los demás no dicen.

Me identifico con la frase de Schopenhauer porque ahora me doy cuenta de que me pasé bastante tiempo de mi vida casi sin darme cuenta de que lo que hacía era “el texto”, eso que se suele llamar la lucha diaria, o “echar días fuera” como decía un compañero mío de trabajo. Creo que a todos nos suele pasar lo mismo. Que preocupados por las necesidades o las ambiciones no apreciamos que empleamos mucho tiempo en ese texto y que no comenzamos a comentarlo hasta que vemos la inutilidad de algunas actuaciones.

Solemos cumplir con nuestra misión en la sociedad o en la familia de una manera rutinaria. Después, a medida que pasa el tiempo, actuamos menos e iniciamos un periodo de observación que para unos se inicia antes y para otros nunca. Al pasar esa edad, que podrían ser los cuarenta, como dice Schopenhauer, o bien aquellos años en los que cada uno tarde en “despertar”, vamos reduciendo la actividad y aumentando la observación. Creo que este “comentario a la vida” va creciendo a medida que pasan los años, mientras que se va reduciendo la actividad, pero siempre de una manera progresiva, casi imperceptible.

No quiere decir esto que no se den excepciones; hay quien llega a viejo siendo niño y quien se hace mayor antes de haber dejado de ser joven. La intensidad de acción o de meditación no está totalmente controlada por los años transcurridos, sino por los años vividos y analizados. Lo más frecuente es que se aprenda del vivir de cada día y que se saquen los mejores comentarios cuando ya han pasado bastantes años. Aprendemos de todo lo que ocurre en nuestro entorno y por poco observadores que seamos cada desengaño nos da una lección. No es preciso ser un gran filósofo, simplemente basta con retener los hechos y ver sus consecuencias. Si una persona traiciona su palabra una y otra vez, hace falta ser muy inocente para confiar en ella. Si alguien que pasa por amigo, llegado un momento nos demuestra con hechos lo que dicen sus palabras, se puede deducir que es precisamente amistad lo que lo une a nosotros. En general y en todos los aspectos, siempre iremos acumulando eso que se llama sabiduría y aumentando la capacidad de observación y la cantidad de comentarios que nos inspirará todo lo que ocurre alrededor.

Los comentarios más sabrosos suelen provenir de los viejos; son muchas las repeticiones que han observado y las conclusiones que sacan tienen que ser para ellos cómicas. A veces nos tropezamos con viejos irónicos que, si tienen ingenio, sabrán mostrar con gracia las tonterías que todos cometemos con nuestra inexperiencia. No cabe duda de que la experiencia se puede ganar antes de la vejez, pero con los años es casi obligatorio; hasta un burro aprende su camino después de muchas repeticiones, ¿por qué no nosotros?

Tiene que ser muy interesante convertirse en espectador de la vida de los demás y sentir al mismo tiempo la propia. Es como ver una obra de teatro y comprender el papel de cada uno de los actores y su intención; un papel que no es su propia vida, sino la que le ha asignado su autor (a todos nos “asignan” un papel en la sociedad, que marca con bastante fuerza lo que llegamos a ser). ¡Cuántas repeticiones en todas las vidas! ¿Cuándo aprendemos a separar la realidad de la ficción? Todos tenemos nuestro papel y pocos saben salirse de él para observar. A todos nos gustaría representar el papel del primer actor, pero no todos lo somos, y si lo “fingimos mal” apareceremos ridículos. Los que quieran representar el papel de santos sin serlo, aparecerán como hipócritas; los “tartufos” abundan. Otros pasarán por inocentes y en su forma de actuar se verá que son unos pillos que van tendiendo trampas para que caigan los verdaderos inocentes. Y así sucesivamente pasarán por delante del espectador veterano todos los personajes de la vida real.

Y los comentarios serán cada vez más certeros; a veces no saldrán de su boca y se expresarán por medio de una sonrisa de desprecio o de pena. Y es que se ha visto ya mucho teatro a lo largo de la vida para conocer cuál es el papel de cada uno. Pero debe de ser triste y al mismo tiempo producir un gran desengaño el ver tanta falsedad y tanta tontería a veces encubierta por un aspecto pomposo.

Al final, a la vista de la imposibilidad de poner a cada cual en “su papel”, los comentarios irán casi siempre para adentro, para ese pozo profundo que es alma de cada uno que no termina nunca de llenarse de experiencias y comentarios.

La capacidad de soportar es enorme, pero cada día nos hacemos más escépticos, y los comentarios de la segunda parte de nuestra vida se encaminarán a ser precavidos al comprender que en el fondo hay razones para actuar así; cada cual defiende su vida y lo hace de la forma que aprendió en la primera parte. Es posible que los comentarios últimos sean un silencio profundo, un mirar y callar.

Casi todos tendemos a escribir nuestra novela; una autobiografía o un ensayo, da igual; el título de todas nuestras obras podría ser: Comentarios de mi vida. O bien como lo hizo Ramón y Cajal: El mundo visto a los ochenta años. Y es que desde esa altura se puede ver el mundo con mucha sabiduría. En realidad no es necesario que esa obra la firme nadie. El nombre del autor podría ser: un viejo que ha terminado con el texto y se encuentra en los comentarios finales.

Lo malo de este tipo de obras es que suelen tener pocos lectores; a nadie le gusta escuchar el autobombo de los demás y menos que le vengan con sermones; estos últimos significan siempre limitaciones y a nadie le gusta que le limiten su libertad, aunque se equivoquen, aunque se estanquen en el texto de su obra sin llegar jamás a los comentarios.

La conclusión final es que la experiencia propia no sirve nada más que para nosotros; todos queremos vivir nuestro “texto” que es el más interesante y ya llegaremos a los comentarios cuando corresponda. Lo malo es que cuando lleguemos a tener experiencia suficiente para vivir, no tengamos vida suficiente para experimentar.

El libro de la experiencia, cuando ya está escrito, se lee en las actuaciones de los demás, nosotros ya hemos pasado.

Pero no hay duda amigo Hermann, que a través de las actuaciones de los otros vivimos muchas vidas. ¡Y hay que ver la cantidad de repeticiones!

 

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No somos inteligentes ni torpes; sólo somos seres más o menos inquietos que nos dedicamos a seguir el camino que abrieron los que llegaron más lejos. Aquellos a los que llamamos científicos. Lo que ellos aprendieron lo dejaron reflejados en esas cosas a las que lamamos libros. Hay millones de ellos. Son tesoros que tenemos que descubrir nosotros. No nos los van a dar porque sí.

 

MUNDO CULTURAL Y BIOLÓGICO
 

Amigo Hermann:
 

Los últimos libros que he leído me han hecho pensar acerca de nuestra riqueza biológica y cultural. Sin darnos cuenta casi, nos encontramos con una serie de conocimientos que no somos capaces de apreciar en su totalidad porque forman parte de nuestra naturaleza. Sólo los percibimos en algunas ocasiones, y con bastante frecuencia no totalmente. Nuestros sentidos nos guían y nos dan la pauta a seguir en muchas circunstancias.

Las actividades fisiológicas actúan de acuerdo con las instrucciones de nuestro cerebro sin que medie para nada nuestra voluntad. En otras ocasiones actuamos de acuerdo con la herencia cultural, que pesa más de lo que creemos. Muy pocas veces hacemos trabajar nuestro cerebro para tomar decisiones libres, y aunque creamos que somos dueños de todas nuestras actuaciones, no es así. Algunos casi no utilizan su riqueza heredada; son aquellos que están inmersos en un ambiente social o familiar que los obliga a tomar un camino u otro obligatoriamente sin muchas posibilidades de corregir por cuenta propia. Muchos están sujetos a acciones rutinarias que los anulan completamente.

La suma de las herencias (cultural y biológica) deberían permitirnos desarrollar una vida más o menos intensa y con una gran riqueza de actividades. Pero todo dependerá del grado presiones que pesen sobre cada uno. Algunos podrán tomar los “materiales” a su disposición conscientes de lo que hacen, pero otros tal vez no capten el grado de esclavitud a que lo someten sus circunstancias. ¿Es nuestra imaginación un campo libre y consciente o está más “dominada” de lo que creemos?

Es posible que estemos sacando de nuestra “buhardilla” todos los juguetes que se acumularon a lo largo de nuestro despertar a la vida y de la influencia de todo nuestro entorno (familia, amistades, profesores) y de ellos seleccionemos lo que nos resulte más agradable o conveniente. Es algo similar a lo que haría un autor para formar una novela con los personajes de su imaginación. El ser humano es un animal social por necesidad, pero su imaginación, cuando es libre de verdad, no es sociable, tiende a dejarse llevar por la fantasía que parte de su mundo particular, ese mundo que está dentro de cada uno. Entonces se hace independiente hasta cierto punto.

Creo que los viajes de Ulises o las fantasías de D. Quijote son el resultado de algunos que dieron rienda libre al caudal que existe dentro da cada uno, y que además de ello supieron describirlo de una forma genial. ¿Quién no ha soñado alguna que otra vez de esta forma aunque no haya sido capaz de expresarlo? Soñamos con viajes increíbles o con amores imposibles; la realidad siempre es más fea que nuestros sueños. ¿Pero de dónde sale todo?

Cuando se habla de cultura no sabemos dónde comenzó la nuestra ni las influencias que recibió. Cuando se habla de herencia genética no sabemos desde cuando pesan sobre nuestra especie todos esos hábitos que ejecutamos de una forma inconsciente. Todos escribimos, unos de una forma breve o pasajera, otros movidos por una “presión o necesidad” que no sabemos de dónde parte, ¿pero qué hay debajo de estos impulsos? Decimos que es el corazón, cuando en realidad todo parte del cerebro, que es el centro de donde parten todas las órdenes, conscientes o no, para nosotros. Todo nuestro ser es un “esclavo” de la mente y ésta lo es de las herencias. Las circunstancias “desvían” a veces lo que la mente manda, pero esto no es más que forzar la naturaleza. Siempre hay, por debajo de lo que hacemos, algo que nos dirige.

La historia del arte, o de la ciencia, las creencias y la filosofía; todo en una palabra salió de eso a lo que llamamos conocimientos, y los conocimientos brotaron de ese insondable almacén al que llamamos cerebro que se formó gradualmente al avanzar de la evolución. La célula trae ya escritos todos los mensajes que nosotros creemos que salen de nuestra voluntad. Yo escribo esto en este momento y no sé quién me lo dicta. ¿Son esos libros que he leído? ¿Son esas ideas que han llegado de mis circunstancias? ¿O es algo que yo no soy capaz de captar? Porque por encima de mi voluntad hay algo que yo no domino.

La biología nos habla del inmenso mundo que hay encerrado en la célula. Obedecemos ciegamente lo que nuestras células ordenan y nos creemos que actuamos totalmente de acuerdo con nuestra voluntad. Cuando ellas dicen que es el momento de acabar con la vida no comprendemos cómo ni por qué se cumple lo que ella dice “en contra o no de nuestra voluntad”. La imaginación, que creíamos que era nuestra, tampoco lo es. Se cuentan por millones los libros existentes en las bibliotecas de todo el mundo y por miles de millones lo que han soñado la mayoría acerca de la vida, aunque no llegaran a plasmarlo en una obra; todo salió de la acción inagotable de los muchos millones de células del cerebro. Los diarios íntimos de muchos y sus deseos o sus sueños salieron de la organización de esas células. Siempre mandan ellas.

Los enlaces que efectúan nuestras neuronas dan como resultado eso que llamamos pensamiento, y él nos llega de una forma inconsciente, ¿le he pedido yo que me dicte esto? El pensamiento llega y yo obedezco. ¿O esto es el resultado de lo que yo aprendí a hacer en mi ambiente? Pero si es así entonces hay que admitir que el cerebro se modifica para cada uno; entonces existe un “cerebro base” del que se obtienen todas las modificaciones particulares, con lo cual el cerebro es más prodigioso aún porque abarca todos los saberes, estén expresados o no. Tanto si los ignoramos como si llegamos a dominarlos.

Todos los artistas del mundo, así como todos los científicos, tienen a su disposición un inmenso almacén lleno de materiales a rebosar. Dentro de eso a lo que llamamos alma, está encerrada toda la historia de la especie, mejor dicho, de las especies. ¡Es una pena que no todos podamos abrir totalmente ese almacén! Dentro de él están todos los paraísos, todas las religiones, todas las ciencias, todo el arte. Hasta Dios, o los dioses, están dentro de él. Nuestros sentidos están muy limitados, pero la imaginación es tan grande como el universo porque también lo abarcamos con la mente.

Amigo Hermann: no sé en qué camino buscar, pero a veces pienso que no es necesario buscar fuera, sino dentro de mí para ver si encuentro un rincón de esos que nos regaló la evolución en el que pueda estar escondido algo que ella nos reserva para los momentos finales; eso que ahora busco con tanto ahínco. Siempre estoy tratando de ver si encuentro algo, pero no tengo el convencimiento de que vaya a descubrir nada, ni siquiera sé que es lo que puede ser eso. ¿Por qué está tan escondido lo que debería ser nuestro, si forma parte de nuestra naturaleza? Mejor dicho, lo que es nuestra naturaleza.

La ciencia parece ser el camino más seguro para avanzar, pero es muy lento y limitado. La imaginación es más rápida y no tiene límites, pero es muy incierta, no tiene más base que el deseo o las ilusiones. ¿A quién sigo amigo Hermann? Hoy no espero tu respuesta como en otras ocasiones; prefiero seguir soñando, porque eres capaz de anular mi sueño y mostrarme la realidad. A veces es preferible fantasear.
 

Hasta nuestra próxima charla.


 

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Mis pensamientos no van a revolucionar el mundo. De eso estoy seguro. Pero por pequeñas que sean mis ideas siempre siento el deseo de comunicarlas. Me conformo con que alguien las capte y las transmita a otros que hagan lo mismo. A veces es como lanzar un anzuelo sin cebo o como lanzar una botella en medio del Océano Pacífico estando yo nadando sin esperanza alguna.

 

NUESTRA EVOLUCIÓN
 

Acabo de darme un paseo por la playa.

Es una mañana de otoño y la playa estaba solitaria. A lo largo de la orilla había una gran cantidad de medusas muertas. Esto me hizo recordar algunos documentales acerca del origen de la vida y de su evolución. Pensé que de la misma forma saldrían y fracasarían las primeras formas de vida del mar a la tierra. Poco a poco, a lo largo de enormes plazos de tiempo, sobrevivieron algunos después de algunas mutaciones hasta adaptarse. Así es como nos lo describen los entendidos en estos temas. Pero, aparte de estos cambios físicos, nos deben de asombrar mucho más los progresos de la mente, los avances del pensamiento desde el comienzo hasta la actualidad. Cuesta trabajo aceptar que el ser humano haya pasado por fases de total animalidad. Pero como la evolución está admitida, los no expertos poco podemos decir en contra. Tampoco podemos pensar que el pensamiento surgió de pronto como por milagro. A no ser que admitamos los milagros. O sea que el pensamiento fue evolucionando desde cero hasta hoy. ¿Cómo empezó y hasta dónde llegará?

Llegados aquí nos preguntamos; ¿qué nociones fueron las primeras que se alcanzaron y cómo se fueron percibiendo las ideas? ¿Captaban ellos las cosas de una manera muy vaga hasta aclarar al cabo de “mucho tiempo” unos conceptos que heredaban los que les seguían? ¿Cuánto tiempo fue necesario para que esto tomara forma? Según nos dicen, la existencia del hombre como tal, parece remontarse como mucho a un par de millones de años, o quizás menos. Si nos remontamos a algunos miles de millones de años, nuestra vida estaba latente en otras especies de animales totalmente distintos a las formas actuales. Nuestro planeta se formó hace unos cuatro mil quinientos millones de años y las formas más simples de vida hace unos tres mil millones. Los animales más evolucionados serían puro instinto. La escala de subida desde lo más rudimentario de entonces hasta lo más avanzado de hoy, ¿cómo se realizó en el pensamiento? ¿Cuándo empezó el ser humano a plantearse las primeras dudas? ¿Cuándo inventó el concepto de alma y otras ideas? Se supone que los dioses los inventó antes, ya que al estar rodeados de peligros (los dioses malos), tendría que inventar los buenos que los protegieran de todo lo desconocido.

¿Cómo evolucionó el instinto hasta convertirse en pensamiento? ¿Todas las ideas que tenemos son producto de perfeccionamientos infinitesimales que han ido eliminando errores poco a poco? Otro punto mucho más interesante aún, es pensar lo que podremos esperar en el futuro. Un futuro todo lo lejano que se quiera y se pueda imaginar dentro de las posibilidades de supervivencia de nuestro planeta.

