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LA FILOSOFÍA VIVIDA: TEXTOS DE MANUEL ROJO PÉREZ
Presentamos al lector algunos textos de Manuel Rojo Pérez, que encarna con ejemplaridad la convicción de los antiguos según la cual la filosofía, ante todo, o es una forma de vida o no es nada. Sin desmerecer el conjunto, algunos textos tienen una intensidad y una calidad literaria fuera de lo común (véase, p. ej., “La carta”). En nombre de los lectores de la Caverna, gracias, Manuel.
ENTROPÍA
Hoy quiero hablar sobre la entropía.Generalmente esta idea se trata como ciencia y se la conoce como la segunda ley de la Termodinámica. En ella se dice poco más o menos que un conjunto dotado de energía (en la forma que sea), cederá esta a su entorno hasta agotarla. Olvidémonos de momento de los detalles que serían más interesantes para el científico, pero que para nuestro caso pueden pasar a un segundo término, de momento.
Todas las cosas se pueden ver desde diferentes puntos de vista. La persona que estudie ciencias llegará a entender la idea y la asimilará para ampliar sus conocimientos o aplicarla en su labor.
Pero si analizamos el fondo de este tema filosóficamente nos olvidaremos de la ciencia y pensaremos en la vida.
Podemos comenzar con un ejemplo simple para llegar paso a paso hasta lo que encierra y abarca este principio que lo comprende todo.
Este ejemplo simple puede ser el hecho de que nos disponemos un día a saborear nuestro café. Comenzamos por calentarlo hasta la temperatura adecuada. A continuación encendemos el televisor o abrimos aquel libro que tanto nos interesa y nos olvidamos del café. Cuando nos acordemos de nuevo de él comprobaremos que se ha enfriado. Lo que ha ocurrido es que “el conjunto café” que estaba dotado de energía en forma de calor lo ha cedido al aire que le circunda hasta que se ha igualado con él. ¡Qué simple! Pero si comprendemos que ya nunca será lo que era, a no ser que pidamos de nuevo energía para volverlo a “su ser”, ya deja de ser simple. Calentarlo es posible en este ejemplo, pero en “otros” no.
Pasemos a un ejemplo distinto.
Las estrellas son “unos conjuntos” dotados de energía (olvidémonos de cifras).
Se forman hasta acumular millones de grados y presiones increíbles (aquí habría que hablar de Astronomía extensamente, pero nos saldríamos de nuestro tema). Poco a poco van cediendo su energía al espacio que las rodea (en este espacio se pueden alcanzar - 273 º C, llamado el cero absoluto). Al final la estrella, como el café, ha perdido toda su energía; ya no “es estrella” y no hay forma de pedir energía para calentarla. (Olvidémonos de las estrellas de segunda generación).
Hay otro ejemplo al que llamamos nuestra vida.
Cuando nacemos somos un “conjunto dotado de energía”. Una energía que, al igual que el café o la estrella, tiene un valor. Usamos ese valor quemándolo, tal como lo hace la estrella, y consumiéndolo en nuestra actividad. Lo agotamos y es tan irrecuperable como cualquier otro conjunto dotado de vida: árbol, planta, animal o ser humano. Todo son transformaciones. Los átomos que forman las estrellas, las diferentes formas de vida o tu café, son idénticos. Son eternos, son siempre los mismos. Sólo cambian las diferentes formas de combinarse para dar origen a unos elementos u otros, pero aquellos que nacieron en lo que llaman “la gran explosión” que dio origen a nuestro Universo son siempre los mismos. Los átomos que forman nuestro organismo, o los del árbol que tenemos a la vista habrán pasado por diferentes etapas y habrán sido un día parte de una estrella o parte de una vida y con el tiempo podrán volver a ser “otras cosas”; una piedra, o la pantalla del ordenador en el que lees este tema. Las ciencias y las ideas filosóficas o religiosas encierran en su conjunto el pensamiento nuestro que trata de comprender dónde están los átomos que nos llevan hasta ese terreno al que llamamos entropía, pero que deja de ser una idea científica para convertirse en las preguntas eternas que hacen que algunos dejen de ser científicos.
La forma en que nuestro organismo consume y repone parte de la energía que recibió en principio, es tema para otro tipo de estudio.
Todo cuanto existe ha pasado por diversas transformaciones de la materia que forma el Universo durante un “tiempo” al que llamamos Eternidad.
Somos parte de ella en el tiempo y en la formación de las vidas.
Y volveremos a ser parte de otras vidas u otras formas de la materia sin conocer ni recordar nada de lo que pasó en esos lapsos de tiempos de la Eternidad ni del caos de un universo que no tiene fin.
¿Para qué sirve que sepamos lo que es la entropía?
¿Para plantearnos más preguntas?
* * *
Mientras más conocemos, más preguntas se enfrentan a nuestras dudas. Cada cual sabrá en que punto frenar para estrellarnos en esa frontera que es infranqueable.
OTRA ENTROPÍA
Estoy leyendo un libro de divulgación científica titulado El código del universo.
Hoy nos parece fantástico el conocimiento que se ha alcanzado acerca del mundo del átomo y su relación, o más bien la falta de relación aparente con nuestro mundo de los sentidos. Esto que ahora nos parece increíble, tal vez mañana hará sonreírse a más de uno. Pero cada cual ha de vivir su época y de acuerdo con ella y con su nivel de conocimientos así será su capacidad de asombro.
En el libro se tratan muchos puntos interesantes y cada uno sería digno de dedicarle un tiempo de análisis y comentarios. Me voy a limitar a un fragmento de uno de sus capítulos en el que se habla de la entropía y del significado de "la flecha del tiempo".
Para nuestro mundo de los sentidos debemos tener en cuenta de que existe una ley en la termodinámica que se cumple siempre. Comencemos con nuestro pequeño mundo. Si tenemos un cuerpo caliente, éste irá cediendo calor a su entorno o a otro cuerpo más frío hasta que se iguale con él como hemos comentado antes. Todo en general tiende a equilibrarse. Una vasija que contenga un gas a presión tenderá a perderlo cuando exista comunicación con el exterior hasta igualarse al mismo. De igual manera la energía de las estrellas tiende a radiarse hacia el espacio que la rodea hasta llegar a terminar su ciclo. Todo en el universo tiende a ello aumentando la entropía hasta llegar en un universo sin vida, a la pérdida total de la energía.
Igualmente nuestro cuerpo; como todo lo que significa vida en todas sus formas.
En todo el mundo existe éste sentido del tiempo que tiende siempre hacia la máxima entropía. A esta dirección se le denomina "la flecha del tiempo", es la dirección hacia la que camina nuestra existencia y que es irreversible. En el macro mundo que conocemos hay una sola dirección para el tiempo, que es la que nos gobierna. En el micro mundo de las partículas atómicas éstas se mueven de una forma aleatoria y para ellas no tiene absolutamente ninguna influencia ni ningún significado esta idea. El autor pone como ejemplo el comportamiento de un balón inflado. En las partículas dentro de él existe un caos de las mismas chocando entre sí y con las paredes interiores del mismo. Para ellas no hay dirección única ni ley que las gobierne. Nosotros solo experimentamos la presión en la superficie exterior como resultado de aquellas partículas que chocan contra las paredes internas. Nuestros sentidos captan sólo un resultado parcial final del mundo que imaginamos. Pero no podemos conocer el comportamiento de una sola partícula ni tampoco el caos interior de todas ellas.
Igualmente experimentamos el fenómeno de la temperatura de un cuerpo como resultado final exterior del movimiento de todas sus partículas. Al igual que estos ejemplos, el autor hace una descripción detallada de otros fenómenos, de los cuales, partiendo del mundo microscópico en el que reina el caos y para el que no existe sentido alguno, se llega al macro mundo en el que la materia nos muestra un resultado que para nosotros sí tiene sentido. Pero hace ver que no se conoce el punto o nivel en el cual comienza a existir un sentido, "una flecha del tiempo" y la cual solo percibimos en nuestro mundo.
La entropía es el resultado de esa trayectoria que marca la dirección hacia la que marcha la materia en su deterioro y nosotros con ella. Todo se descompone, las frutas se pudren, nuestro organismo se agota.
Sin embargo el movimiento de las partículas atómicas, al no tener un sentido, no conocen una dirección de pasado ni de futuro, para ellas todo es igual siempre. Pero cuando están organizadas en nuestro mundo macroscópico, sí tienen ya una dirección que es la que captan nuestros sentidos.
La cuestión que plantea el autor, que es la que nos desconcierta, es ¿a qué nivel desde ese micromundo al nuestro, aumentando gradualmente, comienza a "sentirse" el sentido del tiempo? Es algo como preguntar ¿cuándo comienza a sentirse la vida? El tiempo "nuestro", irreversible, en el que se pudre la fruta o en el que se agota nuestro organismo, no existe en el mundo del átomo, no tiene en él ningún significado.