¿Hasta dónde podrá llegar el desarrollo de la inteligencia? ¿Cuáles son los límites para la aclaración de muchas de las dudas que todos tenemos? ¿Se sonreirán los hombres del futuro de nuestra actual situación en todos los sentidos, o sobre algunos temas seguirán siendo tan ignorantes como nosotros?

Estando un poco al día de los avances de la astronomía, de la física nuclear, de la biología, de la informática, o de todas las ramas de la ciencia, cuesta trabajo pensar que hace solo algunos miles de años no se conociera nada de esto. Y partiendo de esta diferencia, hace falta mucha imaginación para elucubrar acerca de lo que será posible dentro de algunos millones de años, sobre todo pensando que el ritmo de crecimiento del conocimiento será cada vez más rápido. Pese a todo, cuesta trabajo pensar en que se puedan superar ciertas barreras. Hay algunos conceptos que nunca estarán al alcance de nadie. Lo infinito no puede caber dentro de lo finito. Pero dejando esto de lado (que es dejar mucho), resulta apasionante pensar en la diferencia entre el hombre más primitivo imaginable y el hombre del futuro más lejano que podamos concebir.

Si la vida puede llevarse a otros planetas en La Galaxia, y soñando mucho, que quizás sea demasiado, hasta fuera de ella, esto es inimaginable. Al menos resulta impensable hoy. Tal vez quizás la diferencia entre el instinto ciego de las medusas de la playa de hoy y nuestra inteligencia nos dé una idea de la escala en que se podrá medir la nuestra con la de un ser de dentro de algunos millones de años, suponiendo esto posible; nada parece imposible a escala del universo y del tiempo. Pero antes tenemos la obligación de salvar nuestro planeta, que es una cuestión que está en duda hoy, dada la insensatez de los que dirigen el mundo.

También cabe preguntar: ¿existirán planetas que nos lleven algunos miles de millones de años en su evolución? No parece muy insensato responder que sí. Si la vida se inició en otros lugares y no retrocedió nunca, no cabe duda de que en algún lugar tiene que existir un ser evolucionado hasta tal nivel, que nos pueda considerar a nosotros muy primitivos. Y también otros que estén comenzando su andadura.

Y ante las muchas dudas nos sentimos toscos, rudimentarios, primarios. ¿Cuáles son los límites de nuestra evolución? La vida de las estrellas, y por lo tanto de sus posibles planetas, se cuentan por miles de millones de años, y existen muchas estrellas más viejas que nuestro Sol. Nuestra Galaxia tiene, según nos dicen, unos doscientos mil millones de soles y existen miles de millones de galaxias, ¿cuántos planetas habrán pasado ya por delante de nuestros conocimientos?

H. Hesse decía:

¡Trazamos los límites nuestros con un margen tan estrecho!

Contabilizamos a favor de nuestra persona únicamente aquello que distinguimos como individual y reconocemos como excepcional.

Pero estamos formados por la constitución entera del mundo, y así como nuestro cuerpo lleva en sí las tablas genealógicas de la evolución desde el pez y aún antes, también nuestra alma contiene todo lo que haya podido existir alguna vez en almas humanas. Todos los dioses y demonios que alguna vez han sido, están en nosotros; están ahí como posibilidades, como deseos, como recursos.

Aún sabemos poco de nosotros. En el corto espacio que se nos concede de vida tenemos que apoyarnos en lo que nos legaron los antepasados y dejar algo de nuestra parte para que los que nos siguen avancen un poco más. Pero este progreso es tan lento que nos desespera saber que pasaran muchos miles de años antes de que se dé un pequeño paso en este terreno que tanto anhelamos. Solo la imaginación nos permite avanzar, aunque sea un avance sin fundamento; no tenemos otra posibilidad.

Trataremos de poner algo de nuestra imaginación; ya es algo.
 

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En la astronomía siempre habrá alguien que nos pueda enseñar el camino, en la vida no.

 

LA INFORMÁTICA
 

He leído en una revista de Astronomía que la conexión entre miembros de las agrupaciones de aficionados está dejando de ser de la forma antigua, es decir la reunión directa entre socios, para pasar a la transmisión de datos por medio de líneas telefónicas directamente de ordenador a ordenador, o sea por Internet. El aficionado recibe así toda la actualidad y tiene además el acceso a una información de catálogos y de datos que de otra forma no podría conseguir.

No digo que esto no sea una ventaja, indudablemente lo es, pero hay un factor importante que, en mi opinión, se pierde. Este es el contacto humano, la aclaración directa de una duda simple. Precisamente las dudas más elementales son las que nos desconciertan al principio. Esas son las que nos dejan estancados en un callejón sin salida en los momentos en que estamos más necesitados de esa respuesta que nos parece prodigiosa y que además es la que no figura en ningún catálogo. Es tan simple, o es tan elemental, que a ningún profesional se le ocurriría incluirla en una base de datos.

¿Quién va a ignorar "eso"? ¡Pues llana y rotundamente cualquiera que parte de cero! que es lo que nos pasa a la mayoría de los aficionados.

Cuando en mis tiempos hice las primeras preguntas, que son las más simples, pero que para mí, y para todo el que empieza, eran fundamentales, pude apreciar algunas sonrisas de los "consagrados". Esto nos hace retraernos en las siguientes, aunque siempre hay alguien que es más razonable, y que suele ser también el que sabe de verdad, y el que nos la aclara amablemente. Esto no se consigue así de fácil en una base de datos

Podemos hacer comparaciones con nuestra andadura por la vida. Cuando empezamos a abrir los ojos a todo lo que se nos pone por delante, hacemos algunas preguntas que a los mayores no se les ocurriría hacerlas (al parecer se les olvidó ya que ellos también las hicieron). Los niños preguntan lo más simple, lo más elemental. Pero eso tan simple es fundamental para seguir adelante.

¿Por qué a esa dirección se le llama Norte? En la vida, lo mismo que en Astronomía existe un Norte.

En la afición a la astronomía, yo pregunté cómo se localizaba el Norte en el ocular, y sinceramente era para mí muy difícil hallarlo. En la vida no me atrevo a preguntarlo, porque "ese norte" nadie lo conoce.

En el cielo no existe arriba ni abajo. Aunque en la Tierra tengamos un arriba y un abajo, que son perfectamente claros para nuestros sentidos, no lo son tanto para nuestra capacidad de imaginación cuando somos capaces de eliminar este mundo que nos sirve de base. En la vida nos dan también al principio un mundo ficticio que nos hace sentirnos seguros. Cuando crecen nuestros conocimientos y somos capaces de eliminar "ese bello mundo" que nos dieron de pequeños, perdemos esa seguridad. Comprendemos que también desaparecieron el arriba y el abajo. Y entonces comienzan nuestras preguntas.

Los pies de la mente han sentido el vacío de nuestra ignorancia. Buscamos en balde esa base que los "sentidos del alma" nos dieron al principio. En este terreno "la base datos" son aquellos libros en los que se recopilaron los pensamientos de todos los que perdieron ese mundo que era tan seguro y continuaron buscando otros mundos en los que refugiarse.

¡Qué sensación de vacío tan terrible no sentir nada bajo los pies del alma! Esa sensación también la experimenta el astrónomo que piensa en la fragilidad de nuestro pequeño planeta. Esta base tan firme y tan segura que cree tener el que no piensa en ello es tan ficticia como todas nuestras creencias.

No tener el consuelo de unos compañeros de agrupación que te digan: hay un Norte y yo lo conozco. Siempre andamos buscando tanto el norte de nuestras dudas como el Norte del espacio. No existe más comunicación que la de alma-alma y ésta está reflejada en los bancos de datos de los libros en los que otros dejaron "su información".

La agrupación da calor humano, da consuelo; el que se aleja de ella tiene que conformarse con los datos e investigar solo. En la vida, lo mismo que en la Astronomía, hay investigadores solitarios. Si encuentran algo, lo definen y lo marcan para el que venga detrás. Es un punto de referencia, es un camino.

El pionero abre camino, se ha dejado atrás la base de datos, no mira el ordenador, mira al cielo o a su alma y se pregunta: ¿aquél puntito débil es un rayo de esperanza, es un mundo, es una ilusión, o solo un deseo?

¡Pobre investigador del cielo o del alma, siempre se encuentra solo!

No hay señales del paso de nadie, anota en su libro, y lo que encuentra lo deja allí para el primero que pase. No sabe a dónde quiere llegar, solo sabe que de pequeño le dijeron que existía un Norte y que siguiendo ese camino se llega a algún lugar. Y él continúa porque creyó aquello y nadie le hará desistir. ¿Cuántos desengaños, o cuantos puntitos de luz hay que pasar para llegar allí?

En la vida somos aficionados permanentes, no existen profesionales. El que se cree profesional es un equivocado o un engreído. No podemos preguntar a nadie, no hay cadenas de ordenadores que conduzcan a la base “principal” de datos. Al final de cada cadena siempre hay otro aficionado que hace la misma pregunta.

Una pregunta que se ha repetido y repetirá millones de veces.


 

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Juzgamos a los demás según nuestro criterio. La mayor parte de las veces podemos equivocarnos. Aprendemos a soportarlos, que es la cumbre de pocos. Pero tendemos a ignorarlos. ¿Quién juzga a quién?
 

LA VARIEDAD DEL CARÁCTER

 

Es complejo encontrar explicación a la diversidad del carácter de las personas. Indudablemente el psicólogo, el psiquiatra o el filósofo, darían una explicación inmediata a esta duda. Pero los que pertenecemos al grupo de los no especializados en estas materias no lo vemos tan claro. Pensamos que todos estamos formados por la misma materia. Alguien dijo:

Todos estamos hechos del mismo barro, pero no del mismo molde.

Salvo diferencias de constitución y de buen funcionamiento del conjunto (eso que se llama salud), no parecen justificables algunas reacciones tan diversas ante el mismo fenómeno. Indudablemente hay que admitir que las diferencias del carácter son el resultado de la educación, la formación y las circunstancias.

Pero hay otras causas que no son tan palpables y que deben de tener alguna justificación. No todos podemos ahondar en las razones que nos mueven a actuar de una manera u otra, e incluso los especialistas puede que no acierten en algunos casos particulares. Podemos equivocarnos con respecto a nosotros mismos aún incluso cuando tratemos de encontrar sinceramente cuál es la causa de nuestro proceder. Unos somos introvertidos y amantes de la soledad. Otros por el contrario no se encuentran a gusto como no estén rodeados de un ambiente bullicioso.

El hecho de haber encontrado algunos su puesto en la sociedad o en la familia no es tampoco la razón de ciertas reacciones. Encontrar la pareja ideal, o al menos la más próxima a ese ideal, tampoco parece ser la causa principal. Si miramos alrededor en las parejas conocidas, vemos también que, en la "lotería del matrimonio", hay muy pocos "agraciados" con el premio. Con respecto a la formación recibida se puede apreciar que hay muchos papanatas con carreras superiores. Y también a la inversa. En cuanto a la familia se pueden sacar también, de entre muchos hermanos, muchas diferencias. Entre las amistades tengo recuerdos de algunos amigos de mi juventud a los que con el paso del tiempo yo había idealizado. Después los he vuelto a ver y no había tanto ideal. Todo esto son las "circunstancias" tan archiconocidas y por lo tanto la evolución de cada uno. Muy bien, pero ¿a qué se puede llamar la evolución en este sentido? Parece que el pensamiento o las ideas se forman a una edad bastante temprana; aunque no siempre se llega a la madurez solo a base de años.

He analizado algunas de las cosas que yo escribía cuando era joven y las comparo con las de hoy, y veo que, salvo las formas de expresión, las ideas eran las mismas. Es decir que tenía mis criterios y mis tendencias bien definidas a pesar de no tener ni la libertad ni las oportunidades de hoy. Y a pesar de que mi formación era más bien deficiente. Así sucesivamente voy buscando cuales pueden ser las causas que dan origen a tanta diversidad de carácter y pienso que, aparte de que algunos comportamientos son solo aparentes, tienen que existir algunas razones que no nos son conocidas.

Hay personas alegres sin aparente justificación. Hay personas tristes a las que no se les encuentran motivos justificados. Existen personas superactivas y otros que casi no respiran para no cansarse. Hay quienes tienen inquietudes y andan buscándole a la vida todos sus rincones para desenmascararla; sin embargo hay a quienes les importa un rábano si las lechugas se siembran en el campo o las fabrican en el mercado de al lado. Hay quienes se pasan la vida meditando en lo que somos y en nuestro destino y otros solo se preocupan por el partido de fútbol del domingo. Hay quienes se entusiasman con una salida de Sol o con un paisaje y quien se pasa el domingo en la cama. Hay quienes ven maravillas en la naturaleza; o al subir a una montaña sienten emoción, y en un bosque se sienten trasladados a otro mundo. Sin embargo hay quien ante lo mas grandioso, su sangre de horchata solo le permite decir: "hay que ver".

Hay quienes al mirar al cielo en una noche estrellada se sienten sobrecogidos por la inmensidad. Incluso pueden sentirse cerca de Dios y hablarle en silencio como si los dos formaran parte de lo mismo. Sin embargo hay quien mira al cielo en las mismas circunstancias y solo sabe decir: "cuántas estrellas"... Casi se le podría llamar sacrílego al último. Sin embargo tal vez este último llame sacrílego al otro porque niega a uno de los cientos de dioses que el hombre ha creado.

Todos son hombres, todos tienen algunos sentimientos comunes, muchos tienen las mismas libertades. Bastantes han recibido la misma formación y han crecido casi en las mismas circunstancias. Los ignorantes de las razones nos preguntamos ¿dónde está la causa de las distintas reacciones?

En un bosque, en una montaña, en un lugar solitario un día de tormenta, hay quien se detiene a pensar, a pesar del frío, o del miedo incluso, porque ve allí algo que nos sobrecoge y que no solo es el temor. Es la grandeza de una obra que no entendemos y que no nos cansamos de admirar. Hay quien escucha cantar un pájaro en el silencio de un amanecer y siente un estremecimiento. Este sentimiento, este entendimiento, esa vida que nos transmite la belleza de un árbol, el zumbar del viento en los pinos, el ruido de las olas en el mar, el trueno en una noche de tormenta; todo aquello que podemos disfrutar y admirar no nos lo transmiten la cultura ni los estudios; nacen del alma o de lo que sea. Y parece que vienen con nosotros desde que nacemos, desde que tenemos noción de vida. Y morirán con nosotros poco antes de que dejemos de tenerla.

Y por desgracia, el que no lo tiene, no se "contagiará" de esa enfermedad. Puede vivir al lado de la vida sin sentirla.

Pocos son los que se emocionan leyendo un libro. Muchos no comprenden esto, no se hacen a la idea de que lo que estamos haciendo es hablar con el que lo escribió. Es un diálogo de una mente a otra directamente. Sin embargo hay quien se lee un periódico deportivo entero y no tiene tiempo para leer un libro.

¿Es solo el hábito, o es deformación de la mente, en qué radica la diferencia?

Que existen es un hecho; que le encontremos la explicación a esto es distinto. Todos nacemos y morimos iguales, pero entre estos dos acontecimientos no hay dos minutos iguales. El nacimiento y la muerte están unidos por infinitos caminos y cada cual toma uno diferente. A veces se cruzan dos caminos y dos personas se encuentran. ¿Se entienden y siguen juntos el mismo camino, o solo siguen caminos paralelos? Parece que es difícil compartir un mismo sentir en todos los aspectos. Quizás esto le dé a la vida su interés. Tal vez la igualdad sería menos soportable. O quizás en realidad seamos más iguales por dentro y solo exteriorizamos lo que nos conviene y con quien nos conviene. Cualquiera sabe las razones que mueven a cada persona y en cada momento.

Me he planteado estas preguntas cada vez que tropezaba con personas a las que no terminaba de comprender. Supongo que esto le sucederá a todo el que sienta la inquietud de buscar el porqué de todo lo que le rodea, sean personas o no.

Como quiera que un día, leyendo el libro dedicado a Santiago Ramón y Cajal, escrito por Enriqueta Lewy, encontré la opinión del que fue uno de los mejores investigadores que ha tenido España en este terreno, y que definía lo que él opinaba sobre la personalidad. Quisiera ser capaz de agregar algo a ello, pero eso significaría conocer algo de la especialidad del que la expresa. Los que no alcanzamos dicho nivel solo podemos plantear preguntas; por lo tanto actuando así les damos una oportunidad para que ellos indaguen el porqué de tantas contradicciones a las que da lugar cada personalidad.

Pensando en estas cuestiones no podemos evitar preguntarnos: ¿cómo somos capaces de juzgar la conducta de nadie? ¿Cómo alguien puede ser capaz de decidir que nuestro comportamiento no es correcto? ¿Qué es lo correcto y de acuerdo con qué patrones?