Cuando capté la idea, que no sé si la habré expresado correctamente y con claridad, fue cuando "sentí" en mi interior que estamos en un mundo que solo existe para nosotros. La materia no tendrá nunca en su interior una flecha del tiempo, será un caos, no existirá para ella un pasado ni un futuro; estas palabras no tienen significado nada más que para nuestra mente.
La vida puede pasar, incluso si el universo es cíclico, y al llegar a un nivel determinado vuelve a retroceder dando lugar al nacimiento de otro mundo nuevo en el que se generen nuevas vidas, todo habrá sido como un sueño que ya pasó y del que no quedará ninguna mente para recordarlo.
En el nivel más bajo de las partículas se crean las propiedades químicas de los átomos y de las moléculas. Las moléculas forman parte de la materia con vida y de la que no la tiene. Los seres humanos reaccionamos de acuerdo con el comportamiento de las moléculas y de las células, y también depende de ellas el orden social y toda la historia.
¿Dónde deja de tener poder el mundo subatómico y dónde disponemos nosotros de ese libre albedrío del que presumimos a veces? ¿Somos siempre juguetes del azar de la materia?
¿Cuándo imponemos nuestra voluntad, y cuándo somos simples reacciones químicas?
¿Es la mente solo el resultado de una organización cada vez más afortunada?
¿Dónde terminará, donde estará el límite de esta progresión?
¿Quién la inició, cómo y de qué manera será ese final?
Podríamos pasarnos la vida planteándonos toda una serie de preguntas; realmente es lo que hacemos.
Cuanto más sepamos más explicaciones les podremos encontrar a algunas de ellas. Pero la realidad es que, aunque nuestros conocimientos nos aclaren muchas dudas, nos van creando otras que son cada vez más difíciles de responder.
* * *
Hay cosas que sentimos y cosas que creemos. A veces es difícil distinguir entre ellas. No podemos analizar nuestro cerebro con el mismo cerebro que produce sus ideas. Nos resulta muy difícil aceptar las conclusiones de los demás.
NUESTRA MENTE
¿Cuándo es “nuestra” eso que llamamos mente?
Desde el mismo momento de nuestro nacimiento, comienza un proceso de asimilación de ideas y sensaciones que van formando, paso a paso, eso que con el tiempo será el mundo de las ideas y de la noción de cómo es el mundo que nos rodea, tanto el mundo material como el de los conceptos o creencias.
En primer lugar la madre o el padre, seguidos por los familiares más cercanos e influyentes. Cuando comenzamos a alejarnos de ese “primer mundo”, serán unos compañeros a los que veremos como diferentes en algunos aspectos. Los profesores nos darán unas instrucciones y unas enseñanzas que asimilaremos más o menos profundamente. En la calle, cuando comencemos a tener contactos en los juegos o en las visitas a otros familiares, apreciaremos, aun cuando no seamos conscientes de ello, otras actividades o formas de “jugar o aprender”.
En las distintas etapas de la enseñanza, a medida que vamos ascendiendo en la escala que lo permita la sociedad y el país al que pertenecemos, nos mostrarán los distintos prejuicios que están arraigados en ese lugar del planeta en el que nos tocó nacer.
Todas las etapas de nuestra vida sentirán, sin que lo apreciemos a veces, que nuestra mente, que creemos que es nuestra, no lo es tanto.
Algunos seres privilegiados que pudieron recibir una formación más amplia de la que es “normal”, quizás podrán vislumbrar, antes o después, que habían vivido casi siempre encerrados en unas normas que no deberían haber sido tan limitadas. Si los conocimientos que van adquiriendo les permiten comenzar a “despegar” del lastre que traían, comenzarán a dudar sobre si están en un camino seguro y acertado.
Aquellos que tengan la fortuna de poder ampliar su mundo a través del conocimiento de otras sociedades podrán elevar sus ideas sobre las que traían de toda su vida.
Al tropezarnos con distintas ideas filosóficas, sociales y religiosas, comenzarán las interminables dudas que le acompañarán durante la mayor parte de su vida, o de toda ella. Mientras más conocimientos y mientras más contactos se tengan a través de otras mentes y a través de las obras reflejadas por los que se atrevieron a dejar impresas sus “dudas o certezas”, mayores serán las posibilidades de comenzar a pensar por propia voluntad. ¡Qué desconcierto, pero al mismo tiempo qué libertad!
Liberarse de unas cadenas no significa haber alcanzado la certeza de ser libres. Mas bien significa haber creado unas cadenas que tenemos el “deber” de romper para entrar en un camino al que llamamos libre pensamiento.
¡Qué angustia no ser “dirigidos” por los que más sabían durante toda la andadura de nuestra vida! Ahora somos nosotros los que debemos marcar el camino de la verdad. Y, a partir de ese momento terrible, tenemos que buscar la verdad por nosotros mismos. A partir de ese momento tenemos que comparar todas las verdades que nos enseñaron y decidir cuál de ellas encerraba más seguridad.
Terrible momento aquél en el que se alcanza a temer que no hay una verdad indiscutible, y mucho más terrible aún aquél en el que nos respondemos a nosotros mismos que todos los que soñaron con paraísos estaban “convencidos” mucho más por el deseo de que lo suyo fuera verdad, de que lo fuera realmente.
Todos los mitos y leyendas fueron “creados por el deseo ante la impotencia de no encontrar la verdad”.
Las verdades más grandes nos la transmitieron aquellos científicos que destruyeron con sus verdades los mitos y leyendas que nos transmitieron los antepasados que eran más ignorantes, o “tan ignorantes” como nosotros y que se estrellaban contra los fenómenos de la Naturaleza que aún no habían descubierto.
Hoy, el hoy de cada uno y de cada época, nos desvela muchos misterios que antes eran “dragones y dioses” y que hoy están catalogados como fenómenos estudiados.
¡Qué pena que nuestro querido planetita no sea nada más que una pequeña mota de polvo en una vulgar galaxia y que el centro de la vida y del pensamiento no pertenezca nada más que a una especie más o menos evolucionada en nuestro mundo!
El pensamiento y la vida de un número inimaginable de otros mundos pueden estar haciéndose preguntas de toda índole que tampoco están a nuestro alcance, a pesar de haber conseguido liberarnos de los muchos prejuicios y creencias en que nos criamos.
Todos los que se llamaron filósofos, científicos, o teólogos, se ven obligados a rehacer sus “conocimientos” cuando van acercándose a los límites de su vida o de los descubrimientos a los que los limitaron sus tiempos.
¿Cuántos fueron en cada época los que llegaron a romper “sus cadenas” y se encontraron encadenados a otras aún más duras?
La Física moderna y la Astrofísica nos han llevado a ver cómo todo el cosmos está enlazado por unas leyes que, creemos, son iguales en todo el universo conocido al alcance de esta Ciencia y que, también creemos, que es el paso más grande que ha conocido la especie humana. Pero la especie humana no ha terminado aún su andadura, y también ella terminará, y el mundo continuará “marchando” por unos senderos que serán también desconocidos y descubiertos por otras especies. Siempre habrá misterios y siempre habrá quien persiga esos misterios forjándolos con mitos y destruyéndolos después con descubrimientos a los que llamarán también Ciencia.
¿Quién está por encima de todos los misterios?
Desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte nos movemos entre estos dos mundos. Lamentablemente hay quienes no logran salir de uno de ellos. ¿Se les puede llamar sabios a los ignorantes que ignoran su ignorancia? Algunos son felices así.
Los que entraron en el mundo del pensamiento no logran salir ya nunca de él.
¿Es felicidad saber que no se sabe?
Sólo la satisfacción de que perseguimos algo, aunque sea un fantasma, consuela de seguir buscando.
Se hace camino al andar, como dijo Antonio Machado.
El inquieto sigue abriendo caminos.
Caminos infinitos, que son más grandes que los del poeta.
Pero el pensamiento no conoce límites: el pensamiento es tan infinito como el ser que lo posee. Sólo se estrella contra lo eterno; que sabe eliminar al pensamiento y ponerle fin. Pero el pensamiento continuará existiendo mientras exista la vida, sea cual sea esta y exista en cualquier punto del inmenso caos que es eso a lo que llamamos Universo y que tampoco sabemos lo que es.
¿Quién tendrá mi mente cuando ésta ya no sea mía?