Los científicos, y esos a los que llamamos filósofos, han dado definiciones de todo; cada uno de ellos desde "su personalidad natural o adaptada", como ellos dicen y con sus patrones de medida han definido la moral y el comportamiento de cada época, y el carácter de cada individuo ha sido catalogado. Pero el carácter de cada uno es un cúmulo de datos y de influencias difíciles de delimitar y aún más difíciles de eliminar.

Aparte de la evidencia de los hechos, ¡cuántas Historias diferentes se podrían escribir partiendo de la misma persona!

Ignoramos cuando tomamos una decisión, cuáles son las causas que nos han llevado hasta ese acto. De todas formas siempre juzgamos el carácter de una persona como algo únicamente dependiente de su voluntad sin tener en cuenta que posiblemente su voluntad solo fue un pequeño impulso en el resto de los elementos que lo hicieron decidir.

Y a esto le llamamos carácter.



 

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Hoy te quiero hablar de la sociedad y para ello quiero definir porqué se fundó y lo que nos pasa con ella.



 

Cuando nos bajamos de los árboles nos dimos cuenta de que en el suelo estábamos indefensos; había mucha competencia y era más difícil escapar de los otros animales que antes no significaban nada para nosotros; se estaba más seguro arriba, pero como empezaron a escasear los árboles no quedaba más remedio que bajar a buscar otro tipo de comidas ¡qué pena!

Éramos más débiles que otras especies y tuvimos que ingeniárnosla para sobrevivir. Comenzamos por inventar herramientas que servían para cazar y también para defendernos de aquellos que tenían mejores colmillos o que corrían más. Las agrupaciones pequeñas, o sea la familia, no eran suficientes en número, y entonces inventamos eso que después le hemos llamado la sociedad.

Después de inventada hemos apreciado que tiene muchas ventajas y no menos desventajas; todo depende del escalón en el que nos encontremos situados dentro de ella. Si estamos en un nivel bajo (en el que somos mayoría, ya que no hay sitio para todos en los niveles altos), tendremos alguna protección por parte de la sociedad si las cosas marchan bien; pero si no, todos los palos irán a parar a ese nivel, o sea al más bajo. Las guerras se organizan periódicamente para beneficio de ciertos individuos de las clases altas. En la sociedad cada elemento tiene su puesto asignado y según el lugar que le haya tocado, su vida será más o menos interesante y satisfactoria. Los de arriba dirán que la humildad, la obediencia y el respeto a las leyes son virtudes dignas de alabanza. De esa forma se mantiene todo en orden y los que han tenido suerte en el reparto disfrutarán de la parte grande de la tarta que les correspondió. Los otros, los de abajo, nos enteraremos de que hubo tarta, pero que no llegó para todos.

¿Pero qué pasaría si elimináramos la sociedad? Parece ser que no habría tarta para nadie. Si tú te tienes que hacer tus zapatos, construir tu casa, fabricar tu lavadora, tu televisor, etc. resulta que no tendrías nada de eso, porque no tienes facultades ni tiempo para todo. O sea que necesitamos estar unidos para sacar algún beneficio, aunque tengamos que soportar muchas cosas que no nos agradan.

Bueno pues por culpa de ese sino, ocurren muchas cosas de esas que no nos agradan en absoluto. Por ejemplo tienes que aguantar a un cuñado o a una suegra; tienes que soportar a un vecino que, en nuestra opinión, no debió de haber nacido; tienes que soportar a un jefe que es peor que el vecino, que ya es decir. Y así sucesivamente nos vemos obligados a muchas otras cosas como estudiar, aprender un oficio, asistir a una manifestación para reclamar trabajo para poder aplicar ese oficio que tuvimos que aprender y muchas otras cosas más. ¿Para qué te voy a contar si tú sabes de muchos problemas que sólo te tocaron a ti y a nadie más? El vecino dice lo mismo, aunque en nuestra opinión no se merece otra cosa.

Pues bueno, como yo viví también en sociedad, lo mismo que tú, te voy a contar lo que suele ocurrir a menudo en ella; o al menos lo que yo observé y cómo lo viví, porque como yo soy mejor que tu cuñado, estoy enterado de lo que él no sabe. Y eso es lo que trataré de resumir con palabras de esas que también hemos inventado en la sociedad para podernos entender, aunque con frecuencia no lo consigamos.

No te molestes porque algunas veces me ponga serio; es que no siempre se pueden tomar todas las cosas a broma como nos gustaría. El sentido del humor es lo que distingue a nuestra especie, pero no siempre nos dejan aplicarlo. Esto es debido a que abundan muchos cuñados, que son una especie aparte.

Esto es una ampliación a la introducción de la sociedad. Antes de meternos en faena es conveniente conocer algo más acerca de cómo funciona nuestra querida sociedad.



 

LA ACTUALIDAD



 

Acabo de hojear, que no es leer, el complemento dominical de un periódico, no importa cual, hay pocas diferencias.

Siento indignación por casi todo el contenido, a excepción de un par de artículos que suelen ser de calidad. Lo que predomina es la incitación al consumismo de aquello que es más inútil. Lujo, caprichos y excentricidades, a partes iguales. Después le sigue una especie de bendición a la vanidad y a la tontería. Para no dejar nada aparte también un poco de elogio de la violencia. Hoy, ser un asesino o un ladrón no es motivo para sentirse despreciable; todo lo contrario, siempre habrá alguna revista que estará dispuesta a pagar lo que sea por conseguir una entrevista en exclusiva, o las memorias de aquel individuo por el que hay motivos de sobra para despreciar. Y si se trata del artista de moda y sus declaraciones, mejor no hablar.

Otro asunto es lo que se denominan hoy las "tribus urbanas". Parece que no es motivo de preocupación el daño que puedan causar estos salvajes (crímenes incluidos). Se les hace propaganda y se sonríen algunos como si de una broma se tratara. Las forman una pandilla de locos, o en el mejor de los casos de imbéciles irresponsables, borrachos y drogadictos. Pero, eso sí, esos locos tienen dinero y unos coches impresionantes, que a veces es el coche de papá, que no sabe nada de lo que hacen sus hijos; ni saben ni pueden hacer nada: han perdido toda autoridad sobre sus ellos. Los padres antiguos éramos unos tiranos y por eso han cambiado las cosas; a peor.

Esta es la conclusión que saco de la lectura superficial del semanario. Después de esto uno se pregunta, ¿seré yo un anormal que no entiende nada? ¿Estoy dentro de un reducido grupo o pertenezco también a esa mayoría? Si es que somos minoría, será cuestión de ocultar nuestra forma de ser y de pensar, para que no nos denuncien por no estar a la moda. O por prohibir a sus hijos que actúen como unos descerebrados.

Si es que son ellos minoría, ¿por qué se les concede esa propaganda negativa para la sociedad en general? ¿O es que los periodistas hacen propaganda de lo que es más fácil de vender y les importa un rábano las consecuencias que puedan producir? También se puede pensar que si se vende ese producto es porque existen más compradores de lo que parece.

Termino por no saber cuál es la razón por la que se hacen esos complementos en los que se bendice la tontería, la imbecilidad, la extravagancia, y el consumismo.

Da la impresión de que la sociedad tiene cubiertas todas sus necesidades y que lo que quiere es que se le suministre algo fuera de la rutina para que los saquen de su aburrimiento. Sin embargo eso no es verdad; si se escucha la radio y se lee la prensa, se saca la conclusión de que hay pobreza y de que existen problemas. Entonces, ¿cuál es la sociedad de los problemas? Supongo que los que no compran las doscientas marcas de colonias que se anuncian a bombo y platillo, los que no se compran los "objetos de diseño", esas cosas que no sirven para nada útil, ni los que usan las modas de ropa que se anuncian como el no va más, pero que no se ven nunca en la calle. ¿Dónde está ese mundo que se anuncia en algunos de esos semanarios del lujo? La gente corriente parece que vive apartada de él. De verdad, yo me siento acomplejado.

La realidad es que hay paro, aunque a veces no lo parece, y hay problemas sociales. En muchas partes del globo hay hambre, existen guerras (encubiertas o no), y más vale poner a continuación un largo etc. para que no duela tanto; porque nos duele.

Sin embargo cuando se ve el derroche de lujo que se publica en esos extras de alguna prensa, parece que hay un público que lo compra todo, ¿será tan pudiente esa minoría que lo puede hacer, para que compense lo que no compramos los demás?

A veces dudamos de nosotros mismos y nos preguntamos: ¿estaré fuera de mi época? ¿Todos aquellos a los que yo conozco, pertenecen a un mundo de fantasmas? Porque yo conozco a personas que son, o que parecen ser normales. De lo que no estoy seguro es de la proporción que hay entre este mundo normal conocido, y ese otro que es posible que sea más numeroso de lo que yo creo y al cual no tenemos acceso casi nadie y para el que se hacen esos complementos de periódicos.

Por lo visto hay quien vive solo para las modas, para hacer los gestos de los famosos, para consumir por encima de todas las posibilidades normales, para practicar el fanatismo de las tribus urbanas, para la vanidad y la tontería; para todo menos para pensar, que es una cosa que no sirve para nada y que cada vez se usa menos. Además ni siquiera cotiza en Bolsa, que es una cosa a la que mis conocimientos no llegan.

Pero todos estamos contenidos en esa sociedad que hemos inventado para beneficio de todos y no hay forma de escapar de ella.



 

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Soñar no cuesta nada. Pero los sueños prevalecen, aunque sea sólo en nuestra imaginación. Las realidades permanecen en nuestra mente y vuelven como recuerdos.  A veces superan a los mitos. Somos “mayores” cuando vivimos de los recuerdos. Los mitos se pierden ya en la lejanía.
 

CULTURAS
 

Toda cultura ha nacido de la introversión.

Hermann Hesse


La cultura la practican las multitudes. Son los pueblos los que tienen una cultura que se expresa en sus costumbres. Pero el nacimiento de estas ideas tuvieron su origen en la mente de muy pocos. Solo en individuos aislados, pero sus fantasías fueron cultivadas por millones de personas. Sus sueños nacieron en ellos y se extendieron a todos.

Pero los sueños de las personas nacen en la intimidad, en su soledad y aislamiento, en su introversión. Fue para los demás como una fuente de la que brotaba todo un torrente de aventuras fantásticas que llegaron a tomar personalidad.

Lo mismo que los poetas, todos los artistas gestaron sus obras soñando. La introversión aleja al individuo del mundo de la rutina y lo lleva a un mundo no real, pero que con el tiempo se materializa en una serie de personajes que resultan familiares a todos.

Las modas, que no tienen más fundamento que ideas o temas superficiales, pasan. Pero aquellas cuestiones que tienen su origen en los denominados temas eternos, cobran vida en la mente de su autor y perduran con más fuerza que algunos personajes de la vida real que solo llamaron la atención temporalmente.

Ulises o D. Quijote son personajes de la humanidad. El héroe del momento, o el ídolo de moda de hoy, será un desconocido mañana.

El poder de la imaginación hace que la ficción supere a la realidad.

¿Qué es la introversión? Es un retraerse, ensimismarse, hacerse insociable, mirar para adentro y reservar todo para su mundo interior. Es crear otro mundo que substituya al no deseado en el que se vive. Es desear evadirse de aquello que le asfixia. El introvertido es visto como un ser anormal. Pero más que anormal es una persona que no acepta, o no es capaz de soportar la rutina, la mediocridad. Se evade de su ambiente y se refugia en la fantasía. No comprende la repetición de tantas vidas sin objetivo alguno y quiere ponerle uno. Pero uno que justifique el vivir, uno que lo eleve a la categoría de un pequeño dios. Y los pequeños dioses son los mitos.

O sea, que desde su interior ha sacado algo que supera a la vida, algo que hace inmortal a su personaje, que es su propia inquietud; ese afán de inmortalidad que tanto ambiciona el hombre.

Don Quijote es ya superior a Cervantes. Tiene su personalidad, tiene su locura, tiene sus aventuras que fueron creadas por Cervantes, pero que se las "apropió" Don Quijote. El hijo coronó las cimas que ambicionó su padre.

En nuestras vidas reales, también los hijos superan aquellas metas que no alcanzaron los padres. No sé quien dijo que es a los únicos a los que perdonamos que nos superen. Tratamos de rivalizar con quien sea aunque reconozcamos su superioridad, pero admitimos que los hijos nos sobrepasen sin el menor rencor. Sus triunfos nos enorgullecen a veces más que los nuestros.

Permitimos que nazca la cultura a través de nuestras renuncias. Dejamos que pase por delante de nosotros cualquier sueño que sustituya a la realidad.

El filósofo desea encontrar "su verdad". El poeta desea que sea verdad "su sueño". Un sueño que nace de su impotencia. Pero al final es tan impotente el filósofo como el poeta. Pero también ambos son más grandes en su deseo que todo el resto del mundo real. Porque en el mundo real "solo" hay hechos.

Los hechos de la vida de cada uno, no son más que rutinas adornadas con pequeños triunfos materiales.

Los "grandes" triunfos no son más que sueños rodeados de mucha fantasía. Pero es que la fantasía nos satisface en ocasiones más que la mayoría de los objetivos a nuestro alcance.

Los triunfos de D. Quijote, vistos desde la realidad no eran tales triunfos. Más bien eran derrotas, eran hechos ridículos, motivos de burla. Pero en su imaginación eran grandes triunfos, y cuando él los soñaba eran unos ideales sublimes. Sus derrotas las convertía en victorias. Sus humillaciones las paseaba como un triunfador que superaba lo que los "bellacos" no eran capaces de comprender.

Los introvertidos son aquellos derrotados que convierten sus penas en grandes victorias dentro de su imaginación. Pero es que dentro de "su fortaleza" no puede penetrar nadie para arrebatarles la grandeza de su libertad. De todas esas grandezas nacen las culturas, nacen los mitos y nacen los consuelos de aquellos que no se resignan a perder.

En realidad todos perdemos, pero unos lo hacen sin rebelarse y otros se escudan en el mito. Es la lucha de los pequeños dioses contra los grandes dioses. Los grandes se refugian en los cielos; los pequeños, en los "olimpos".

El Olimpo era un cielo particular lleno de dioses inventados por unos "introvertidos" que crearon una gran cultura.

Entre ellos había uno que dicen que se llamaba Homero.

 

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Creemos que tenemos una personalidad propia formada por nuestros innumerables méritos. Pero si pudiéramos analizar lo que presionaron sobre nosotros todos los “pelmazos” que nos rodearon durante toda la vida, veríamos que la parte nuestra sería muy pequeña. A veces ganamos en esos intercambios; en otras perdemos.

 

INFLUENCIAS


 

Cuando estamos en presencia de otros, raras veces actuamos tal como desearíamos, o tal como somos.

Esta influencia se ejerce sobre nosotros durante toda la vida. Sólo somos "nosotros" cuando estamos solos. Algunos podrían definir esto como hipocresía, pero no es así. La hipocresía se ejerce a sabiendas de lo que hacemos; pero la influencia de los demás actúa incluso sin que lo percibamos en muchas ocasiones.

De la misma forma ejercemos nuestra influencia sobre los demás. Aquellas personas con las que convivimos son las que más afectan a nuestros actos. Tenemos que soportar su forma de ser lo mismo que ellos la nuestra. Cualquier movimiento de uno arrastra a los otros.

Existe un deseo no confesado de huir de la familia por parte algunos miembros de ella. Esto se muestra más destacado en los primeros años de la juventud, aunque en esa edad hay otras razones además para desear la independencia. Todo depende de la personalidad de cada uno, de las amistades y del ambiente que exista en la familia.

Parece que ese deseo no se pierde fácilmente. Puede persistir para algunos que no han podido encontrar la forma de encajar. No es exactamente la falta de entendimiento la causa principal, aunque este pese bastante. Es esa presión, esa influencia que no nos deja actuar como cuadra con nuestro carácter.

Se habla mucho del choque de generaciones. Éste tiene un porcentaje alto, no cabe duda, pero hay veces que individuos de distintas generaciones se entienden bien y sin embargo no hay entendimiento entre dos de la misma edad.

De todo esto parte el deseo, o más bien la necesidad alguna vez de evadirse, de liberarse de las ataduras que algunas personas nos crean. Este tipo de liberación no es fácil de conseguir, sobre todo en familias con niveles económicos bajos. Hay que romper además con lazos sociales y sentimentales. Todo son ataduras. Estamos influenciados por todas partes.