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Hoy, después de haber pasado algún tiempo de haber escrito estas notas anteriores, he leído en un artículo de Internet que dice que la mente es algo diferente del cerebro. Cada cual podrá emitir su opinión acerca de esta idea. La mía en este momento es que no es así, que la mente es un producto que se forja en el cerebro; o sea que surge como resultado de las circunstancias en que nos vemos obligados a concentrarnos en cualquier idea y de los posibles enlaces que existan ya en nuestro cerebro debido a que ya está más o menos “forjado” por nuestros conocimientos adquiridos a través de los años y que es capaz de producir ideas mas o menos profundas, pero que no es algo separado del cerebro. Un niño no podrá tener ideas profundas de filosofía o matemáticas si no ha estudiado algo sobre estas materias, pero esto no significa que esas ideas no “pertenezcan” a su cerebro. Desde el momento que no exista el cerebro “material”, no existirá la mente, es decir la idea o el pensamiento. De no ser así significaría que nuestra mente prevalecerá a nuestra muerte, lo cual sería afirmar que existe la inmortalidad para la mente. ¡Ya quisiéramos que esto fuera verdad! Es lo que ha perseguido el ser humano desde que imaginó los paraísos que tanto hemos defendido a través de todas las religiones y de todos los dioses que hemos inventado. Nuestros queridos mitos.
No puedo afirmar nada, pero sí dudar de ideas tan tajantes como la de que nuestra mente es algo diferente de lo que produce nuestro cerebro.
Nuestros sentimientos serán todo lo queridos que ansiemos, pero la realidad nos dice que ellos se marcharán cuando el cerebro se “desbarate” como todo el resto del organismo.
¿Pesimismo o realidad?
Que elija tu mente.
* * *
No es que pretendamos dejar una huella para que llegue a otra forma de vida en el universo. Estamos convencidos de que tiene que existir algo fuera de nuestro pequeño planeta. ¿Será posible algún día que nuestra existencia pueda servir a “alguien” como un pequeño faro que les sirva como una aclaración? Por ahora nunca hemos encontrado nada, pero tiene que existir algo. Son muchos miles de millones de millones de posibilidades y alguna tiene que cumplirse, aunque la ignoremos totalmente por ahora.
Los que tienen los pies en este suelo que nos parece tan firme tienen que escuchar las fantasías de los que nos asomamos al firmamento con instrumentos o sin ellos. Hace falta haber mirado al cielo una noche tras otras esperando “alguna huella”. Ni el frío ni el cansancio superaron jamás a la ilusión.
NUESTRA HUELLA
Recuerdo haber oído en más de una ocasión que una persona estaba, como se dice hoy, "realizada", cuando había cumplido al menos tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol.
¡A qué poco aspiramos, aunque nos parezca mucho, si cumplimos con estos objetivos!
Es solo una pequeña huella, más bien un arañazo en la superficie de nuestro planeta. El tiempo lo borrará antes de un suspiro. Pero la historia de todos está formada por muchos pequeños suspiros, y cuando leemos el pasado nos parece que fue todo un huracán el que escribió la Historia.
A pesar de todo, también los huracanes son suspiros a escala del planeta, y éste a su vez es otro pequeño aliento en la Galaxia. La misma Galaxia se convierte en nada en el universo. ¿Dónde quedó entonces "nuestra obra"?
Hasta la más fuerte vanidad sucumbe. Pero no queremos renunciar a cumplir al menos algún objetivo. Luchamos por alcanzar "nuestro puesto". La Vida ha nacido en este granito de arena al que llamamos Tierra y se aferra a él. Pretendemos asomarnos al universo para decir que estamos aquí. ¿Nos oirán?
La Tierra también aspira a lanzar a algún hijo fuera de ella. También quisiera escribir un libro y poner la semilla de la vida en otras "tierras". Aun hablando a esta escala, que nos parece infinita comparada con la nuestra, resulta también una pequeña huella, otro pequeño arañazo, que un "suspiro de la eternidad" lo borrará sin remedio.
¿Quién escribirá la Historia de La Vida para que el Universo se entere? ¿A quién se dirige esta Historia? ¿Quién la podrá leer? Estas ideas, estas inquietudes, se habrán repetido en la mente de todos durante la historia de la existencia de la especie. Las respuestas no han llegado nunca.
Hoy leía en las páginas de uno de los libros del que, para mí, ha sido uno de los pensadores más destacados de esta época mía y pude apreciar que él, como todos, lanzaba también sus preguntas. (Ensayos impopulares, de Bertrand Russell). Y observé con pena que él, en quien yo me refugio cuando ya no sé qué hacer, decía lo siguiente:
Existen una serie de dudas, puramente teóricas, de interés apasionante y perennes, que la ciencia es incapaz de solucionar, al menos por el momento. Las más repetidas son:
-¿Sobrevivimos a la muerte en algún sentido, y, en caso afirmativo, sobrevivimos por un tiempo o para siempre?
-¿Puede la mente dominar la materia, o es la materia la que domina completamente la mente, o cada una de las dos tiene, quizás, cierta limitada independencia?
-¿Tiene el universo un propósito? ¿O es empujado por la ciega necesidad? ¿O es un simple caos, en el cual las leyes naturales que creemos encontrar no son más que una fantasía engendrada por nuestro amor al orden?
-¿Si existe un plan cósmico, tiene la vida en él más importancia de lo que la astronomía nos llevaría a suponer, o es el énfasis que nosotros ponemos en la vida mero localismo y sentido de la propia importancia?
Al final de estas preguntas él responde que no conoce las respuestas y que "no le parece" que otros las conozcan. Cree que la vida humana quedaría empobrecida si se olvidaran estas cuestiones o si se aceptaran respuestas definidas sin "evidencias adecuadas".
Después de esto no podemos menos que mirar "nuestra obra" tan de lejos... No obstante la consideramos nuestra contribución a la existencia de la vida en la Tierra. Pero nos preguntamos: ¿cuando nuestro querido planeta no exista, “qué significado tendrá la palabra Vida”?
Podemos lanzar preguntas como el que lanza mensajes en medio del mar, pero no sabemos hacia dónde; y menos aún a quién. Pero las lanzamos. Necesitamos seguir plantando árboles para que den frutos para nuestros hijos, y también tenemos que seguir escribiendo libros, para que se enteren de que hay que seguir buscando y preguntando.
A quién, no importa; pero lanzando preguntas sin descansar, para que, "si hay alguien ahí", se vea obligado responder.
No sabemos si una certeza negativa será peor que la duda, pero la duda es terrible. Sin embargo conocemos que, hasta ahora, la única condición “segura” es la duda. Mientras más pensamos y más sinceros somos con nuestras conclusiones, más dudamos.
El dogmatismo no es más que una ceguera enorme; o bien un deseo más enorme todavía de engañar, que es peor.
Pero a pesar de todo nos aferramos a dejar nuestra huella y no renunciamos a tener un hijo, a plantar una árbol y a opinar con un libro diciendo algo para cuenten con una opinión más.
Y con esto creemos que hemos dejado alguna huella.
* * *
Me gustaría alguna vez sentir que siembro en la mente de otros las mismas inquietudes que me conmueven a mí, pero experimento la triste realidad de que la mente de la mayoría va por otros caminos. Caminos que no conducen nada más que a dejar pasar la vida sin sentir las inquietudes que deberían preocupar a aquellos que se atreven a “perder el tiempo” en buscar respuestas a las preguntas que plantearon aquellos a los que la vida les preocupó en algo más que suplir necesidades o caprichos.
Envío con mis palabras ideas para que otros las sumen a las suyas. Si consigo algo el éxito no será para mí, sino para el que encuentre otro sendero. Se hace camino al andar, dijo Antonio Machado.
La personalidad de cada uno lo lanzará a seguir caminando, o a sentarse a descansar.
NUESTRA PERSONALIDAD
El libro Cuerpo y alma, de Pedro Laín Entralgo, me llevó a un mundo que intuía, pero que no veía con la claridad con que él lo describe, tanto bajo el punto de vista del científico como del del pensador. Cada frase y cada cita, o cada aseveración sobre algunos temas, dan materia para pensar detenidamente, aunque en ocasiones nos gustaría que no fueran ciertas. Todo el libro está lleno de ideas o sugerencias, cuando no de afirmaciones. Cada una de ellas es motivo para hacer una parada y hablar o pensar sobre ellas. No es posible hacerlo así porque no avanzaría nada en la lectura, aunque comprenda por otra parte que leer no es pasar hojas sino asimilar y comprender. No se deben devorar los libros.
Resumiendo, se podría decir que es una lucha entre el deseo de continuar para conocer lo que sigue, y el deseo de tomar nota para no olvidar lo que ha dicho. Cualquier cosa de lo que dice es motivo para meditar y "traducir".
Le llamo traducir en este caso a pasar de lo que de científico tiene el libro, a lo que puede inspirar como sentimiento. No quiere decir que no exista sentimiento; que sí lo hay. Sino que, a pesar de haberlo, inspira mucho más aún.
En una cuestión, de entre las muchas que plantea, dice: ¿Existe la espontaneidad en el ser humano? Su respuesta es: no. Y continúa: El hombre es libre condicionadamente. Los partidarios del determinismo también lo aseguran así. Estamos atados a todo lo que nos rodea, seamos conscientes o no. Sus razonamientos van por el camino del investigador. Basta seguirlo para comprenderlo. Como seres humanos "libres", nos gusta tomar "nuestro camino". El de cada uno. Ese camino que es más de sentimientos que de certezas.
Si aceptamos "esa realidad" que nos pintan los científicos de cada especialidad, terminamos aceptando aquella frase tan repetida de que no somos nada más que una organización de la materia que, después de haber pasado por distintas fases, ha llegado a la nuestra y posiblemente vaya camino de otras formas más avanzadas. Incluso tendríamos que aceptar que es una verdadera casualidad que así haya ocurrido.
Los científicos de la física cuántica aún nos lo pintan peor. Estamos, según ellos, en uno de los muchos mundos posibles a los cuales puede acceder el caos de las subpartículas atómicas, y existen otros tan "reales" como el nuestro. Aquí cabe preguntar: si el mundo nuestro ya nos parece una fantasía, ¿qué pueden tener de reales los otros? Mejor es no continuar por este camino. Solo el intentar pensar en otros mundos ya es una pesadilla.
Aunque si volvemos al tema de este libro Cuerpo y alma, tampoco es la luz de "esa realidad" la que nos va a iluminar el camino. ¿Cuántas fantasías acerca de sí mismo le serán permitidas descubrir al hombre? ¿Hasta dónde se podrá llegar, siguiendo a las avanzadillas que cada generación coloca delante, para que nos abra camino hacia no sabemos dónde?
Sobre la negación de nuestra espontaneidad continúa diciendo el autor que no hay nada; que la única libertad que tenemos se reduce a aquellos proyectos que podemos llamar de la mente. Para él separar mente y cerebro no tiene más significado que separar "temas", pero no aceptar dos entes de nuestro ser. Nuestra personalidad no es más que el funcionamiento de nuestro cerebro. No hay nada exterior que dicte nuestra conducta, ni nada que marque un destino para el hombre. El cerebro lo es todo.
Asegura que si a un hombre se le pudiera trasplantar el cerebro de otro se convertiría en el otro. Así de tajante. Nos duele pensar que no exista eso que llamamos nuestra personalidad. La nuestra, esa a la que tan apegados estamos, sea grande o pequeña. Esa que nos hace sentirnos orgullosos de nuestros actos. Las células y su organización son las que dictan nuestros sentimientos y nuestras genialidades. O lo peor de nuestra conducta. Volvemos con ello al determinismo, o al destino, o a lo que quiera llamársele.
Hay muchas cosas entre el cielo y la Tierra que no podemos comprender. Dijo Shakespeare por boca de Hamlet.
Podemos agregar hoy: hay infinitos mundos dentro de la materia y en los espacios infinitos, que no comprendemos tampoco. O también: dentro de nuestro propio cerebro y en la materia que lo compone existen tantos secretos que parece que nunca podremos acceder a ellos.
Se puede decir de cien maneras distintas, pero en resumen se podría sacar factor común en una frase que dijera: se descubren muchas cosas que nos conducen a nuevas incógnitas que al final nos obligan a aceptar que lo que descubrimos es nuestra incapacidad, nuestras limitaciones y nuestra ignorancia.
Mientras más lejos llegamos en todos los terrenos, más grandes son las barreras que encontramos.
En este libro el investigador analiza partes del cerebro que son increíblemente complejas, pero para los que no somos conocedores de esta materia, nos plantea más dudas aún. ¿Cómo podremos estudiar ciertas formas del comportamiento de nuestro cerebro con "nuestro propio cerebro"? Es difícil hasta el intento de expresarlo.
¿Dónde está ubicado el pensamiento? Él responde que es el funcionamiento del conjunto, que no hay una zona específica. ¿Cómo se originan los sentimientos? ¿Dónde están las raíces del genio?
¿Por qué unos son poetas y otros criminales? ¿Qué combinaciones hacen falta para crear un matemático?
Busco las ideas dentro de mí y, a veces las siento en mi cabeza, pero en otras ocasiones parece que parten del corazón. ¿Es todo el organismo el que responde, con el órgano que corresponda, o hay "una unidad central" que da órdenes?
¿Recibimos algo de ese cielo que vemos y sentimos, pero que no existe?
El investigador, en su terreno, descarta el alma.
La Ciencia, esa decapitadora de mitos y dragones (Isaac Asimov), acaba de asesinar a uno de los mitos más queridos: el alma.
Tendremos que llorar al pie del Gólgota o del monte Olimpo; nos han quitado lo sublime y lo bello.
Pero seguiremos buscando.
Continuaremos buscando porque es posible que después de este laberinto exista algo más.
Cualquiera sabe si al final del camino nos encontraremos con esa alma que buscamos y que viene a nuestro encuentro a felicitarnos por no haber desfallecido en su búsqueda a pesar de los obstáculos.
El hilo de Ariadna condujo a Teseo a la libertad en el laberinto del Minotauro.
Tal vez la Ciencia sea nuestro Hilo de Ariadna en la búsqueda de nuestro yo.
* * *
Yo he vivido momentos así en más de una ocasión y sé, de verdad, lo que vale esto.
PRESIONES
Me encuentro en uno de mis rincones de la sierra, en una mañana de verano a una hora temprana. En este tipo de circunstancias me siento feliz sin que tenga por fuerza que haber una razón de peso; basta el lugar y la tranquilidad que respiro.
He abierto el periódico que traía y me he dedicado a conocer algo de lo que pasa en el mundo, aunque no sentía un especial interés en ello. Me resistía a mezclar esto que disfruto ahora con esas noticias que siempre aparecen en la prensa; son cosas que se excluyen. Las noticias informan acerca de los que luchan para recuperar lo que se perdió o venganzas por los ataques recibidos en otros tiempos. Tensiones por todas partes, afán de dominar a los oponentes, sean quienes sean. Pocas noticias son agradables. En cambio, si miro a mi alrededor, todo lo que contemplo me inspira algo totalmente distinto. En estas circunstancias no me queda más remedio que preguntarme el porqué de tanta ceguera. Comprendo que es una pregunta inútil y que además se ha repetido infinidad de veces sin que por ello se haya llegado a ninguna solución, pero es inevitable planteársela. Si nos sentimos a gusto no podemos comprender que los demás anden enredándose en problemas. Aquí no se siente el más mínimo deseo de luchar por nada. Solo la idea de tener que renunciar a esto me hace pensar en que estaría dispuesto a prescindir antes de muchas otras cosas. Sabemos que este sentimiento no es real; en idénticas circunstancias que los otros también formaríamos nuestra guerra particular.
Esta libertad momentánea, esta paz y tranquilidad me hace pensar de forma distinta. Pero las presiones diarias, el temor de perder nuestras posesiones o nuestros derechos, por insignificantes que fueran, nos harían cambiar.
No obstante, viendo que en el ambiente actual de países privilegiados no se lucha precisamente por necesidades fundamentales sino por mejoras parciales y que en muchas ocasiones no son imprescindibles, cuesta trabajo comprender tanto afán por acaparar más; sobre todo al precio que se consigue en muchas ocasiones. Se cambia la paz y hasta la felicidad algunas veces por el afán de poseer más. Y a veces se lucha engañados por intereses ajenos.
Esta idea que parece perfectamente aceptable, y sentida en un lugar tranquilo como este, me produce una sensación de desagrado hacia las noticias del periódico que me hace sentir diferente de los demás. No es en general que seamos distintos, es que las circunstancias nos hacen ver lo que la ceguera no les permite a ellos. Cualquiera en este lugar sentiría lo mismo, pero ¿se plantean la mayoría buscar estos ambientes? He podido observar por mi experiencia que no es así. A muchos les resulta molesta la soledad y el silencio. Hay una gran mayoría que disfruta en los ambientes bulliciosos. Entonces parece admisible pensar que muchas acciones sean producto de los ambientes buscados.
Una excesiva ambición puede anteponer el dinero a la paz, o cambiar la tranquilidad por la satisfacción de algún capricho inútil, o por la fama y el poder. ¿Cuánto es lo que está dispuesto a pagar cada uno por su libertad e independencia? ¿Cuántas veces somos capaces de reconocer el verdadero valor de cada cosa? De las respuestas que demos cada uno a estas preguntas dependerá el valor de nuestra independencia y libertad.