Un disimular y forzar las muchas concesiones que tenemos que hacer harán que nos sigamos soportando mutuamente, pero el alejamiento puede ir creciendo hasta pesar cada día más. Leí en una ocasión en una revista, sobre un matrimonio que vivía, comían y dormían juntos; pero que no se hablaban. Supongo que ya serían mayores, pero no deja de ser una muestra de un caso extremo de influencia insoportable. Me imagino el deseo de ambos de liberarse, de quitarse de encima aquella "losa" de un peso insoportable. En este tipo de influencias parece que los matrimonios mal avenidos deben de llevar la delantera a cualquier otro tipo de relaciones. Sobre todo a partir de la época en que los hijos se van. Antes de esto, todo era escudarse en ellos, pero después quedan los dos frente a frente.

Nuestra forma de ser, nuestra libertad, siempre está atenazada por muchas personas. En el trabajo, en la calle, en todos los ambientes que tengamos que compartir. En los únicos momentos en que somos de verdad nosotros es en la soledad. Pero esto es duro y la autarquía tiene un precio. Son pocos los que alcanzan la verdadera independencia. A cambio tendrán que renunciar a ciertas comodidades que ofrece la convivencia. Al convivir siempre tomamos algo de los demás, nos aprovechamos voluntaria o involuntariamente de su presencia. La soledad es un privilegio y al mismo tiempo una penitencia.

El que tiene alguna vocación necesita abandonar la compañía de los demás o aprovecharse sin consideración de ellos. Pero entonces depende de que los otros acepten este sacrificio. Esto solo ocurre en ciertas parejas en que uno de ellos quiere y el otro "se deja querer". Es una forma de egoísmo. Pero las personas de carácter necesitan liberarse para descubrir su yo.

En general creemos que vivimos la vida como mejor nos parece, pero en realidad estamos más atados de lo que creemos. Para darnos cuenta de esto necesitaríamos tener la oportunidad de ver nuestra vida desde fuera. Tendríamos que acceder a un resumen total de los acontecimientos y personas que la rodearon. Solo así y analizándola detenidamente captaríamos lo poco que hicimos por iniciativa nuestra y lo mucho que nos aprovechó la ayuda de los demás.

Habría que empezar con la vida familiar. No hay duda de que es la parte más influyente, sobre todo en otros tiempos, cuando la familia vivía en casas grandes donde se llegaban a reunir más de una generación. En la vida moderna no se da eso, pero los padres continúan teniendo gran influencia, aunque se aprecia cada vez menos.

A continuación siguen los estudios; desde párvulos hasta la universidad. La formación que recibimos, al estar presionada por las ideas que predominan en cada país, hacen que la mayoría de los individuos estén marcados por una serie de factores comunes, aunque después existan desviaciones. Además la formación se comienza a recibir en edades muy tempranas, que es cuando quedan grabadas ciertas presiones con más firmeza. Cada profesor es responsable en gran parte de las generaciones que siguen.

Se formarán en principio dos grandes divisiones: los que recibieron estudios superiores y los que solo recibieron los elementales o algún oficio. A esto se le pueden sumar los medios de comunicación que, cada vez tienen más poder.

Las personas que nos rodean no son solo la familia; son las amistades, el barrio, la ciudad; todo el país con sus costumbres y los poderes sociales y religiosos y, hoy día, con la televisión e Internet. En una palabra: todo el mundo. Todos los ambientes que se frecuenten, empezando por el trabajo; taller, oficina, clubes, o agrupaciones, irán dejando su pequeña porción de influencia, e irán retocando eso que se llama personalidad.

Las amistades, uno de los capítulos más importantes, marcarán a cada uno positiva o negativamente. La pareja puede ser en muchos casos decisiva. Se podrían relacionar algunas cosas más, pero creo que con estas es más que suficiente para plantearse una pregunta: ¿cuántas veces, eso que se llama destino, depende totalmente de  nuestra voluntad?

Los que pregonan a bombo y platillo el determinismo, o como quieran llamar a la anticipación de todos los hechos de una vida, encontrarán en esto la confirmación de sus teorías. No creo que las vidas estén marcadas totalmente, pero sí que las marcamos nosotros bastante. O sea, que las forzamos a que sean lo que interesa a la sociedad en que vivimos y en la que existan suficientes libertades como para que podamos elegir nuestro camino. Ya se sabe que las utopías no existen, que en realidad es muy difícil organizar "esas libertades soñadas" y que desgraciadamente las personalidades destacadas son casos raros. Además, salvo excepciones, los que llegan a independizarse de verdad lo suelen hacer al final, o casi al final de sus vidas.

Cuando empezamos a comprender esto muchas veces no llegamos a tiempo ni siquiera para poder liberar a nuestros hijos de la parte de influencia que nos corresponde. Nuestros errores no los podemos eliminar ya, y los de los demás no estaban en nuestras manos en su día. Darnos cuenta a tiempo del continuo bombardeo a que estuvimos sometidos durante nuestra vida, y de lo poco que pudimos hacer para evitar lo mismo a los que nos siguen, es lamentable.

La meditación sobre lo que hicimos se suele hacer al final, ¿para qué sirve entonces?

Creo que los que captamos esto solo podemos hacer una cosa: aconsejar. Pero ¿quién escucha el consejo de un viejo?

Si no es posible que esta solución influya, podemos recurrir a escribir para que quede constancia al menos de nuestra intención de aportar algo. Pero, ¿quién puede conseguir que sus escritos se conozcan y puedan tener alguna influencia? Si no habíamos dedicado nuestra vida a esa actividad, por mucha experiencia que adquiramos al final no llegará a conocerse nuestro deseo. Nuestro grito no pasará de la esquina de la calle. Tendremos que ver con pena que en cada país sigan predominando los mismos factores de patriotismo inútil y dañino. Que la propaganda política, religiosa y comercial sigan vendiendo los "productos" que convengan, aunque el pobre hombre sucumba a sus influencias interesadas.

Nos gustaría conocer un mundo sin fronteras en el que la ciencia, la cultura, el entendimiento y todo lo que signifique individualidad sea respetado, y en el que se pudiera tener la oportunidad de eliminar esos prejuicios que nos atan desde niños. Que no nos enseñen a marcar nacionalismos. Ni religiones en exclusiva para un pueblo elegido; que comprendamos que los dioses no son tan mezquinos como los forjamos con nuestras ideas.

Cuando empecemos a darnos cuenta de la poca libertad que tenemos, quizás comencemos a pedir estas cosas sin violencia. Pero mientras se trate de engaños y los descubramos, la reacción no puede ser pacífica. El conformismo no significa buena voluntad, es solo ignorancia.

 

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Cada uno tiene “su libro”. Yo tengo el mío que no espero que sea compartido por otros de la misma forma. Todos tenemos vocaciones o aficiones. Llámesele como se quiera, pero todos entendemos lo que eso significa.

 

EL LENGUAJE

Nuestro lenguaje es muy pobre.

Hay personas que saben enriquecerlo; se llaman poetas.

Los demás, a veces nos podemos hacer entender; pero tenemos que hacer un gran esfuerzo. Además tenemos que recurrir a comparaciones.

Nos vemos obligados a describir un ambiente, una situación y unas circunstancias para poder llevar al otro a imaginar lo que pretendemos; la mayoría de las ocasiones con pocas probabilidades de éxito.

Solo cuando la otra persona tiene suficiente imaginación y, además su sentir hacia el tema lo favorece, hay algunas probabilidades de que podamos hacerle percibir nuestro pensamiento.

Me viene esto a la memoria porque esta madrugada inicié de nuevo la lectura de un libro. Ya es la sexta vez que lo hago y no creo que sea la última. Cada vez que lo leo me hago el propósito de dejar pasar un poco de tiempo y volver de nuevo a disfrutarlo.

El título es El alma de la noche y su autor Chet Raymo.

El tema del libro es la Astronomía y la Naturaleza. No sé que aspecto de cada uno de ellos se puede decir que predomina.

El autor es un científico y un amante de la Naturaleza. Además tiene alma de poeta y por lo tanto sabe describir todo aquello que conoce y siente.

Lo que trata en el libro fue durante algún tiempo mi "actividad principal". De aquí que sienta y entienda su lenguaje casi con la misma intensidad que él supo expresarlo. O al menos así lo creo.

Sin embargo recuerdo que en una ocasión presté ese libro a una persona y me lo devolvió sin haberlo terminado. Me dijo que no era de su interés. Cuando nos ocurre una cosa así no podemos concebirlo.

¿Cómo podemos imaginar que "aquello" que a nosotros nos llega a emocionar pueda dejar indiferente a otro?

Hoy le doy vueltas al tema y trato de buscarle una explicación.

En este momento me encuentro en una carretera aislada de la sierra. Está cortada y por lo tanto no tiene tráfico. Es la mañana de un día de primavera. No se oye nada más que el "ruido" del viento en los árboles. A veces ni eso. No hay señales de vida en todo lo que abarca mi vista. Si yo quisiera describir esto a alguien, me sería prácticamente imposible a no ser que el otro se hubiera encontrado en la misma situación y tuviera una forma de ver las cosas similares a la mía.

Otra situación que vivo con frecuencia es la de la madrugada, solo, en silencio y contemplando el cielo. Contemplándolo y "sintiéndolo". Sentirlo significa experimentar a veces una angustia increíble cuando se "llega a comprender” lo que tenemos sobre nosotros.

¿Cómo podemos transmitir esto a otros que no lo hayan vivido?

Creo que no podemos hacer nada en este sentido.

Ésta creo que es la razón por la que aquella persona me devolvió aquél libro, que para mí tanto significaba, sin terminarlo. ¿Cómo podía ser si no?

Anoche, cada vez que leía un párrafo, cerraba los ojos para saborearlo, para comprender lo que aquello encerraba. Cada vez que así lo hacía me volvía a preguntar: ¿cómo es posible?

Pasaba de una cuestión a la otra sin parar. Por un lado la belleza de lo que allí se describía, por el otro la imposibilidad de comprender que a otra persona aquello no le dijera nada.

A veces me decía que la razón era la pobreza de nuestro lenguaje. Es muy pobre y tenemos que poner por nuestra parte algo que complete la descripción. Por muy bella que sea no está completa a no ser que nosotros no hayamos vivido y sentido algo similar.

¡Qué difícil es transmitir algo!

Podemos captar algún mensaje de esos que nos llegan en ocasiones, pero que se quedan en nuestro interior. Es posible que de allí no salgan nunca.

Por eso son precisos los poetas, porque ellos enriquecen el lenguaje y le permiten hacer llegar a todos un sentimiento que puede ser común, pero que es preciso despertar en cada uno.

Nadie puede definir lo que es el dolor o la felicidad si no ha sufrido o no se ha sentido feliz en alguna ocasión.

Sólo es capaz de definir una emoción, aquél a quien le rebosan los sentimientos. Solo él nos puede hacer ver que allí, donde los demás no vemos, él es capaz de apreciar que hay belleza, que hay dolor, que hay alegría, que hay algo que se llama vida y que es preciso estrujar el alma para comprenderla.

Todo eso, y aún más, se puede decir con un lenguaje que en manos de los demás es torpe y pobre, y que en sus manos, con algunos adornos, se convierte en algo abundante y expresivo.

¿Pero qué es ser poeta?

Creo que es ser filósofo, es ser artista, humano y científico al mismo tiempo; en una palabra, es ser capaz de vivir y sentirlo todo y transmitirlo a los demás para que comprendan.

Es, por encima de todo, ser alguien que tiene el don de recibir unos sentimientos de no se sabe dónde y ser capaz de "traducirlos" a nuestro pobre lenguaje, pero enriquecido por él.

La vida encierra muchas maravillas. Todo lo que nos rodea, el universo entero, es un cúmulo de misterios que se agigantan a medida que se van haciendo nuevos descubrimientos. Cada vez hay más lugar para el asombro.

Pero solo ellos, en especiales circunstancias, nos llevan de la mano hasta "el borde de la imaginación" y nos dicen: mira, mira todo lo que hay. Piensa también en lo que no podemos ni siquiera imaginar.

Y nos gritan: ¡mira, sueña, fantasea, piérdete en ese espacio negro y sin fin! ¡Piérdete también dentro de ti!

El hombre está muy limitado físicamente, pero tiene un alma, tiene algo que le permite “acercarse” al infinito y mirar. Y preguntar, preguntar al silencio inmenso que nos rodea. El hombre no se resigna. Pregunta dónde está el fin de todo. De su interior y del exterior que tanto nos asombra.

Y pregunta, ayudado por el poeta, por todo.

¡Qué pena no poder responder!

¡Qué pena no saber describir lo que se siente!

Siempre nos faltan palabras.

Nos faltan porque lo que hay que transmitir no está definido.

Faltan porque lo que hay que comunicar, lo hemos sentido, pero no sabemos decirlo.

Faltan porque aquello que experimentamos fue "solamente" un escalofrío.

¿Quién define eso?

Hasta el poeta es pobre para intentarlo.

Hasta aquí, he intentado definir la pobreza del lenguaje, tratando de reflejar lo que son los sentimientos cuando se estrellan contra la imposibilidad de la expresión. Pero existe otro camino que es el de una definición mas profunda que razone sobre las causas de esta incapacidad. Pero este razonamiento considero que es más sensato dejarlo en manos de quien supo decirlo mejor.

En la entrada “Lenguas”, del Diccionario filosófico de Voltaire, este dice:

"No existe ninguna lengua completa, ninguna que exprese todas nuestras ideas y todas nuestras sensaciones, porque los matices de unas y otras son imperceptibles y numerosos. Nadie es capaz de dar a conocer con exactitud el grado de sentimiento que representa; y nos vemos obligados, por ejemplo, a designar con el nombre general de amor y de odio, mil amores y mil odios diferentes; y lo mismo sucede si tratamos de manifestar nuestros dolores y nuestros placeres; por eso todas las lenguas son imperfectas. Se fueron formando sucesivamente y por grados, según las exigencias de nuestras necesidades. El instinto común a todos los hombres es el que hizo las primeras gramáticas sin apercibirnos de ello".

"Todas las palabras en todas las lenguas posibles, son necesariamente la imagen de las sensaciones. Los hombres nunca han podido expresar más que lo que sentían. Así todo se ha convertido en metáfora; y en todas partes donde "el alma se ilumina", "el corazón arde" y "el espíritu ve", el hombre compone, une, divide, se extravía, se recoge y se disipa".

"Todas las naciones están acordes en llamar soplo, espíritu, alma, al entendimiento humano, del que conocen los efectos sin verlo, después de haber llamado viento, soplo, y espíritu a la agitación del aire, que tampoco han visto. En todos los pueblos, el infinito fue la negación de lo finito, y la inmensidad la negación de la medida".

"Es evidente que nuestros cinco sentidos son los que han producido todas las lenguas, como han producido todas nuestras ideas. Las lenguas mas completas son las de los pueblos que mas se han dedicado a las artes y a la sociedad".

"La lengua mas antigua de las conocidas debe ser la de la nación que primero formó sociedad; la del pueblo menos sojuzgado, o que habiéndolo sido, ilustró a sus conquistadores".

"El más hermoso de todos los idiomas debe ser el que es al mismo tiempo el más completo, el más sonoro, el más variado en sus giros; el que tiene más palabras compuestas, el que por medio de su prosodia expresa mejor los movimientos lentos o impetuosos del alma, el que más se parece a la música".

Voltaire experimentó este sentimiento de incapacidad para expresar nuestra limitación al reflejar con palabras lo que son las ideas o pensamientos, a pesar de su superioridad demostrada. En el mismo capítulo amplía con ejemplos sus conocimientos sobre el mismo tema, pero ya con este breve resumen prueba cuales son las causas de nuestros problemas, aunque no por eso queden resueltos.

En resumen, siempre que hemos vivido algún acontecimiento que nos conmovió, tenemos que resignarnos a no poder conmover a nadie de la misma forma que lo vivimos nosotros.

"Aquello" fue nuestro y cada cual tendrá su versión diferente.

Revivir es volver a vivir. Nadie puede vivir dos veces. Esa fue, es y será la eterna ambición del ser humano.

En nuestra mente, en nuestro cerebro, o en nuestra alma, alguien sembró esa semilla que intentó germinar en un fruto, pero que creó la angustia más grande que nos hizo crear todas las religiones, todos los sueños, todas las fantasías.

¿Cuándo se desengañará nuestra especie que la realidad nos destroza cada día el sueño más ambicioso?


 

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Dijo Ortega: yo soy yo y mi circunstancia… Este autor nos “machaca” todavía más. ¿Tenemos que insistir? Quizás nuestro pequeño granito de arena pueda “notarse” cuando se una a otros. A lo mejor no perdemos tanto en el intento.
 

NUESTRA PERSONALIDAD


La huella de cada uno es el fruto de su personalidad.

La obra titulada Cuerpo y alma, de P. L. Entralgo me está llevando a un mundo que intuía, pero que no veía con la claridad que él lo describe, tanto bajo el punto de vista del científico como del pensador.