¿Cuál es la mayor ventaja que podemos obtener para nuestra vida particular? Cuando adquirimos experiencia comprobamos que existen muchas cosas de las que podemos prescindir. No obstante, hacerlo voluntariamente y con el convencimiento de que sabemos las ventajas que esto supone, no es lo mismo que aceptarlo por necesidad, aunque el resultado pueda ser el mismo. En la juventud ciertas "renuncias" nos las tienen que imponer. Siempre se dan muchos consejos y se sacan muchas conclusiones que creemos valiosas desde nuestros años finales, pero la verdad es que todos nos interesamos más por las conquistas y triunfos de los primeros años de nuestra vida. Comprendemos nuestro error al final, pero con esto no se supera nada. Cada cual quiere vivir su vida y no empezar por donde nos indiquen los "veteranos".
Ahora mismo en este lugar, no me cambiaría por nadie; no sé si mañana seré capaz de mantener la misma idea. Todo se ve y se juzga según nos hacen sentir las circunstancias. Hay cosas que nos hacen cambiar de opinión con más frecuencia de lo que imaginamos. Mañana o tal vez esta misma noche no veré con los mismos ojos lo que en estos momentos siento. Es muy difícil mantener unos criterios constantemente. Unamuno decía: cambio porque evoluciono. Se puede decir que no solo es la evolución, sino el ambiente del momento lo que nos hace cambiar. ¿Quién puede sentirse igual en una noche de invierno que en una mañana de primavera? La vida parece distinta, aunque en realidad no haya cambiado nada. Nuestro carácter hasta cierto punto es constante, pero los sentimientos y necesidades influyen en nosotros a la hora de tomar una decisión.
Al cambiar nuestro sentir, cambian nuestras "seguridades". No podemos seguir ambicionando las mismas cosas, ni estamos dispuestos a luchar por ellas con el mismo entusiasmo. Las noticias del periódico las rechazo en este ambiente porque mis sentimientos son distintos que los del que está mezclado en ellas, pero de mí depende en ocasiones buscar el ambiente que se preste a mis deseos. En un ambiente como este veo al ser humano como protagonista de la vida, que es lo que de verdad nos interesa en nuestro mundo privado. En otras circunstancias lo veo como protagonista de la Historia, que es lo que interesa a los colectivos que mueven al mundo.
Nuestro vivir de cada día y nuestras preocupaciones fundamentales, salen a relucir cuando estamos solos. Es la búsqueda de verdades lo que inquieta al hombre, es lo que da la medida de lo que somos. Todo lo demás es externo a nuestro yo. Buscamos en los demás la repetición de nuestros actos o de nuestras ideas para afirmarnos. Nos molestan nuestras dudas no compartidas. Deseamos nuestra independencia en la mayoría de las ocasiones, pero de vez en cuando tenemos que establecer contactos para conocer nuestras desviaciones, pero ya entonces nos estamos dejando influenciar.
Lo mismo que el caminante precisa preguntar algunas veces por la ruta, en el mundo de las ideas tenemos necesidad de confirmar si vamos bien; en esos momentos volvemos a recibir influencias. En el caminar tenemos más confianza en las orientaciones; pero en el pensar somos más desconfiados. Es lógico que sea así, porque un camino se puede desandar, pero las rutas del pensamiento parece que echan más raíces; son pocos los que desandan esos caminos. Alcanzados ciertos niveles nos resistimos a preguntar por la ruta a seguir, pese a que siempre estamos sometidos a las presiones de aquellos que están seguros de todo. ¿Por qué?, nos preguntamos. Cuántas influencias y sin embargo de qué poco peso. Las afirmaciones de algunos nos asombran. Cuando de verdad vemos reflejadas en algunos libros ideas sensatas, pero que denotan las dudas y los recelos del autor, nos inclinamos más a la confianza en sus ideas, aunque no sean firmes, aunque no nos dejemos influenciar totalmente por ellas. Confiamos en nuestras corazonadas, pero es difícil que lleguemos al autoengaño por muchos deseos que tengamos de llegar a algunas certezas. Nunca dudamos de nuestro pensamiento porque tenemos que confiar en nuestra sinceridad, pero el bombardeo exterior no cesa.
Las influencias exteriores son para nuestra alma lo que las olas para el náufrago: los continuos golpes nos debilitan. Son muchas las presiones que recibimos continuamente y en ellas es difícil mantener nuestro criterio.
* * *
Yo dudo de lo que digo, pero no de lo que siento. Cada cual puede añadir su granito de arena para la montaña de los sueños.
SOÑAR O PENSAR
Me voy a atrever a opinar sobre este tema, pero admitiendo de antemano que la idea que expongo tendría que ser discutida por los que hubieran estudiado este asunto con conocimientos y análisis basados en experiencias propias y datos ajenos.
Es difícil definir este tema tal como es visto por el sentir de cada uno para expresar una idea general.
A veces soñamos y al despertar tenemos la sensación de que lo experimentado durante el sueño era un hecho real. Esta sensación la borramos al cabo de un lapso de tiempo más o menos largo que depende de la relación existente entre las ideas del sueño y lo que llamamos hechos reales de los que vivimos en la vigilia.
Otras veces las ideas que captamos durante el sueño no tienen relación con nuestra vida diaria, ni tan siquiera con los hechos vividos en otras épocas de nuestra vida. Los enlaces los hace el cerebro sin que actúe nuestra voluntad.
Los expertos en este tema podrán darnos alguna explicación basada en estudios más profundos y razonados que puedan justificar el porqué de estos sentimientos, pero nosotros nos quedamos con la impresión de algo menos real que esos enlaces de nuestras neuronas de las que nos hablan. Vuelvo a insistir en que una cosa son nuestros sentimientos y otra las explicaciones que nos den las trabajos desarrollados sobre ensayos y estudios de nuestro cerebro. Nadie nos puede desmentir sobre estas sensaciones que todos hemos vivido en más de una ocasión. Vivimos durante el sueño sentimientos de miedo o de placer que nos cuesta trabajo borrar durante bastante tiempo al despertar. A veces no sabemos discernir entre soñar o pensar. Podemos soñar despiertos y también “razonar” soñando. He experimentado a veces cómo resolvía ideas científicas durante el sueño. Las veía claras y resueltas. ¿Había cambiado la capacidad de mi cerebro?
Aquellos que se consideren más conocedores de estas cuestiones las colocarían en el terreno de discusiones más o menos científicas y los que las lleven al terreno de nuestras vivencias las trasladarían al terreno de las experiencias de otros, que podrían ser más o menos numerosas, según los “hechos” vividos por muchas personas. Las “conclusiones” siempre serían muy diferentes, pero las afirmaciones rotundas nos sumarían en las dudas de siempre. ¿Cómo dejamos de ser “propietarios de nuestro cerebro durante el sueño? Y también podríamos decir; ¿no parece que soñamos algunas veces despiertos? Los impulsos eléctricos que recibe nuestro cerebro dependen de que el mismo reciba físicamente impulsos procedentes de una mala digestión o de haber experimentado calor o frío durante la noche. Sé y acepto que se habrán realizado más de un ensayo de este tipo incluso con algunos instrumentos; esto no admite dudas, pero el miedo y el placer durante los sueños los hemos sentido todos y aquí habría que sacar estadísticas de uno y otro bando para “desmentir” a los oponentes.
¿Por qué durante el sueño sacamos recuerdos del pasado y los relacionamos con hechos del vivir de cada día? ¿Quién dirige nuestras neuronas?
Me he despertado muchas veces y he tardado en eliminar la “realidad” del sueño que he “vivido” durante la noche. Admito los rechazos y también mi ignorancia, pero mantengo los sentimientos que todos hemos tenido más de una vez, incluidos los científicos aunque ellos sean conocedores de nuestras debilidades.
¡Qué bonito era aquél paisaje y que belleza encerraba el encuentro con aquella persona a la que en la realidad de nuestra vida hemos abrazado “realmente” tanto en la vigilia como en el sueño y con la que también nos hemos enfadado a veces!
¡Sí, señores científicos existen realidades vividas y dormidas!
Nos queda mucho tiempo aún para conocer nuestro pensar.
Tenemos muchos poetas a nuestro favor, pero también muchos estudiosos en contra. Cada cual puede enarbolar su bandera y lanzarse al campo de batalla del desconocimiento. Ahí la lucha no es a muerte, es a vencer a esa ignorancia, que siempre ha sido la enemiga de todos. Y también la que nos ha derrotado desde que nuestra especie comenzó a pensar en sí misma.
¿Hemos llegado a conocernos ya, o todavía nos queda mucho camino?
* * *
¿Cuántas veces actuamos de acuerdo con nuestros criterios? La mayor parte de las veces actuamos por los que nos guiaron en nuestros primeros pasos. Después son muy pocos los que se atreven a actuar por sus propias convicciones.
Eso es lo que trato de definir en las siguientes palabras. Que me corrijan los que sepan más sobre esto.