Cada frase o cada cita, cada aseveración sobre algunos temas, dan materia para pensar detenidamente, aunque en ocasiones nos gustaría que no fueran ciertas.

Todo el libro está lleno de ideas o sugerencias, cuando no de afirmaciones. Cada una de ellas es motivo para hacer una parada y hablar o pensar sobre ellas. No es posible hacerlo así porque no avanzaríamos nada en la lectura, aunque comprendamos por otra parte que leer no es pasar hojas sino asimilar y comprender. No se deben devorar los libros, aunque a veces lo hacemos cuando su interés nos arrastra.

Resumiendo se podría decir que es una lucha entre el deseo de continuar para conocer lo que sigue, y el deseo de tomar nota para no olvidar lo que ha dicho. Cualquier cosa de lo que él dice es motivo para meditar y "traducir" a nuestro lenguaje.

Le llamo traducir en este caso a pasar de lo que de científico tiene el libro, a lo que puede inspirar como sentimiento al que no es científico. No quiere decir que no exista sentimiento en el libro; que sí lo hay. Sino a que, a pesar de haberlo, inspira mucho más aún.

En una cuestión, de entre las muchas que plantea, dice: ¿existe la espontaneidad en el ser humano? Su respuesta es: no. Y continúa: el hombre es libre "condicionadamente".

Los partidarios del determinismo también lo aseguran así. Estamos atados a todo lo que nos rodea, seamos conscientes o no.

Sus razonamientos van por el camino del investigador. Basta seguirlo para comprenderlo.

Como seres humanos "libres", nos gusta tomar "nuestro camino". El de cada uno. Ese camino que es más de sentimientos que de certezas.

Si aceptamos "esa realidad" que nos pintan los científicos de cada especialidad, terminamos aceptando aquella frase tan repetida de que no somos nada más que una organización de la materia que, después de haber pasado por distintas fases, ha llegado a la nuestra y posiblemente vaya camino de otras formas mas avanzadas. Incluso tendríamos que aceptar que es una verdadera casualidad que así haya ocurrido como dicen otros. De todas formas nuestros genes poseen una carga de “instrucciones” a las que “obedecemos” ciegamente y no sabemos hasta dónde nos llevarán; a no ser que podamos manipularlos en un futuro.

Los científicos de la física cuántica aún nos lo pintan peor. Estamos, según ellos, en uno de los muchos mundos posibles a los cuales puede acceder el caos de las subpartículas atómicas, y existen otros tan "reales" como el nuestro.

Aquí cabe preguntar: ¿si el mundo nuestro ya nos parece una fantasía, qué pueden tener de reales los otros?

Mejor es no continuar por ese camino.

Aunque si volvemos al tema del libro, tampoco es la luz de "la realidad" la que nos va a iluminar el camino. ¿Cuántas fantasías acerca de nosotros mismos le serán permitidas descubrir al hombre? ¿Hasta dónde se podrá llegar, siguiendo a las avanzadillas que cada generación coloca delante, para que nos abra camino hacia no sabemos dónde?


Sobre la negación de nuestra espontaneidad continúa diciendo el autor que no hay nada; que la única libertad que tenemos se reduce a aquellos proyectos que podemos llamar de la mente (para él separar mente y cerebro no tiene mas significado que separar "temas", pero no aceptar dos entes de nuestro ser).

Nuestra personalidad no es s que el funcionamiento de nuestro cerebro. No hay nada exterior que dicte nuestra conducta, ni nada que marque un destino para el hombre. El cerebro lo es todo.

Asegura que si a un hombre se le pudiera trasplantar el cerebro de otro se convertiría en el otro. Así de tajante.

Nos duele pensar que no exista eso que llamamos nuestra personalidad. La nuestra, esa a la que tan apegados estamos, sea grande o pequeña. Esa que nos hace sentirnos orgullosos de nuestros actos (o avergonzados de ellos también).

Las células y su organización son las que dictan nuestros sentimientos y nuestras genialidades. O lo peor de nuestra conducta. Volvemos con ello al determinismo, o al destino, o a lo que quiera llamársele.

Hay muchas cosas entre el cielo y la Tierra que no podemos comprender. Dijo Shakespeare por boca de Hamlet.

Podemos agregar hoy: hay infinitos mundos dentro de la materia y en los espacios infinitos que no comprendemos tampoco.

O también: dentro de nuestro propio cerebro y en la materia que lo compone existen tantos secretos que parece que nunca podremos acceder a ellos.

Se puede decir de cien maneras distintas, pero en resumen se podría sacar factor común en una frase que dijera: se descubren muchas cosas que nos conducen a nuevas incógnitas que al final nos obligan a aceptar que lo que descubrimos es nuestra incapacidad, nuestras limitaciones y nuestra ignorancia.

Mientras mas lejos llegamos, tanto en el terreno físico como en el psíquico, más grandes son las barreras que encontramos.

En este libro el investigador analiza partes del cerebro que son increíblemente complejas, pero para los que no somos científicos, nos plantea más dudas aún. ¿Cómo podremos estudiar ciertas formas del comportamiento de nuestro cerebro con "nuestro propio cerebro"? Es difícil hasta el intento de expresarlo.

¿Dónde está ubicado el pensamiento?

Él responde, que es el funcionamiento del conjunto, que no hay una zona específica.

¿Cómo se originan los sentimientos?

¿Dónde están las raíces del genio?

¿Por qué unos son poetas y otros criminales?

¿Qué combinaciones hacen falta para crear un matemático?

Busco las ideas dentro de mí y, a veces las siento en mi cabeza, pero en otras ocasiones parece que parten del corazón. ¿Es todo el organismo el que responde, con el órgano que corresponda, o hay "una unidad central" que da órdenes?

El investigador, en su terreno, descarta el alma.

La Ciencia, esa decapitadora de mitos y dragones (Isaac Asimov), acaba de asesinar a uno de los mitos más queridos: el alma.

Tendremos que llorar al pié del Gólgota o del monte Olimpo; nos han quitado lo sublime y lo bello.

Pero seguiremos buscando.

Continuaremos buscando porque es posible que después de este laberinto exista algo.

Cualquiera sabe si al final del camino nos encontramos con esa alma que buscamos y que viene a nuestro encuentro a felicitarnos por no haber desfallecido en su búsqueda a pesar de los obstáculos.

El hilo de Ariadna condujo a Teseo a la libertad en el laberinto del Minotauro.

Tal vez la Ciencia sea nuestro Hilo de Ariadna en la búsqueda de nuestro yo.


 

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Este error lo apreciamos más aquellos a los que nos tocó una época en la que faltó mucha enseñanza. Es más, la poca que hubo era tendenciosa. O sea que hubo más deformación que formación. Salir de aquel bache fue difícil para muchos. Algunos no salieron.

 

CARTA A LOS EDUCADORES


Los que se dedican a la enseñanza suelen caer con frecuencia en la rutina y pierden con facilidad el sentido de responsabilidad de una labor que debería ser la más importante de todas.

¡Qué difícil es educar y cuánta responsabilidad encierra!

Después que transcurrió toda una vida podemos ver dónde estaba nuestro fallo, ¿pero de qué puede servir cuando ya no se puede corregir el camino que nos marcaron? Empezamos a comprender al final, entendemos cuales fueron los móviles de los que nos manejaron, cuando ya de nada sirve. ¿Quiénes son los responsables de la libertad y de la formación de cada persona?

Es una verdadera fortuna el que nos gobierne alguien capacitado y responsable. Son muchos los que pueden influir en nosotros: padres, profesores, autoridades, amistades; todos ponen un granito de arena en nuestro destino, pero al final somos nosotros los que arrastramos todas las consecuencias. El entorno pesó sobre nosotros sin que fuéramos conscientes de lo que estaba ocurriendo.

Cuando abrimos los ojos a la comprensión de lo que ocurrió y vemos las consecuencias no podemos reclamar a nadie; nadie es responsable. De la formación, o de la falta de ella, manan un montón de las decisiones que tomaremos, y no podemos negar que fuimos nosotros los que decidimos, pero nos gustaría gritar a los cuatro vientos que nosotros no hubiéramos actuado así si hubiéramos recibido una formación que nos hubiera hecho capaces de conocer lo que deberíamos hacer.

¿Quién está suficientemente formado al elegir pareja?

¿Quién tiene criterio suficiente para elegir profesión o estudios?

¿Quién está libre de los prejuicios religiosos, y políticos de cada época?

¿Quién puede emanciparse de la autoridad de los padres en una edad en que no entendemos nada de lo que se nos prohíbe o se nos ordena?

¡Cuántas vidas truncadas, deformadas y desgraciadas a causa de no saber dar cauce a todas esas incógnitas!

Como consecuencia de tantas torpezas se acumulan sobre algunas personas una serie de factores que pocos son los que pueden desligarse de ellos. Salimos a efectuar nuestra ruta cargados de ideas acumuladas por generaciones anteriores, que ellos a su vez también habían heredado, pero todos pagamos individualmente las consecuencias de ellas. ¡Cuántas torpezas!

En nombre de Dios se deforman muchas vidas: no se puede cometer mayor crimen en nombre de una idea tan elevada. Por la patria se sacrifica a mucha juventud para beneficio de unos intereses que nunca están claros. ¡Cuántos crímenes autorizados en nombre de la patria! ¡Cuánta mentira acumulada, cuánta traición a la persona!

Lo más sagrado en la sociedad debería ser el individuo, pero siempre son los intereses de unas minorías y los engaños o los errores de los grupos. Grupos políticos, religiosos, de intereses de consumo, etc.

En nombre de "razas", en nombre de nacionalismos, en nombre de patrias, se olvida que todos los grupos están formados por personas y que éstas únicamente aspiran a ser felices. Sin embargo qué pocos son los planes que se hacen en busca de la felicidad del hombre. Parece que los que se constituyen en autoridades y profesores se olvidan de que ellos también son seres humanos, salvo que tienen la protección que da el poder, la riqueza, o el puesto en la escuela o en la universidad.

En general son la ignorancia y la torpeza lo que nos distingue.

Algunos libros nos descubren caminos, pero nadie nos orienta en la elección de libros; parece que esto es una cuestión puramente personal y casi siempre depende de la suerte o de algunos amigos; pocas veces de profesores y educadores. Aprendemos al final por nuestra cuenta y errores. Quizás no aprendemos nunca.

¿Para qué nos sirve reconocer equivocaciones al final de nuestra vida cuando ya lo tenemos casi todo decidido? Entonces queremos enseñar a los demás, pero la mayoría de las veces nadie nos escucha; son voces sin autoridad. Los únicos que tienen autoridad son los que enseñan a ganar dinero o a conquistar puestos en la sociedad. No es quitarle importancia a esto, es destacar el significado de la otra parte.

La formación de cada persona es una garantía de su felicidad, pero la formación no es solo la encaminada a conocer un oficio o carrera, si no la de hacer de cada individuo un ser adecuado para la convivencia y el entendimiento. ¿Pero dónde se enseñan estas asignaturas?

Podrán decir algunos que ese tema está considerado en las religiones; podría ser verdad si a las religiones no las acompañaran los mitos y los dogmas que nunca faltan. Si se les suprimieran serían muy útiles. No son religiones propiamente dichas las que se enseñan; son fanatismos, que es peor que no enseñar nada. Los fanáticos son personas deformadas por unas ideas irracionales. Además sus arrebatos se contagian a la colectividad. El hombre, cuando actúa en grupos deja de ser quien es, para dejarse llevar por las arengas de los líderes. Los patriotas y los fanáticos son los que más fácilmente forman ejércitos para "convencer" a los que no son fieles a sus ideas, y ya conocemos cuales son estos caminos.

Se enseña a los niños a sentir el orgullo nacional. Por lo visto una línea en un mapa da lugar a que una persona sea más inteligente y mejor en todos los sentidos que los que nacieron al otro lado de la línea, aunque los separen solo unos metros. ¡Qué enorme poder el de esa línea artificial!

¿Cuándo se creará una asignatura que eduque para la convivencia?

No hay la menor duda de que todos queremos vivir felices. Hasta la persona más inculta y torpe tiene este concepto suficientemente claro. Puede ser inconsciente de lo que persigue y puede que con sus torpezas se cree barreras que le impidan alcanzar esa felicidad, pero su tendencia no admite dudas.

Pero, como en todo, hay excepciones. Somos muy comprensivos y nos entendemos perfectamente con aquellas personas a las que apreciamos, de esto no hay duda. Somos tan comprensivos que a veces admitimos que algunas personas sean egoístas, ciegas e injustas. El amor y la amistad admiten defectos garrafales. No es que se admitan los defectos, es que no se ven. ¿Se puede llamar a eso entendimiento o comprensión?

Por ejemplo, en una discusión creemos que buscamos la verdad, pero la mayoría de las veces lo que perseguimos es el triunfo sobre el adversario. ¿Cómo va a haber entendimiento?

¿Cabe menor deseo de entendimiento? No se pretende ser más moralista que nadie ni de ir derrochando altruismo y generosidad. Nadie, o casi nadie, es así. ¿Cómo voy a comprender la actitud del que me quiere privar de alguna cosa? Si soy yo el que lo consigue, el otro "debe de comprender", ¡faltaría más!

¿Quién nos enseñó a obrar así?

Pocos profesores nos enseñaron a comprender que todos tenemos ciertas obligaciones; muchos nos enseñaron a conocer nuestros derechos.

Enseñar a los enseñantes debería ser el primer paso de todas las sociedades.

¡Qué pena que nos falte tiempo! ¿Pero cuál es el tiempo que nos falta? Algunas vece lo perdemos. Otras lo derrochamos. Muchas veces no nos damos cuenta del tiempo que pasa. Es el único tesoro que nunca aprendemos a valorar.

 

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CARTA A LOS QUE LES FALTA TIEMPO



 

Los eternos ocupados, aquellos que no tienen tiempo para nada, viven más el futuro que el presente, sin comprender que el futuro puede no llegar, y que tenemos necesidad de vivir el presente.

¿Cuánto tiempo del que vivimos es realmente nuestro?

Se podría hacer una estimación del tiempo libre de una persona que realice un trabajo normal. Se pueden considerar ocho horas de jornada de trabajo, dos de desplazamientos, ocho horas de sueño, un par de ellas para el aseo, desayuno y comidas. Aparte hay también una serie de obligaciones familiares; compras, etc. que si se tienen en cuenta pedirían a gritos un día con veintiocho horas. Siendo bastante optimistas se podría pensar que a una persona que realice un trabajo normal le pueden quedar un par de horas diarias.

Esto supondría unos treinta días al año, y para una persona que viva unos setenta años pueden significar aproximadamente unos cinco años libres en toda su vida. A pesar de ello hay que luchar bastante para que esos cinco años sean de verdad nuestros. Porque hasta ahora hemos hablado de libertad física. Pero si nuestra "materia gris" se tiene que dedicar a ver la forma de llegar a fin de mes, y a otros problemas similares, la realidad es que no nos queda ni un segundo libre.

Hay una cosa muy importante y es considerar cual es nuestra capacidad para librarnos de una vida rutinaria, y para superar una serie de obstáculos que nos ponen a cada paso. Por ejemplo: ¿cuántas horas se lleva la tele? ¿y la reunión de la comunidad de vecinos? ¿y la copa con el amigo? ¿y el coche? ¿y... ?, cada cual puede añadir lo que quiera; no hace falta mucha imaginación para completar la lista.

Hay algunas personas que necesitan de nosotros, así como nosotros tenemos que ceder algún tiempo a ellos. No se puede decir que esto no sea parte de la vida, pero tampoco se puede decir que sea nuestra totalmente. Porque lo que importa es el tiempo que podemos llamar nuestro; el que no tenemos que dedicar a nadie. Si se hiciera una "vida patrón" del ciudadano medio, casi todos quedaríamos dentro del tiempo libre que hemos estimado. Es preciso hacer verdaderos esfuerzos para ser libres de verdad.

Por desgracia hay muchos que ni siquiera se dan cuenta de que no tienen tiempo, nunca se han parado a pensarlo.

El que quiera analizar esto y se haga el propósito de decir que va a dedicar algún tiempo para sí mismo, es probable que se encuentre con el dilema de que, además, no sabe a qué dedicar "su tiempo" y se plantee la pregunta de a qué se puede llamar vivir su vida. Casi se puede decir que esta pregunta tiene una respuesta diferente para cada uno.

Un filósofo diría que hay algo que está por encima de todo: el pensamiento. Deberíamos dedicar casi todo lo que nos permita nuestro tiempo libre, a pensar. Pensar es liberarnos de todo lo material. Liberarnos de la rutina, olvidarnos de ese trabajo que la mayoría de las veces no nos agrada.

Pensar es movernos en el infinito, dijo Lacordaire.