CRITERIOS
¿Tenemos de verdad criterios o nos habituamos a aquellos que nos impusieron? ¿Hasta qué punto somos conscientes de una u otra cosa?
Queramos o no, e incluso sin darnos cuenta, estamos más influenciados por los criterios que nos impusieron. Salirnos de esta situación es bastante más difícil de lo que parece. Debido a esta influencia vamos formando una serie de leyes interiores a las que llamamos nuestro criterio.
El que seamos capaces de librarnos de este asunto es cuestión de que podamos, en primer lugar, captar lo que no es correcto. Si no somos conscientes de ello seguiremos para siempre atados al error. A lo largo de la vida vamos asimilando ideas e información de las personas más próximas que nos hacen ver todas nuestras acciones desde distintos puntos de vista. Pero otras ideas "más lejanas", nos parecen absurdas.
Las costumbres de otros países nos resultan difíciles de aceptar. Cada costumbre tiene diferentes causas y hasta tal extremo, que en algunas ocasiones nos repugnan. Se tienen sentimientos de culpabilidad cuando hacemos algo que para otros podrían ser acciones normales.
He leído un ensayo (Investigaciones sobre el conocimiento humano, de David Hume), del cual se deduce lo difícil que es conocer de dónde nos llegan muchas de las ideas que "creemos" nuestras. El autor niega que muchas de ellas sean innatas, como aseguran otros. Pone como ejemplo que, de ser así, las ideas ya existirían en los niños. Tenemos que aclararles conceptos durante bastante tiempo. (Con lo cual ya le estamos imponiendo criterios).
Lo que se denominan nuestras circunstancias no son sólo los hechos con los que nos tropezamos, sino esos criterios que ya llevamos para oponernos a ellos, sean ventajosos o no. O sea que actuamos guiados por unos conceptos que no son nuestros por convicción. Sólo aquellas personas que son capaces de romper con lo tradicional pueden soportar los escrúpulos que les produce esa "traición" a las costumbres. Ellos obran con más conocimiento de lo que hacen, o al menos si lo hacen sinceramente convencidos, no sienten remordimiento.
A continuación tienen que vencer otro obstáculo; se abandona una forma de actuar para adoptar otra. ¿Qué bases se tienen para creer que la nueva es la verdadera, o al menos mejor que la que se abandona?
Mientras más conocimientos más grandes son las dudas. En ocasiones se rechaza algo sin tener nada a cambio; con lo cual se acumulan aún más dudas. Es el vacío que experimenta el que rechaza algo porque no lo acepta, pero no conoce otro camino. Eliminar una idea que negamos, para sustituirla por una mejor, es fácil, pero esto no es frecuente. Pocas veces estamos seguros de haber encontrado algo firme. En ocasiones sólo comprendemos nuestros errores anteriores. Nuestra moral será tan flexible como lo acepte la sociedad. O simplemente el grupo al que pertenecemos, que nos obliga a cumplir ciertos "ritos" so pena de castigo o rechazo. Sólo aquellos que se forman un criterio, creyéndolo sinceramente justo, son capaces de abandonar lo que "siempre fue así". Tienen que nadar contracorriente. Es duro y es difícil porque siempre queda la duda de haber acertado o no. Cuando adquirimos nuevos conocimientos pueden parecernos mejores que los que nos dieron, pero en realidad esto puede ser debido a la influencia de la liberación de lo anterior.
Lo exótico tiene mucho atractivo. Todo lo que viene de fuera se acepta con facilidad.
Cuando tenemos posibilidad de cambiar, no es en los primeros años porque en ellos no se disfruta de mucha libertad, ni se tienen normalmente las ideas muy claras. Cuando se puede es más bien al final y entonces las raíces suelen ser más profundas. Nos repugna todo lo que se enfrenta a nuestros "criterios formados". Es un círculo vicioso. Rechazamos lo que es opuesto a lo que tenemos. Conocer las bases que soportan lo que dejamos y lo que recibimos es bastante más difícil de lo que parece a primera vista.
La historia de la filosofía o de las religiones nos hace ver la cantidad de cosas absurdas que se han aceptado en otras épocas. ¿Pero quién nos hace ver las que tenemos en nuestro tiempo?
En ciencia son palpables los errores, y se aceptan con cierta facilidad los nuevos descubrimientos. A pesar de ello hay ocasiones en que es difícil el cambio. Por ejemplo la física cuántica, la teoría de la relatividad y ciertas ideas de ellas son asequibles a solo algunos matemáticos y a muy pocas mentes. El cambio es lento. Las pruebas irán poco a poco imponiendo dichas teorías.
En filosofía es difícil el cambio; en teología, más aún. En ellas no hay pruebas, sólo opiniones, como decía B. Russell:
La persecución siempre se ha usado en la Teología; nunca en la Aritmética. Porque en la Aritmética hay conocimiento y en la Teología solo hay opinión.
Nuestro deseo es que el criterio se asiente en el mundo de la verdad. Pero nuestro criterio nos lo dieron más o menos deformado y la verdad es lo que buscamos y que debería de ser lo justo sin ninguna deformación. ¿Cómo se alcanza esta pureza de ideas?
Tener la seguridad de que hemos abandonado un criterio falso y que hemos adoptado uno "menos falso" no es frecuente. Habría que decir que es excepcional. ¿Quién nos asesora y nos guía a partir del momento en que abandonamos a nuestros primeros "reformadores"?
Cuando dejamos de aprender "oficialmente", nos guiamos solamente por nuestras ideas. Mas bien por las de aquellos que representan la autoridad en el saber. O sea por los que dejaron obras que representan al pensamiento. ¿Pero cuáles son las bases que nos orientan para la elección de los libros que vamos a tomar como guía?
En muchas ocasiones actuamos más por los sentimientos que por los razonamientos. Y por mucho que razonemos sabemos que es muy difícil que lleguemos a todas las ideas existentes. Los idiomas son barreras que no lo dejan pasar todo. No estamos preparados para alcanzar lo que se pueda expresar en cualquier idioma. Sabe dios cuantas ideas elevadas han quedado limitadas por haber sido expresadas en un idioma poco extendido.
Nuestra mente, al llegar a cierto nivel, está abierta a la comparación de cualquier criterio con tal de llegar algunas certezas. A los que nos gusta leer, tenemos la sensación de que no solo no disponemos de tiempo suficiente para leer todo lo que está a nuestro alcance, sino que no está nuestro alcance todo lo que deberíamos leer.
Esto nos afirma en que no podremos reformar aquellos criterios que nos hayan podido llevar a errores.
Estar satisfechos con nuestro criterio "puede" significar que conocemos bastante.
De no estarlo, ¿qué posibilidades tenemos de corregir con acierto?
* * *
Ignoramos muchas cosas de las que nos rodean. Tendríamos que compararnos con algunos animales simplemente para darnos cuenta de que nuestro perro oye un terremoto antes de que nosotros lo sintamos, o de que las abejas “ven” en algunas flores un alimento que ellas transformaran en algo sensible para nosotros.
En el siguiente tema intento hacer ver que yo también “percibo” ideas que trato de pasar a los que tengan la paciencia de oírme.
INCAPACIDAD
Leí en una ocasión que a una persona a la que le habían amputado una pierna continuaba teniendo la sensación de que le dolía el pie que ya no existía. Es una prueba del engaño de nuestros sentidos.
Se habla de que el mundo que conocemos no es más que aquél que está al alcance de nuestros sentidos, de los cuales no podemos fiarnos mucho al parecer. Todo lo que nos rodea es así, porque así lo vemos.
Si en lugar de la gama de frecuencias luminosas en que nos desenvolvemos, pudiéramos ver otras como las infrarrojas o las ultravioletas, nuestro mundo de colores sería distinto. Igual podría ocurrir con los sonidos.
Es decir, existen en nuestro entorno próximo unos mundos físicos que no percibimos, pero que conocemos a través de los instrumentos. También nos llegan del exterior rayos gamma, alfa, neutrinos, etc., el último de los cuales, incluso con instrumentos, es poco fácil de captar.
¿Cuantas formas de la materia existirán, cercanas o lejanas, para las cuales no tenemos, no ya sentidos, sino ni siquiera instrumentos que nos den noción de ella? No es preciso fantasear mucho para crearnos confusión en estas ideas, ya que no tenemos base para negarlas ni para afirmarlas. Sobre todo en la ciencia actual.
Estoy leyendo estos días una obra Martín Gardner que se titula La Ciencia: lo bueno, lo malo y lo falso. En él se dan a conocer muchas cosas que están poco divulgadas, así como se desmienten algunas otras que no deberían estarlo.
Somos en general escépticos en cuanto a las fantasías del "más allá", pero pensando solamente en lo que nuestra imaginación sería capaz de forjar si nuestros sentidos fueran más amplios se siente la tentación de modificar nuestras ideas. Por ejemplo en las revistas de Astronomía se nos muestra cómo se ven algunas estrellas o galaxias en las bandas de ondas de radio o en infrarrojos. Con esto apreciamos otro engaño de nuestros sentidos.
En la idea de lo que somos, como seres que tenemos que desaparecer y que deseamos permanecer, también nos imaginamos otros mundos que pueden no estar al alcance de nuestra capacidad de pensar y que "pudieran" existir, sin que fuéramos capaces de captarlos. Tanto a los que son creyentes, como a los más escépticos, nos puede quedar la duda. Si nuestros sentidos nos engañan de una manera tan palpable; ¿por qué no nuestra capacidad de razonar? Estamos limitados en todas direcciones. Las pruebas las tenemos bastante cercanas.
Sólo pocos siglos atrás el hombre tenía ideas muy equivocadas en cuanto al mundo que habitaba. La Tierra era plana (tal como nos "dicen nuestros sentidos"), y sus límites estaban forjados con todo tipo de fantasías, tanto en la superficie como en el cielo. Hoy nadie duda en cuanto a la forma y límites de nuestro mundo y además aceptamos todo lo que "nos dicen los instrumentos". Ya no son exclusivamente los sentidos los que mandan.
Pero no existen medios, no hay instrumentos que puedan extender nuestra capacidad de ampliar y comprender los misterios que más nos afectan. Para eso somos ciegos y tenemos "amputados" casi todos los miembros de la inteligencia. Ésta nos dice que nos duelen los ojos del alma de tanto buscar, y la realidad es que "allí" no tenemos ojos ni alma. Sólo tenemos la sensación de que existen; igual que si la tuviéramos amputada.
La materia, según nos dicen los científicos, no son más que formas casuales de la energía, y nosotros por lo tanto, también. Lo no material, como nuestro pensamiento, no sabemos si es fruto de la misma materia o forma parte de otro tipo de energía que está unida al cuerpo.
Puestos a divagar sobre lo que no conocemos, nadie puede negar ni afirmar nada. Aunque algunos sí se atreven. Somos una eterna pregunta que nos planteamos a nosotros y que no sabemos, ni sabremos contestar nunca. Al menos no con base para asegurarla.
No somos ni dueños ni autores de nada de lo que nos concierne en la vida. Lo que se ha ensayado en los laboratorios nos da una idea de lo que pudo haber pasado. Pero nuestro mundo sigue el curso que inició hace unos cuatro mil quinientos millones de años sin que ni una sola forma de vida haya abandonado la misma rutina de siempre; nacer, vivir, reproducirse y morir.
Al que le amputaron la pierna se le puede hacer ver que el pie que le duele no existe; ¿nos dirán a nosotros que el alma que nos duele tampoco existe? A ella nunca hemos llegado a "verla" aunque sí a "sentirla".
Aunque sea decepcionante preferimos escuchar la voz de aquellos que se han considerado autoridades en el pensar.
Will Durant le decía a B. Russell en una carta:
Todas las generaciones han estado dispuestas a preguntarse y nunca a responderse: ¿Qué valor o significado tiene la vida humana?
Estamos "amputados de todo" para responder a esta pregunta y sin embargo "es la que más nos duele"
* * *
La seguridad de tus paseos en bici, depende de ti. El disfrute de los paisajes y de la naturaleza te lo proporciona la falta de prisas. Cuando llegas a un lugar no necesitas de un guía y si tienes averías las resuelves tú.
Todo lo que cuento en las siguientes palabras fueron mis conclusiones ante la “inseguridad” de otros, que comprendí que dependían de la ayuda ajena. Me sentí tan seguro con su compañía como sin ella. Mi bici me trajo a este lugar y ella me devolverá de nuevo a la seguridad de la sociedad como siempre.
LA SENSACIÓN DE SEGURIDAD
He llegado con mi bicicleta a un área de descanso en la carretera.
En ella hay un coche parado. Un hombre y tres mujeres miraban con preocupación el motor. He saludado y apenas han contestado a mis buenos días.
Esperaban, como pude comprobar después, la llegada del mecánico. Le oí decir a una mujer: cuando se espera parece que no van a llegar nunca; sin embargo a ellos no les parecerá así.
Se sentían indefensos. Bastaba que los separara de la sociedad el vehículo que los había traído hasta aquí, para que se sintieran faltos de toda la seguridad que ésta les podía dar. Es más, en general se valora esta ayuda en bastante más de lo que es realmente, a pesar de ser mucha. Es una sensación desmedida.
El hombre solo, se siente muy poca cosa. Realmente no nos damos cuenta de lo poco que somos siempre; no sólo en estas circunstancias que se salen un algo de lo normal. Lo que ocurre es que al faltarnos algo de lo que de ordinario está a nuestro alcance, notamos esa indefensión más acentuada. Quizás demasiado, debido a la seguridad constante que parece darnos la compañía. Sentimos cercano, no solo a ese mecánico que tanto significaba hoy para ellos, sino al médico, al cura, al policía, al electricista; en una palabra, a todo el que nos pueda resolver ese problema que no está a nuestro alcance. Todos contamos con todos.
Lo que no nos paramos a pensar, es que no existe esa seguridad total que parece desprenderse de la actitud de algunos; no existe nunca. Sólo son pequeñas seguridades. No es preciso insistir sobre esto; el hombre está siempre solo ante su vida.
Ha llegado el mecánico; y con él la confianza. Ya se gastan bromas. Poco después se oye el ruido del motor que arranca. Con este sonido nace de nuevo la unión con la sociedad. Ya se sienten "seguros".
Una de las mujeres comenta: es que “él le pega mucho al coche”. Él se sonríe con aire de seguridad y superioridad; ya no es el individuo preocupado, ya no es la misma persona que apenas contestó a mi saludo. Tal vez si yo hubiese llegado ahora su respuesta hubiera sido distinta. Quizás más de perdonavidas; pero llegué en mal momento.
La carretera es un lugar de paso. Para la mayoría, sólo es la unión entre dos ciudades. Realmente es así; pero a los dos lados de la carretera hay algo que se puede llamar campo o naturaleza y que algunos no notan. Allí también hay vida.
La vida, como la carretera, también es un lugar de paso; y también, como la carretera, tiene márgenes. Y es preciso mirarlos, y parar "el motor" voluntariamente, para no pasar "pegándole demasiado a nuestro coche". Hay paisajes bonitos, y tal vez están detrás de aquella curva de la que alguien nos habló. Párate a pensar en ella. El carburador de nuestro motor, al que algunos le llaman corazón, necesita ver que entre ciudades hay, además de carreteras, muchos caminos pequeños. Estos caminos pequeños van de corazón a corazón. Se le pueden llamar amistades o cosas parecidas. No hay mecánicos que arreglen esto. Tú tienes que regularlo de acuerdo con tu potencia.
En la carretera, cuando la parada no es voluntaria, viene la preocupación porque aquello no estaba previsto, porque aquél lugar no es el nuestro, ni es un destino. Allí no tenemos nada que hacer y a veces no podemos hacer nada. Con mal tiempo, aquello sería una tragedia.
La vida, como lugar de paso (¿de dónde a dónde?), también acostumbra a preocuparnos.
Cuando nos paramos a pensar (el pensamiento es una avería), nos encontramos desvalidos. ¿Vendrá el mecánico? ¿Pero “quién es él”? Quizás debiéramos mirar más por "nuestra máquina" y no pegarle tanto. Para "llegar allí" no es preciso correr, al contrario; hay que hacer paradas de vez en cuando. Y mirar para los lados, y para adelante; ¿y por qué no para atrás? Hay que reconocer lo andado para saber si queda mucho por delante; para valorarlo.
Hay que tener en cuenta que nuestra máquina se parará, miremos o no por ella. Y el mecánico eres tú, y soy yo y somos todos; cada uno es dueño de la suya.
Hay un Gran Mecánico; pero no acude. Te regaló la máquina, pero no te la arregla.
Los que andamos por la vida "en bicicleta", los que vamos conociendo el camino poco a poco, despacio y con más detenimiento, lo saboreamos, vemos acercarse los paisajes, y antes de llegar ya los conocemos. Y nos paramos a la sombra de aquél árbol. Y lo desmenuzamos todo. Si te sientas en una piedra y miras al suelo descubres muchas vidas pequeñas. Son pequeñas, pero son vidas. Y te asombras por cada descubrimiento que haces.
¿Para qué correr? Casi no ves nada.
En mis paseos en bici vi muchos más paisajes que en cualquier vuelo en avión y sólo recorrí pequeños trayectos. ¡Pero qué grandes descubrimientos!