Toda la historia de la filosofía no ha tratado "nada más" que de esto. Sin embargo la mayoría rehúye sobre todo el pensar en lo que significa su vida. Pensar en ella nos lleva a la admiración, al asombro, al desconcierto. Pero de todas formas, pensar nos lleva al deseo de conocer, al interés por no dejar pasar un solo segundo sin hacernos preguntas. Dicen que aquél que plantea preguntas ha dado ya el primer paso para su solución.

Muchas veces se repiten delante de nuestros ojos muchos fenómenos que no empiezan a "existir" hasta que no nos damos cuenta de que no sabemos por qué ocurre aquello.

Tenemos que vivir nuestro escaso tiempo libre y dedicarlo a nosotros. En este terreno debemos ser egoístas. En los libros hay muchos caminos; cada cual puede elegir el suyo. Son vidas que sacaron a la luz sus muchas horas dedicadas a pensar. Si alguien dice que no llegaron a afirmar nada, se puede también decir que menos aún afirma el que deja pasar las horas en blanco. Los prejuicios que nos marcaron los que nos precedieron, o la falta de imaginación para iniciar nuestro camino son peores que la mayoría de los libros que existen, por deficientes que estos puedan ser.

La soledad es encontrarse con uno mismo y cuando el silencio impera nace una conversación con nosotros o con el libro, que es como hablar con todos. Cuando comienza un diálogo de este tipo, todo el tiempo libre es corto. Entonces es cuando apreciamos la cantidad de tiempo que nos roban muchas cosas que no tienen importancia.

Debemos de ser avaros con nuestro tiempo. Y no olvidar la frase que dice:

Vivir no es echarle años a la vida, sino vida a los años.

Y esos años "con vida" tenemos que tomarlos de los pocos que vivimos de "nuestro tiempo". Si meditamos sobre esto nos asombra ver qué cantidad de tiempo perdemos muchas veces, o nos lo hacen perder otros.


 

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Si respondemos al deseo de escribir podemos comunicar con otros aunque no lleguemos a satisfacer a todos. Pero habremos dado un paso para que otros avancen más.

 

EL DESEO DE ESCRIBIR



Escribir es un deseo. Muchas veces nos preguntamos por qué escribimos y para quién. Es simplemente un ansia de comunicar.

Tanto el leer como el escribir son un desahogo y al mismo tiempo una comunicación.

No sé hasta qué punto lo que escribimos podrá, en un momento dado, servir a alguien cumpliendo alguno de esos objetivos. Pero no cabe duda de que, como todos tenemos una serie de épocas de nuestra vida en las que se repiten los mismos problemas, es posible que alguien se pueda sentir partícipe de la misma preocupación en un momento dado. En esos momentos son en los que entendemos aquel libro que antes tenía poco significado. Es como si se abrieran por primera vez nuestros sentidos. En la vida de cada uno despertamos al arte, al pensamiento o al sentimiento y creemos que todo ha aparecido de repente. Pasado algún tiempo recapacitamos y comprendemos que el arte siempre estuvo allí y que los sentimientos y el pensamiento no son exclusivas nuestras, son de todos aquellos que supieron transmitirlos por los medios a su alcance.

La calidad, la belleza o la perfección con que se transmiten esas ideas o sentimientos, es una cuestión en la que hay que admitir que algunos tienen un don que les permite que su mensaje pase a través del tiempo sin que pierdan actualidad.

La belleza y la verdad no tienen tiempo; sólo aquello que se llama moda decae y vuelve a nacer otra. Lo que tiene un fondo, aquello que inquieta y preocupa, o lo que es problema de todos, no tiene época. Mientras exista la vida, los problemas y las inquietudes no se perderán, y las respuestas a cualquier forma del arte o de un sentimiento serán similares. Todos estamos unidos por los mismos lazos. Todo lo que nos haga comprender, todo lo que nos conmueva o nos haga sentir algo de felicidad, es un patrimonio que tomamos de los que tuvieron el privilegio de saber trasmitir aquello que todos sentimos, aunque no todos sepamos expresarlo adecuadamente.

Hay veces que leemos un libro que llega a emocionarnos. No cabe duda de que el autor debió sentirlo durante toda su vida, ya que era el resultado de su experiencia. Hay libros que se convierten en parte de nuestra vida. Cada cual habrá tenido algún día la satisfacción de encontrar aquel libro que le hizo olvidar algunos momentos más o menos desagradables. Cuando esto ocurre es cuando valoramos lo que aquella persona hizo por nosotros al transmitirnos su mensaje.

Son las palabras que nos dirige un amigo al que no llegamos a conocer. También son las que nosotros debemos dirigir al que nos siga, aunque tampoco lleguemos a conocerlo.

Admitimos como verdad, por muy relativa que ella sea, aquello que sirve de consuelo para muchos.

Lo que podamos decir tiene que entenderlo cualquiera que trate de buscarle explicación al mismo problema de su vida.

La capacidad de expresión es la que nos permite definir un hecho determinado en su justa medida. De esta forma podemos definir épocas y también "verdades" de otras épocas. El tiempo hace una selección en general y, al igual que el tiempo selecciona la mejor música, al final quedará también lo que es admitido por todos en sus escritos. Ese es el significado que puede tener descubrir que aquello que escribimos un día pudo hacerlo otro con las mismas inquietudes.

Cuando subimos a una montaña siempre esperamos poder divisar desde su cumbre todo el horizonte. La mayor parte de las veces nos encontramos que existe otro pico que nos oculta parte de él. Con los libros y con el conocimiento nos ocurre algo parecido. Cuando leemos uno que nos parece el definitivo, parece que hay un trozo de lo que queríamos conocer que queda oculto a nuestro entendimiento. Cada libro nos conduce a otro de más alcance, al igual que cada pico nos descubre que hay otro más alto. Y aunque llegáramos a dominar todo el horizonte, comprenderíamos que detrás del mismo se extiende otro horizonte. Los “picos” del conocimiento siempre están ocultos por otros. Nunca habrá un fin para la búsqueda, y por eso, aunque se hayan escrito muchos libros, y escalado muchas montañas, siempre habrá algún sendero por explorar que pueda conducirnos a una nueva cumbre que nos permita ganar altura en un tema.

En el "planeta de la imaginación" puede haber un quehacer para los inquietos que no se conforman con la vida pasiva. Aunque la actividad sea modesta, y aunque sintamos el ridículo de descubrir que aquél camino ya había sido recorrido, no debemos desistir. Los deseos de escribir, por intensos que sean, no lo son todo porque existen muchas limitaciones.

Cada vez que leemos un libro tenemos el sentimiento de que ya está dicho todo; que llegamos tarde. Sólo tenemos la oportunidad de revivir aquello que dijo el autor, compartir sus ideas y establecer un diálogo Comprobar que esa inquietud que nosotros teníamos ya fue vivida y expresada por otro.

Ese mismo afán de comunicarnos con quien sea, nos hace sentir el deseo de escribir. No va dirigido a nadie ni se hace para el que esté a nuestro lado. Se hace para todo el que se acerque a esa idea que sentimos en ese momento. Pero a pesar de todo, el deseo es irrefrenable a veces. Muchos habrán escrito bastantes papeles que no llegarán a manos del destinatario. Es como el espíritu de la colmena; una fuerza que nos impulsa a hacer algo cuyo conjunto no conocemos.

En la música hay obras perfectas. Pero también hay obras sencillas que nos transmiten algo que es difícil de definir. Algo que nos hace vibrar, como vibran las cuerdas de una misma guitarra próximas a las que se pulsaron. Son "resonancias" de un alma con otra. Eso es lo que busca normalmente el hombre

Leo y releo mil veces aquella frase que me dice lo que yo necesito en un momento dado y cuando la medito me siento calmado como el sediento se calma cuando encuentra el agua que lo salva. Los hombres tenemos hambre y sed de verdades, pero tenemos verdadera necesidad, y necesidad mortal, de consuelo y de comprensión. Y estos se transmiten con sentimientos.

La belleza la vemos y la admiramos. La comprendemos en un momento de serenidad. Es posible que la perfección sea un recreo para el alma, pero cuando ésta se halla perpleja y desconcertada nuestra mirada pasa de largo ante lo perfecto y busca un sentimiento cercano, una mano amiga.

Eso es lo que buscamos los que no somos sabios. Buscamos más al ser humano que al entendido.

Luego, pasada la tormenta, podré ser capaz de saborear la obra perfecta. Será como un descanso, como un regalo que se le hace a aquél que pasó un mal trago. Al artista, al poeta, al soñador, los apreciamos en nuestros momentos tristes. Al sabio, al entendido, le agradecemos su ayuda y los beneficios que nos puedan proporcionar; pero después de haber recibido la ayuda de los primeros.

El lenguaje que "comunica" ayuda más que el lenguaje perfecto.

Cuando algunas personas tratan de algo que nosotros hemos vivido y hemos intentado definir, vemos la diferencia que existe entre querer y poder. Nosotros podemos desearlo intensamente. Otros pudieron hacerlo con magistral capacidad. En eso radica la diferencia.

No hace falta decir una gran verdad; solo es preciso saber decir lo que se siente. Lo que se diga no va dirigido a nadie, pero el que sienta algo parecido en un momento dado cuando tome el libro entre sus manos, volverá a sentir el placer del que lo escribió y sabrá que fue escrito “para él”.

El lenguaje es siempre más pobre que el sentimiento. La idea es más rica que su ejecución. La imaginación es más poderosa que la descripción. Siempre nos sentimos defraudados cuando sustituimos nuestros pensamientos por palabras.

¡Cuántas cosas quisiéramos decir y qué pocas decimos!

¡Qué bonitas son las palabras y la forma en que las ordenamos, antes de que salgan de nosotros!

Hacer eso no es el fruto del perfeccionamiento. Tiene que existir una cualidad básica y sobre ella se construye el hábito. No se aprende a sentir. Se siente y después se expresa. Aunque la calidad puede mejorarlo indudablemente. Es la diferencia que hay entre el genio y el receptor de su obra. Nosotros somos espectadores, somos los que disfrutamos de su creación.

El genio nace; los demás tenemos que "hacernos" para lograr entenderlo. Él toma los materiales; mármol, lienzo o papel, y crea. Nosotros, cuando vemos el resultado, nos sentimos transportados por un momento a su mundo, y sentiremos aquello. Vivimos de las oportunidades que ellos nos dan. Agradecemos aquello, pero no necesitamos ni podemos pagarlo. Ellos tienen su compensación en su propia obra. No hay nada en el mundo que pueda pagarlo. Esa capacidad de expresar les permite a ellos hacernos llegar muchos mensajes. Es una suerte encontrarlos y disfrutarlos. Nuestro secreto y nuestro tesoro es compartir la grandeza que ellos supieron dejar y responder a ese deseo de escribir.


 

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Leer es una necesidad. Aquellos que no la hayan satisfecho podrán seguir viviendo, no hay duda. Pero a su vida le faltará algo que ellos no apreciarán. Es un sexto sentido no material. Ser ciego debe ser algo terrible, nadie le podrá describir lo que es la belleza en cualquiera de sus formas. Por comparación, ser ignorante es algo como tratar de “hacer ver” a alguien que existe un mundo sin límites al que no puede acceder por propia voluntad. Existen unas gafas que se llaman libros y que se pueden comprar en cualquier “óptica”.

 

LA NECESIDAD DE LEER
 

En este momento estoy disfrutando de la lectura de un libro que se titula El infinito en todas direcciones, de Freeman Dyson. No puedo describir el libro porque es difícil hacer un resumen de algo que, página tras página, me mantuvo interesado durante toda su lectura. Es algo apasionante. En la contraportada hay un pequeño resumen que da una idea de lo que trata.

Podría dar cita de los muchos párrafos que me mantuvieron atado al libro durante varios días, no es posible comentarlo todo. Cada vez que abría el libro, me adentraba en él e iba descubriendo ideas y fantasías.

Cuando estamos dentro de un libro de este tipo, nos ausentamos de nuestra vida. Es la acción de aumentar nuestra mente con las ideas de otros. Las meditaciones de un gran pensador nos despiertan a ideas que difícilmente hubiéramos alcanzado nosotros. Lo mismo que las narraciones de un viajero nos llevarían a tierras que posiblemente nunca pudiéramos pisar.

Al cambiar de libros podemos cambiar de temas, podemos pasar de un mundo a otro, podemos interrumpirlo en cualquier momento, podemos sentirnos libres olvidando las preocupaciones. Siempre que abrimos un libro estamos enriqueciendo nuestros conocimientos; además los estamos dirigiendo hacia el lugar que queremos, nadie nos obliga a escoger nuestra lectura, solo nos podrán recomendar algunas, pero esto, salvo ocasiones, siempre se suele dar del que más conoce al que menos experiencia tiene, y entonces es aceptable la imposición, es más bien una ventaja, un favor que nos hacen.

Los que no sienten atracción por la lectura no conocen "los mundos" que se pierden. Mundos de ciencia, de arte, de fantasías; no hay limitación de temas. Recuerdo las lecturas de las novelas de Julio Verne en mi niñez como algo vivido, También, ya de mayor, muchos libros me han mantenido algunos días, suspenso de su lectura.

En el libro citado, Dyson habla del origen de la vida. Aunque no conozcamos algunos puntos, él expone las teorías que existen. Gracias a él podemos conocer la evolución de las muchas formas que ha tomado la vida.

Dice que el origen de la vida es un hecho tan común como el de la muerte. Si nuestras células dejan de cumplir con su misión, aparece la muerte; ellas son ajenas a la organización de los muchos miles de millones de células que forman nuestro organismo.

De todas formas, aunque se traten temas que nos resulten desagradables, en un libro siempre hay materia para disfrutar y para pensar.

Ya sabemos que no podemos imponer nuestras normas a los demás, pero sí tenemos la necesidad de defender el mundo en el que nos movemos cuando nos consideramos satisfechos de él.

Comprendo a los pensadores que han dejado sus horas de cavilaciones reflejadas en los libros. En momentos de silencio, sobre todo en la noche, veo este panorama de los libros como una oportunidad que se nos brinda para salir de la rutina de los días.

Los libros son la comunicación con toda la humanidad. Podemos saber cómo actuaron y cómo pensaron los que nos precedieron y también podemos dejar nuestras impresiones para que los que nos sigan conozcan cómo era nuestra vida y nuestra época. Podemos vivir solos, pero no sentirnos solos. Gracias a los libros; tenemos con nosotros las ideas y sentimientos de muchas personas; además, cuando estamos solos y escribimos, es cuando podemos expresar aquellas que cosas tendrán significado para los que se encuentren también solos en el futuro. Estamos llenando nuestra soledad y las de otros.

Sé que esto no es más que sumar una idea a las muchas que se pueden decir acerca de lo que nos mueve a la lectura. Son tantas, que cada cual tiene que recordar lo que algunos libros le hicieron sentir.

Se gana experiencia con los libros lo mismo que se gana experiencia viviendo. A medida que pasan los años vamos aprendiendo de todas las personas y del ambiente que nos rodea, pero si valoramos esta experiencia vemos que son avances limitados, tanto personales como sociales. Los que tuvimos la suerte de iniciarnos a tiempo en la lectura, vemos que la experiencia que se gana en este camino es inmensamente mayor que la que puede proporcionar el trato con los demás. Cada libro suele ser la experiencia o las vivencias de algunos años de una persona, cuando no de toda su vida.

En los libros de la historia o de la ciencia se encuentran “comprimidos” a veces cientos de años y los podemos asimilar en un limitado periodo de tiempo.

Los mundos del pensamiento están encerrados en las bibliotecas a la espera del que quiera pasearse por esa fantasía acumulada a lo largo de muchos años. Reviviéndolos podemos hacerlos nuestros. No existen límites en el tiempo para alcanzar todo lo pensado por el ser humano desde que comenzó a pintar en las paredes de las cavernas o a dejar constancia en sus monumentos y tumbas. Un libro de divulgación científica sobre astronomía o biología nos pueden llevar a unas distancias increíbles en el espacio o en la evolución de nuestra especie y en las posibilidades de la vida fuera de nuestro planeta. El análisis de la materia en la forma que se está realizando en los aceleradores de partículas hoy día, nos puede hacer imaginar, aunque no tengamos certezas ni conocimientos suficientes, lo que ocurre en el universo entero a través de las transformaciones de la materia en las estrellas.

Cualquier científico o filósofo nos puede llevar de la mano, con la ayuda de sus libros hasta donde sus conocimientos e imaginación han llegado a través de muchas horas de estudio o de ensayos; nosotros solo tenemos que seguirlos. Ninguna persona por sus propios medios puede llegar a recorrer todos los caminos del saber; pero sí a informarse con la lectura.

Hay quien lee poco y quien no lee nada; se sienten satisfechos porque no tienen noción de lo que pierden.

El que nunca leyó tendrá que aceptar las imposiciones de su ambiente y sus necesidades sin más posibilidades.

Esto no quiere decir que la felicidad vaya a acompañar a unos o a otros: la felicidad es una lotería en la que todos jugamos pero que no a todos alcanza. Pero de los conocimientos emana una especie de felicidad que atenúa los a veces inmerecidos “premios” de la suerte.

Podrá empañarse nuestra felicidad si nuestros medios de vida no son suficientes. Pero siempre habrá una “compensación” en los libros.

¿Se puede pedir más en nuestro limitado tiempo de vida?


 

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Siempre ambicionamos tener tiempo para dedicarlo a nuestra vocación y durante mucho tiempo en la vida tuvimos que dedicarle casi todo el tiempo a la rutina que nos permitía cubrir nuestras necesidades. Solamente aceptábamos alguna pérdida de tiempo cuando dentro de nuestro trabajo aparecía algo de interés. Cada cual sabe apreciar cuáles fueron aquellos momentos. En el fondo de “nuestra alma” siempre estaba latente nuestra verdadera vocación. Una hoja en blanco nos pedía a gritos que volcáramos en ella todo lo que salía de nuestra mente. Sólo después y durante muchas horas de soledad y silencio abríamos nuestra válvula y dejábamos salir todo lo que se había acumulado durante las horas de rutina a la que nos obligaron las necesidades durante toda la vida. Eso ocurrió cuando apareció aquella palabra que se llama jubilación y que significó libertad para unos y desconcierto para otros. Aquellos para los que apareció la fatídica pregunta de: ¿y ahora para qué sirvo? Habría que responderle a gritos: sirve para lo que eres de verdad. Si no tienes vocación no sirves para nada. Terrible doble valor la de la palabra jubilación. Riqueza para algunos. Miseria para otros.

 

CARTA A LOS OCIOSOS
 

Esta carta va dirigida a aquellos que tienen necesidad de un trabajo rutinario o de la compañía de alguien, para no aburrirse. Son muchos los que no saben qué hacer con su tiempo cuando les llega esa jubilación; no se dan cuenta de que en realidad es cuando de verdad son libres. Antes, por muy importante que fuera su trabajo, eran esclavos de la rutina.

Hay un libro de B. Russell titulado Elogio de la ociosidad y otro de Michael Shallis que se titula El ídolo de silicio.

Casi siempre que hablamos de ociosidad pensamos en el individuo que se dedica a "no hacer nada", en los conceptos de vagancia o molicie.

Estar libre de un trabajo obligado por la necesidad no tiene por qué ser hacer el vago. Se puede disponer del tiempo no solo para perderlo, sino para sacarle partido en muchos sentidos. Al poder disponer de él libremente podemos disfrutarlo a nuestro antojo y de acuerdo con nuestras aficiones.

Si hubiéramos podido trabajar dedicándonos a algo de nuestro agrado, o sea por vocación, quizás hubiera sido una de las satisfacciones más grandes a las que hubiéramos podido aspirar. No es lo mismo trabajar para "llenar nuestra vida" que trabajar por necesidad.

Este es el tema que desarrolla B. Russell en el libro indicado.

El otro libro de Shallis trata sobre las consecuencias de la informática en la sociedad del futuro. A causa de la capacidad de trabajo tan enorme de los ordenadores y de las posibilidades de dirigir a los robots en el trabajo físico, es posible que cada vez se incremente más el tiempo de ocio del hombre. Esto dará lugar cada vez más a enfrentarnos con la posibilidad de dedicar nuestra vida a esas cosas que más de uno ha ambicionado en muchas ocasiones.

Esto es maravilloso visto de esta forma. No lo es tanto si se consideran, como dice el autor, las consecuencias que puede tener en el número de parados cada vez más creciente. Puede ser una hecatombe para la sociedad. Son muchos los razonamientos que hace él para poder enumerarlos aquí. Tampoco es el objetivo de este tema. Es más bien la idea de enlazar el tema del uso del ocio, de acuerdo con las ideas de B. Russell y con las posibilidades de disfrutarlo en la sociedad del futuro, que se supone lo tendrá en abundancia como consecuencia de los ordenadores y los robots. Es de esperar que la organización de la sociedad sea también distinta de la actual. O sea que esa riqueza y ese tiempo libre pueda ser disfrutado por todos. De no ser así podría resultar algo muy negativo e insostenible. Y también peligroso.

Parece que disfrutar de tiempo libre en abundancia es la cosa más placentera del mundo. Sin embargo la experiencia demuestra que en muchos casos no es así. Todos nos alegramos enormemente cuando llegan las vacaciones. Pero es posible que a muchos, si se les prolongaran indefinidamente, llegara un momento que les resultaran "poco soportables". La ociosidad continuada, no espoleada por ninguna necesidad o por alguna afición interesante, no es fácil de llevar por todas las personas.

Supongamos un caso imaginario; vamos a eliminar el factor dinero. Es decir una persona que tiene las necesidades cubiertas y un pequeño margen que le permita cierta libertad y algunos caprichos.

Si esta persona no tiene imaginación, formación y capacidad para emprender algo, es muy posible que algunas rutinas se le hagan insoportables y que se sacie con facilidad de ciertos caprichos. La mayor parte de las personas cifran su felicidad en el derroche de mucho dinero y en la satisfacción de extravagancias y excentricidades.

En la mayor parte de las ocasiones nos libramos del vacío que produce la rutina porque tenemos un trabajo que nos absorbe; muchos no serían capaces de superar una ociosidad prolongada. Se precisa algo más que pasatiempos, que es a lo que se recurre con más frecuencia.

El ser humano necesita de algunos motivos para mantener un interés para vivir cada día. Es más, muchos motivos necesitan ser renovados, o bien tropezar con dificultades que le sirvan de acicate. Cuando algo se opone a nuestra voluntad, sirve de estímulo. Es la mente, y no las satisfacciones físicas, la que mantiene un grado de interés suficiente para que al despertarnos cada día no tengamos que preguntarnos (a veces con cierto recelo), ¿qué voy a hacer hoy?

Están libres de esta preocupación aquellos que se dedican a una actividad artística o al estudio de cualquier tema por su propio interés y no por necesidad. También los que se entregan a algún ideal, e incluso los que inician empresas de cualquier tipo. En una palabra aquellos que sienten una inquietud acerca de algo por lo que trabajarían aunque no recibieran dinero.

Quiero dar a entender con esto la imagen que nos pintan de un individuo permanentemente tendido en una playa tropical, con un refresco en la mano y despreocupado de todo. Esto no es fácil de mantener por mucho tiempo. Y sobre todo por cierta clase de personas. A la larga les llegaría el aburrimiento.

Según los tipos de personas, se podrían dividir en dos grupos de acuerdo con el peligro que les acecha. Uno es el de aquellos que se dedican a pensar en la vida y su destino. A estos les conviene trabajar o buscarse algún objetivo para no pensar demasiado. Otros son los que no piensan en nada. A estos les conviene el trabajo para no aburrirse, que es el polo opuesto. El hombre necesita dedicar su vida a algo, y ese algo se lo da casi siempre ese trabajo del que tanto reniega. Para estar ociosos hacen falta unas cualidades que generalmente no abundan. Ocio positivo le llaman al saber ocupar nuestro tiempo en algo que nos produzca satisfacción.

No es lo mismo ser un vago, que no tener nada que hacer como obligación. Hay quien "tiene que trabajar" por fuerza y es un vago de naturaleza. Y por contra hay quienes no tienen un trabajo obligado y mantienen una actividad digna.

La palabra vocación resulta casi sagrada. Tendría que ser asignada sólo a aquellos privilegiados que la merecen. Para estos la ociosidad no existe y en su vocación está el destino de su vida.

B. Russell define en su libro todos los problemas que suponen la ociosidad y sería preciso copiar página a página su libro para comprenderlos. No es tan fácil como parece organizar una sociedad ociosa. Independientemente está por encima de todo el problema económico, que es el que realmente gobierna las sociedades.

Tenemos que aprender a usar nuestro tiempo por propia iniciativa. Pero si delegamos en la sociedad no tenemos ningún derecho a protestar si no nos van bien las cosas. Pierde intimidad e interés todo aquello que tiene que ser organizado por otros.

No recuerdo de quién es la frase siguiente:

En la actividad concentrada y reflexiva, el hombre se repliega sobre sí mismo y se sostiene a sí mismo ante ciertos avatares históricos que le desbordan. Busca la autarquía y se refugia en el yo interior, desvinculándose del mundo y de la sociedad.

No tenemos por qué buscar la solución a nuestros problemas en la sociedad, sino en nosotros mismos. Pero para ello necesitamos una preparación previa que no se consigue nada más que con la constancia en nuestra formación. Ni el artista ni el científico necesitan de nadie para su obra; sólo de libertad para poder actuar.

Pero nuestra libertad nos obliga actuar por impulsos propios y estos impulsos tienen que estar motivados por algo que existe en nuestro interior, algo que se fue acumulando poco a poco. La acumulación que realiza el tiempo en nosotros se puede comparar a la que ocurre en un pozo. Cuando nacemos está recién abierto y vacío. A medida que vamos recibiendo conocimientos se irá inundando. Según el nivel que alcance nos permitirá sentirnos satisfechos. De la misma forma que en un pozo, los conocimientos dependerán del terreno en el que estemos asentados. Las aguas podrán ser abundantes y claras o escasas y turbias. Afortunadamente tenemos la posibilidad de cambiar de terreno y asentarnos en otro ambiente, aunque sea difícil a veces. Esto se consigue mediante la formación. Pero cuando esto se puede hacer ya llevamos algo de la fuente original. Al final hay quien puede ofrecer de beber a los suyos y a los viajeros, esta quizás sea una de las satisfacciones que pueden dar sentido a la vida.

Con este sentimiento creemos que hemos dejado una herencia fantástica. De no hacerlo, sentimos vacías nuestras vidas. Vivimos la vida porque la tenemos sin más alternativa. Es una justificación que nos damos a nosotros mismos. Tratamos de hacer algo que parezca que tiene sentido, que nos dé la sensación de que no sólo hemos cumplido con nuestra obligación con la sociedad y con la familia. Nada de esto satisface al ocioso aburrido. Sólo aquellos que llegaron a desarrollar alguna labor satisfactoria en las ciencias o en las artes se sienten satisfechos. En nuestro afán de darle un sentido al tiempo "gastado", tratamos de dejar nuestra herencia. Es una de las cuestiones que más nos preocupan: qué hacer que nos proporcione la sensación de que nuestro pozo no lo habíamos llenado para nada.

Los más inquietos sentimos que nuestras aguas no nos calman la sed. Hemos llenado nuestro pozo a rebosar, pero a veces seguimos sedientos, y además nadie se acerca a beber. El conocimiento es una satisfacción en sí, pero nada más. Podemos hacer de él un objetivo y ofrecerlo a los que les pueda interesar.

La sed de conocer será el afán principal para nosotros, y el poder ofrecerlo a los demás la máxima satisfacción.


 

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Mi mayor deseo es el de transmitir a otros lo que yo sentí como aficionado. Fue una cosa vivida y como tal trato de transmitirla.

 

AFICIONES

He sido aficionado a la Astronomía.

Decir esto no parece significar mucho, porque existen aficionados a muchas materias sin que esto asombre a nadie.

No obstante llegué tener un pequeño observatorio en una aldea de la sierra. Esta aldea tenía una “población” de 4 habitantes oficiales. En la mayoría de las ocasiones los otros habitantes se acostaban temprano porque cuidaban el ganado y tenían que madrugar.

¿Por qué doy esta pequeña introducción?

Porqué deseo describir la sensación que produce el sentirse solo en el silencio de la noche, en la sierra, teniendo por compañía la soledad y por “alumbrado” un enjambre de puntos luminosos a los que se les suele llamar estrellas.

Describir este sentimiento es muy difícil. A altas horas de la madrugada se experimenta algo que se podría definir como miedo, como impotencia ante tanta grandeza, como estar cerca de eso que el hombre llamó dios, para justificar su desconcierto ante lo que para él no tenía explicación.

El hombre primitivo miraría al mismo cielo que nosotros vemos hoy, pero sólo con el asombro que da la ignorancia. Pero hoy lo vemos con mayor asombro porque unimos a esa idea la infinita grandeza que podemos sumar con el “conocimiento” del infinito que desconocemos que se oculta tras ese maravilloso enjambre de miríadas de estrellas y tras la negrura que se oculta detrás de ellas.

Si tras esta breve descripción he podido llegar a producir algún estremecimiento a otro, quiero expresar que lo experimentado por mí en mi silencio y en mi soledad fue algo distinto, porque fue algo vivido. Y lo vivido no se puede experimentar nada más que viviéndolo. No se puede transmitir.

Fui aficionado a la Astronomía durante algunos años.

En una ocasión encontré una definición bastante acertada a lo que significa sentir esta afición y la transcribo, porque alguien supo decir lo que yo no soy capaz de hacer.

 

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EL AFICIONADO A LA ASTRONOMÍA



 

Ser un simple aficionado no es una gran cosa a los ojos de los demás.

Realmente él no espera realizar una labor destacada y mucho menos hacer un descubrimiento que asombre al mundo.

Sabe, que con los medios de que dispone, y sobre todo hoy, lo suyo solo puede ser, en el mejor de los casos, una colaboración modesta. Y sobre todo totalmente desinteresada.

Lo que se puede descubrir actualmente solo está al alcance de los instrumentos más potentes y en colaboraciones internacionales. Esto también lo sabe él.

Conoce estas cosas y muchas más y no se hace ilusiones.

En la mayoría de los casos su afición le va a costar dinero y sacrificios. Va a pasar frío, le va a robar horas de sueño a la noche. Va a tener que hacer desplazamientos incómodos con sus "maravillosos cacharros".

¿Entonces qué es lo que persigue, qué es lo que espera, por qué insiste este pobre iluso?

No espera nada. Pero sabe que la vida es algo más que esos triunfos que tanto resuenan en el mundo.

Hay satisfacciones que es preciso vivirlas para comprenderlas.

Son aquellas que llevan dentro del trabajo su premio.

¿Pero cuál es "su premio"?

Muy poca cosa.

Ese algo puede ser "simplemente" admirar la negrura infinita del cielo y el contraste con esos diminutos diamantes que pusieron allí y que se llaman estrellas.

No es mucho. Pero quien mira por primera vez al cielo a través de un telescopio, "corre el riesgo", si no se asusta al contemplar esa profundidad negra y sin fondo, de aficionarse a esta locura.

Es una belleza que sobrecoge.

Si tiene imaginación, aparte de conocimientos, cosas que son casi imprescindibles para soñar en este terreno, tendrá que hacer un esfuerzo muy grande para pensar que, de verdad, "aquellas cosas" no son diamantes.

El hombre es incapaz de imaginar algo que no pueda ser deducido por comparaciones. Dar cifras es inútil. Decir que la luz necesita cientos de miles de años para llegar a aquél puntito, no sirve para nada. Si insistimos en decir que la luz recorre trescientos mil kilómetros en un segundo, tampoco ayuda mucho.

Solo si nos machacamos el cerebro y sobre todo si ponemos el corazón en su lugar, comenzaremos a "entender" algo.

Esto es lo que mantiene ésta afición; el corazón y las ilusiones.

Esto es lo que "eleva" al aficionado por encima del profesional en algunas ocasiones.

Esto es lo que hace que algunos aficionados se conviertan en "pequeños filósofos". Mirar al cielo está al alcance de cualquiera; admirarlo, no.

Sentirlo y vivirlo, tampoco.

El aficionado es un científico sin herramientas. Es un artista sin materiales.

Es un "fabricante de ilusiones".

Delante de un cuadro se pueden detener muchas personas, pero no todas verán lo mismo. Unos verán solo el marco, otros los colores, otros la perspectiva, habrán quienes comprendan el motivo; y una minoría se emocionará y compartirá con el autor los momentos que él vivió cuando creó la obra. Esto se llama revivir, es decir volver a vivir.

¿Pero alguien piensa a “quién revive” el aficionado?

Si ante un cuadro alguien se puede emocionar, ¿cómo es posible que quien entienda la obra más grande del Autor más buscado, no sea capaz de "sentir algo"?

Si tratamos de buscar los motivos de la "inspiración del artista", será difícil acertar. Si buscamos el “origen de los materiales”, menos aún.

Si intentamos imaginar las dimensiones y las proporciones de "la obra", es posible que perdamos los conceptos. El aficionado de verdad, tiene que aspirar a eso, no a descubrir una nueva galaxia.

Pero él se siente además científico. Y en parte lo es, porque esta afición conduce al deseo de conocimiento; lo necesita. Hoy se conoce bastante acerca del origen de las estrellas y sobre su evolución. Sabemos que la materia de que está formado nuestro pequeño planeta salió de la explosión de una estrella y que el pequeño "montoncito de materia organizada", que es nuestro cuerpo también partió del mismo lugar.

Y esa materia que es el aficionado, "siente" su origen, lo vive.

Cualquier cosa que podamos ver en nuestro planeta y lo que podamos imaginar fuera de él está empequeñecida por "esta realidad" que se llama universo.

Y esta "especie" que se llama aficionado a la Astronomía se ha interesado en comprender esto. ¿Por qué aspira a tanto?

El habitante de la ciudad moderna no ve casi nunca el cielo de noche.

El aficionado "se sale de la ciudad" desde la azotea de su casa, o desde el campo próximo, y se acerca al cielo. Sueña con muchas más cosas de las que ve, pero no desiste.

El que practica la fotografía nos "asombrará" de vez en cuando con unas "maravillosas" tomas. Pero hay algo que nadie le puede discutir; y es que "aquello" lo hemos hecho nosotros con mucho esfuerzo y con más interés aún. Que de vez en cuando algunas de nuestras obras también tienen su reconocimiento, y sobre todo, que algunos de estos desconocidos han colaborado en algunos trabajos que han servido de base a más de un profesional.

Siempre, sin esperar ninguna compensación, a veces ni siquiera un reconocimiento.

Pocas personas están dispuestas a dar tanto sin esperar nada. Esto es lo que demuestra que la satisfacción debe de ser muy grande. En ocasiones, el solo hecho de localizar aquel objeto que se nos había resistido tanto tiempo. A veces nos olvidamos de todo lo que nos rodea. Acabamos de "descubrir" una galaxia. Estaba allí desde hace miles de millones de años, pero en ese momento es "nuestra".

Hay una inquietud en esta afición que no se suele dar en otros terrenos.

En algunos momentos de soledad y en el silencio de la madrugada, nos sentimos los únicos seres que están de guardia en este mundo a la espera de un mensaje que nos va a llegar del cielo. Un mensaje que nunca llega. Pero nada quita que soñemos mirando al cielo.

En el mundo de la Astronomía hay que sacar a la imaginación de su sitio, fuera de sus límites, lanzarla al espacio, intentar un esfuerzo de titanes. Medir sin elementos de comparación, sentir que por encima de nosotros hay algo que no es alcanzable.

El aficionado tiene que superar al profesional; porque éste tiene que trabajar con cifras y aquí las cifras llegan a no tener significado. El valor de las distancias se las dan el sentimiento y la imaginación.

Motivos no faltan para que después de la observación, objetivo de la salida, nos olvidemos de la "obligación" y comencemos con nuestra verdadera misión; esa que no le está permitida al profesional; mirar a algún lugar que ya conocemos de antemano y que encierra algo que se llama belleza. En la placa fotográfica del gran observatorio, no la hay; en la pantalla del ordenador, tampoco. Solo está en el objetivo del que mira directamente y "siente" aquello, porque ya lo tiene él en su alma a través del ocular.

Si el profesional es de verdad astrónomo, se escapará alguna que otra vez con su pequeño telescopio y se sentirá "aficionado" de sentimiento y sentirá que éste es el ambiente en el que el hombre se hizo las primeras veces las preguntas eternas, esas que no tienen respuesta.

El aficionado a la Astronomía es algo más que un simple observador. Tampoco es el que espera el mensaje ése de que hablábamos. El mensaje lo lleva él en su alma desde antes de nacer. La contemplación es su objetivo principal.

A nadie se le pide justificación si se pasa varias horas en un museo.

¿Por qué se le había de pedir al que está admirando la obra más grande que podemos imaginar?

Todo esto es el aficionado a la Astronomía, aunque algunos lo miren como a un pobre diablo.

Pero las cosas marcharían quizás algo mejor si existieran muchos locos como ellos.

Se perderían algo las ambiciones de dinero y de poder.


 

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No voy a asentar una idea, sino a expresar la mía, con lo cual no voy a asombrar a nadie. Tampoco voy a tranquilizar a nadie con ella. Compartir con los compañeros de viaje el paisaje que yo veo por mi “ventanilla”, aunque ellos vean mejor por la suya.
 

MI CREENCIA

 

Siento a esta edad que he alcanzado, que la idea que supongo a la que habrán llegado una mayoría, es la de que toda creencia no es más que el deseo de que sea verdad aquello que sentimos cuando se acerca nuestro final.

Esta conclusión, que encuentro lógica bajo el punto de vista del sentimiento, es que ese pensamiento que nos acompañó durante toda la vida, no puede desaparecer. Ese “puede” no deja de ser un sentimiento, pero es tan fuerte que ha sido la causa de todas las religiones y pensamientos filosóficos.

Se puede observar meditando sobre el origen y los principios de todas las religiones un factor común: todas tienen un dios que es el único. También tienen un enviado a la vida como representante del mismo dios y unas leyes que, de cumplirse, nos aseguran una segunda vida con más felicidad que la presente. ¿Se puede pedir más para tranquilizar los ánimos de los más profundos o de los más sencillos pensadores? Esta idea reafirmada desde los primeros años, se enraíza de tal manera que es preciso ser muy objetivo y valiente para eliminarla y sustituirla por una realidad que no es tan bonita.

Una de las razones que nos “obligan” a aceptar cualquier idea religiosa es en principio la de que nuestro pensamiento, que es “tan nuestro”, no puede desaparecer. Sentimos el pensamiento en lo más profundo de nuestro ser. De ahí que hayamos creado otra idea que es el alma, la mente, o el contacto con algo superior que nos permita pensar que el pensamiento que nos llega de “fuera”, es algo distinto de este cuerpo que tiene que desaparecer, de acuerdo con una realidad indestructible.

Algunas ideas orientales como el budismo, o el taoísmo tratan de eliminar esa unión con un dios, trasladando el alma de un ser a otro hasta alcanzar la perfección. Los que no comprendemos esa idea a la que ellos le dan tanta superioridad sobre las otras creencias nos preguntamos: ¿elimina eso el sentimiento de la pérdida “total” de la vida? El final del pensamiento continúa siendo el mismo: la nada absoluta que nos acompañó antes de llegar a la vida y a la que tememos llegar de igual manera al final. La nada nos asusta después de haber conocido la vida, porque antes de ella no podíamos haber llegado a la noción del pensamiento. ¿Quién nos puede dar más tranquilidad de ánimo ante las dos nociones de ideas que pregonan las religiones o pensamientos orientales u occidentales?

Creo que ante las ideas de lo infinito o eterno no existen barreras que nos libren de la incertidumbre que es la vida que vivimos y que hemos de perder; pensemos como pensemos y creamos en lo que podamos creer.

Ante este sentimiento final al que arribamos después de una vida más o menos larga, nos sentimos “abandonados” de todas las religiones, aunque desearíamos que alguna de ellas fuera verdadera. ¿Quién nos puede avalar esto en el trance final?

El miedo a la desaparición de nuestra parte física junto a nuestro querido pensamiento ha sido la causa de la creación de todas las religiones, tanto de oriente como de occidente. No existe para nosotros ningún rincón del universo, que tanto nos asombra, donde podamos encontrar respuesta a estas inquietudes que nacieron cuando comenzamos a pensar.

¿Pero cuándo comenzó el ser humano a pensar?

¿Cuándo llegará a tener una idea firme que nos calme?

Posiblemente nunca. Únicamente la nada nos librará de todos los sufrimientos.

Quizás sea el único, aunque débil consuelo.

Otro tema al que he querido dar una explicación es precisamente es:

¿Cuándo comenzamos a pensar?

He tratado de recordar en algunas ocasiones, cuándo sentí que pensaba por primera vez. No hay duda de que la mente “nos la dan en blanco”. Creo que nadie puede firmar que nació pensando. Puede resultarnos extraña esta afirmación.

Personalmente puedo recordar algo de mis primeros años. Pero precisamente esa palabra, “recuerdo” significa que hubo algún hecho, alegre o triste, que quedó grabado en mi mente, sin que esto pudiera significar el principio del pensamiento.

Yo tenía un triciclo que me habrían traído los reyes magos. Jugando con él por el patio de la casa de mi abuela, se me rompió. El hecho de que se rompiera dio lugar a que se grabara en mi pensamiento aquel acontecimiento. Era un contratiempo que se enfrentaba a la idea de aquello no debería ocurrir. ¿Hubiera quedado grabado el mismo momento si no se me hubiera roto aquél juguete? Puedo responder a esta pregunta con un sí o con un no. Decir que no, significa que sólo se graba lo negativo, o sea los desengaños. A partir de aquí, la vida estaría representada por todos los acontecimientos que fueran contrarios a nuestros deseos o a la esperanza de que la felicidad ingenua continuara su camino. O sea que no se me rompiera el juguete. Pero se rompió. Llamémosle a esto el primer paraíso perdido.

Establezco aquí el primer contacto con mi pensamiento y lo sitúo en unos tres o cuatro años. Antes de esa edad parece difícil el pedalear con un juguete de aquel tipo para que llegara aquel acontecimiento.

Un segundo contacto con el pensamiento lo sitúo en la casa de un amigo. Simplemente jugábamos sin ningún contratiempo y allí quedó también grabado el pensamiento. La edad podría ser la misma. Pero al no haber contratiempo, la idea no fue tan firme.

Comentado ese tema con otras personas me han respondido a veces que creen tener ideas de algo a edades muy tempranas. Si es muy difícil para nosotros reconstruir algunos juegos nuestros para sacar pensamientos de ellos, es mucho más difícil aceptar lo que nos puedan aportar los demás.

En el aprendizaje de la lectura no creo recordar siquiera cómo relacionaba y asimilaba el significado de unos garabatos con el de las palabras.

Tienen que haber existido mentes preclaras y otras no pero sería a edades más avanzadas para que nos dieran algo más concreto.

¿Cuándo relacionamos hechos simples con pensamiento, sentimientos o ideas?

Los contratiempos a los que nos hubieran enfrentado los mayores habrán dado lugar a reacciones en las que pretendíamos “justificar” el porqué de aquello ¿esto era ya pensamiento?

Si nos prohibían algo podríamos responder con un llanto producto de un desconcierto. Siempre sería la respuesta de un instinto contrariado. Formamos nuestros criterios a base de tratar de justificar el porqué de las cosas. Trato de justificar con esto que la formación de nuestro carácter y por lo tanto de eso a lo que llamamos pensamiento es debido a las contrariedades sufridas en la infancia y probablemente a edades muy tempranas. Pero cuando se razona ya tenemos deformado en parte, ese cerebro que piensa. Trato de buscar algo que se pudiera llamar pensamiento y que no fueran contratiempos. Los contratiempos más grandes fueron debidos a la frustración de nuestras creencias. Aquellas que deseábamos y que no llegaron a cumplirse.

Ya nos enfrentamos aquí con las primeras religiones que inventamos y que fracasaron también, como todas

Lo que aportan nuestros genes ya no forma parte de este intento de conocer cuándo comenzamos a pensar. Porque si ya venían grabadas en ellos esas ideas de religiones, no sería necesario que nos inculcaran nada sobre ellas los mayores, y sin embargo lo tienen que hacer, y lo hacen, para iniciarnos. Desde pequeños nos enseñan a rezar y a pedir eso que deseamos. Ya no es pensamiento libre.

¿Cómo influye nuestro entorno, y cuándo, para sacarnos del ensimismamiento inicial? Es decir ¿de verdad comenzamos a pensar por iniciativa nuestra alguna vez?

 

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APRENDER A PENSAR

 

¿Aprender a pensar? No parece que se aprenda eso. Se piensa o no, según las circunstancias de cada persona. Se “razona” sobre lo que nos atrae o nos sorprende. Podemos aceptar que de la formación en edades posteriores a la infancia encontremos explicaciones lógicas a nuestras actitudes y también a poder exponer de una forma ordenada estos razonamientos. Pero me veo obligado a pensar que no, que formamos, o deformamos nuestro cerebro y después decimos que aquello era pensamiento.

Podemos conocer a personas que recibieron una formación adecuada y sin embargo no destacaron en el terreno del pensamiento, y al contrario. Otra cosa es ser capaces de transmitir ese pensamiento para que los demás lo compartan. No hay duda de que se puede adquirir calidad de expresión que ayude a comunicar y también a desarrollar un tema, siempre que los conocimientos sean amplios. De la misma manera los conocimientos adquiridos en relación a las ciencias y las artes nos permitirán “adornar” los pensamientos con paisajes que los hagan atractivos. Esto es similar al embellecimiento que podamos hacer de cualquier cosa. Por ejemplo un salón vacío, por muy hermoso que sea, no puede ser tan atractivo como el mismo salón adornado con muebles, lámparas, cuadros y flores. Un pensamiento frío y bien desarrollado, no llegará a la mente de otra persona de la misma manera que lo conseguirá alguien que pueda y sepa acompañarlo con descripciones que levanten sentimientos. A veces un poeta puede superar a un pensador en ser capaz de arrastrar los ánimos de los demás, pero cuando el pensador sabe poner el corazón en lo que dice, será capaz de superar al poeta. Unamuno por ejemplo podrá superar a Kant en sentimiento, aun cuando Kant pueda ser superior a Unamuno en el razonar. Ojalá pudiéramos llegar a los primeros pasos de estos dos pensadores y conocer sus primeras ideas. ¿Eran ya pensamientos? Si hubieran sido simples contratiempos volveríamos a lo dicho al principio: sólo se graban contratiempos, desengaños. Y toda nuestra vida son eso, desengaños.

El pensamiento es libre y puede recorrer todo el universo conocido o por conocer. La idea del infinito no es abarcable para el razonamiento, pero sí para el sentimiento. Y a esta idea pueden llegar tanto el pensador como el poeta, pero por distintos caminos, a veces sin necesidad de escuelas. El conocimiento del ser humano con todas sus glorias y bajezas, podrá ser analizado por la psicología, pero la definición de lo que es un hombre que sufre y se devana los sesos por comprender la vida, lo hace mejor el poeta que el psicólogo. No se puede enseñar a pensar ni a sentir. Sólo se enseña a razonar y a desarrollar temas para estudiar. Y en cuanto a sentir, nunca terminaremos de aprender. Ocurre lo mismo en filosofía que en teología. Un hombre de la calle nos podrá dar una lección de filosofía sin haber leído un solo libro y también alguien que acude a una iglesia podrá “sentir” a Dios más profundamente que el teólogo que se haya pasado la vida estudiándolo. Todo es cuestión de capacidad de sentimiento, entendimiento o como quiera llamársele. ¿Cuándo se aprenden éstos? La escuela de la vida puede encontrarse en la calle, en el taller, en la cocina, e incluso en la cárcel, porque la falta de libertad le da un valor a la libertad que los demás no alcanzan y los límites de muchas circunstancias nos llevan a comprender lo que otros no pueden alcanzar porque su vida no les permitió más. ¿Qué mejor escuela que el sufrimiento o la felicidad? El primero nos hace comprender nuestras limitaciones y la segunda nos permite soñar con paraísos que hemos inventado y de cuya existencia no tenemos ninguna prueba, pero que producen felicidad para muchas personas. Son las verdaderas escuelas en las que el ser humano lo ha aprendido casi todo. Las “revelaciones” no nos han enseñado nada más que a imaginar. Son sueños de grandeza que algunos pensadores nos han desmentido. Y sabemos que se pueden desmentir por medio de razonamientos o por medio de sentimientos, ya que ambos son las herramientas únicas de que disponemos. No creo que existan escuelas para seres superiores; Darwin se encargó de aclarar la clase de superioridad que tenemos y algunos filósofos lo han confirmado después de analizarlo.

Una de las mejores escuelas para el pensamiento es la soledad; en ella todos aprendemos sin necesidad de aprendizajes. Mientras tenemos compañía podemos descansar en otros, aunque ese otro no sea un gran pensador, pero en la soledad no podemos ampararnos en nadie y nos vemos obligados a respondernos a todas las dudas. Otra cuestión es la transmisión de nuestras conclusiones, si es que se puede hablar de conclusiones en este terreno.

La duda sí se puede decir que es eterna para la mente del ser humano.

A la duda no podemos llegar al principio porque no nos dejan los educadores.

¡Cuánta responsabilidad la de ellos!

Pero ellos llegaron allí a causa de la ignorancia de un destino que creíamos que teníamos y que no era cierto.

¿Pero quién sembró esa semilla?

Es ese al que le damos el nombre de “enviado”, para creer que hay alguien detrás de él. A ése es al que buscamos y buscaremos siempre.

Algunos le llaman dios.



 

 

 

 

 

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