La seguridad, o la inseguridad la tienes dentro de ti.
Y tu bicicleta la mueves tú.
* * *
Los que no han pensado nunca en el destino de “su carta” es que no han pensado en nada. Quisiera que los que lean mi carta sepan comprender que es la única carta que tenemos la obligación de redactar. Tenemos todo el tiempo disponible desde que comenzamos a pensar hasta que dejemos de hacerlo. No es mucho pero lo es todo.
Mi carta no espera respuesta, lo mismo que la de vosotros.
Un abrazo, dicen algunos. Un saludo, dicen otros.
LA CARTA
Escribes un mensaje, le das un sentido, reflejas unos sentimientos, expresas algunos deseos o revives algunos recuerdos y le has dado forma a una carta.
La introduces en un sobre y le das un destino; al cabo de algún tiempo, alguien recibirá algo que deseaba y que interpretará. Es la comunicación entre dos seres.
Nace una persona y tiene un mensaje, tiene que darle un sentido a su vida, percibirá unos sentimientos suyos y de los que le rodean, tendrá deseos y reunirá recuerdos; le ha dado forma a una vida. Tiene que buscar un destino, el tiempo está marcado, ¿quién interpretará lo que él hizo? ¿Con quién se comunicará el ser?
Es la interminable carrera de quien no sabe qué hacer ni qué trayectoria tomar, sabiendo que puede disponer de su voluntad para darle el rumbo que quiera a su vida, pero que no está seguro de si acertará. Nadie nos marca el camino; es peor aún, nos lo marcan equivocado. Todos queremos tener certezas y en nuestro afán por no errar, lanzamos mensajes a todos lados, queremos que "la carta" llegue a su destino verdadero, pero no sabemos cuál es este.
Buscamos explicaciones y las reflejamos en nuestra carta, preguntamos, estudiamos porque tenemos el sentimiento de que hemos de hacerlo así, nos preguntamos a nosotros mismos porque tenemos la sensación íntima de que hay un destino, pero la desesperanza de no encontrarlo es lo que nos acompaña siempre. Toda la vida, todo el tiempo que le dedicamos a "esa carta nuestra" que tanta importancia tiene, es una continua lucha en la que empeñamos toda nuestra capacidad, todo nuestro interés; porque no hay otro objetivo, porque cuando nos damos cuenta de que todos nuestros intereses y todos nuestros afanes no tienen importancia alguna comparados con ese destino trascendental, ya nos parece tarde, creemos que hemos perdido mucho tiempo.
El tiempo empieza a contar para nosotros a partir de cuando queremos darle un destino, no antes; y ya, en ese momento, nos angustia cómo pasa. ¡Qué breve es! Tenemos que terminar la carta y aún no sabemos a quién enviársela. ¿Estará ya predestinada y no es necesario que lo sepamos?
Pasó bastante tiempo en el que teníamos muchas ilusiones y no nos preocupaba el tiempo. ¡Qué claro estaba entonces el destino! Superar los estudios era una meta; llegamos a ella y conocimos a aquella persona, ¿para qué queríamos ningún otro destino? Llegaron después los hijos; ¡todo estaba perfectamente claro! Se fueron los hijos y ya empezamos a desconfiar, pero en ellos veíamos aún algunas metas; aunque eran metas repetidas. ¡Ilusiones sobre las suyas!
Pero un día, apareció una nube ¿qué era aquello? Había que buscar, había que aclarar; ya no teníamos destino; ¿pero cómo podía ser?
No podía ser un engaño porque antes todo estaba claro; mirábamos a los demás y no parecía que ellos tuvieran problemas ¿es que los callaban? ¿Cómo es que nadie nos había comentado nada? Comenzamos a buscar en los libros, dicen que en ellos está la sabiduría; pero ellos tampoco nos daban certezas, no podía ser un complot. Si ellos supieran algo no lo ocultarían y si no lo sabían tampoco lo negarían. Pero nadie decía nada y a partir de aquél momento la soledad más terrible comenzó a ocupar todo el contenido de aquella carta que habíamos empezado con tanta ilusión.
Ya no nos preocupaba sólo el destino de la carta; su contenido también era preocupante, ¿qué le diríamos al destinatario de una cosa tan importante? Todo eran incógnitas, todo eran dudas, era una angustia que nos derrotaba todos los días. Las noches se convirtieron en pesadillas, ya no nos dormíamos con la ilusión de conquistar nada al día siguiente; no era así porque ya no teníamos nada que conquistar como no fuera desterrar la duda.
"Señor Destinatario": si no sé a quién me dirijo, ¿qué le debo decir? Si no sé a dónde dirigir mi carta, ¿cómo puedo hacer algo para que cumpla su destino? Mi mejor voluntad se estrella contra mi ignorancia y no recibo ayuda de nadie. Me diste el sentimiento de que existes, pusiste en "esta carta" una sensación que no se corresponde con nada de lo que conocemos; ¿para qué?
Cada día que pasa me afirmo en la idea de que tendré que acabar mi carta sin poderla enviar, se acabará sin estar completa, porque le faltará lo más importante; lo más importante de una carta es saber a quién le digo lo que siento, y también saber si lo que hice era lo que se esperaba de mí.
Porque nosotros, al final de una carta, decimos: espero tu respuesta, y yo no espero ya nada.
Todo es silencio, todo son dudas, todo es soledad; pero una soledad terrible de la que nadie nos puede sacar.
Aquí te dejo "mi carta", tan vacía como la encontré. Traté de llenarla de contenido, y lo hice a veces con ilusión, pero al final la dejo con pena; la depositaré en un buzón; ¿existen buzones con destino perplejo? Porque ese es el único destino que le podemos dar a cartas de este tipo.
Se despide de Ti quien no espera respuesta; aunque la desea.
Un abrazo; dicen algunos, pero ¿a quién abrazo?
* * *
El que quiera leerlo verá la obra de teatro como una representación de su vida. El que no lo vea así es que no tiene imaginación para verse en la escena. Es una escena en la que tenemos que actuar, porque se nos asignó un papel a cada uno. Su vida propia.
UNA REPRESENTACIÓN
En nuestra mente le damos alma a las cosas.
También les atribuimos cualidades a las personas de acuerdo con nuestros deseos.
En ambos casos, en la medida de nuestras necesidades.
De aquí que cuando descubrimos que aquello, o bien aquella persona, no son lo que deseábamos que fueran, nos sentimos engañados. Los desengaños suelen ser tan grandes como las ilusiones. No hay duda de que, mientras mayor fue la ilusión que pusimos en aquello, mayor fue el desengaño. El motivo sólo fueron nuestras esperanzas, pero se lo achacamos al objeto o a la persona. Creamos fantasmas lo mismo que creamos dioses.
Los fantasmas los inventan nuestros temores.
A los dioses les dan vida nuestros deseos.
También les ponemos alma a otras formas de vida. Plantas y sobre todo animales, han sido objeto de fábulas y poesías. De una manera poética hemos puesto en personas de nuestra confianza, cualidades que desearíamos que tuvieran. A veces esa confianza no tiene una razón que la sostenga, sólo tiene esa necesidad que tenemos de rellenar ese hueco.
Idealizamos porque no podemos soportar esa realidad que no es tan bonita ni tan satisfactoria como nos gustaría que fuese. El autoengaño es una forma de completar una vida que en la mayoría de las ocasiones es gris, triste y hasta desagradable. Nuestros teatros, nuestras novelas y las obras de los artistas en general, nos crean un mundo de fantasías que no se corresponden con el mundo de cada día.
Nos sentimos identificados con los personajes de la farsa porque nos gustaría ser como ellos. Desearíamos que los que rodean al personaje principal nos permitieran vivir aquél pasaje al que nos sentimos transportados.
A la salida del espectáculo continuamos influenciados por aquello hasta que poco a poco la realidad nos vuelve a nuestro lugar. Es como despertar de un sueño. Los mismos actores se obsesionan con sus personajes en ocasiones. Cuando esto ocurre se sienten más en su ambiente dentro que fuera de la escena. Esto ocurre porque ellos no desean tampoco su realidad. Les es más querida la farsa. ¿Cuál es más realidad, la que soñamos o la que tenemos?
El ser humano ha jugado a ser dios y a confiar unirse a él porque no está conforme con su vida. Su vida le resulta insuficiente, pobre y hasta grotesca.
Por eso ha creado un teatro en el que se coloca en un paraíso al lado de dios, y como no lo ve representado en la vida real, lo pone después de ella cuando acabe esta; y allí hace las representaciones más bonitas, las más deseadas.
Ya quisieran Shakespeare y todos los mejores autores tener las fantasías que tienen los místicos. Estos no se conforman con personajes mediocres y mortales. Juegan con dioses nada menos. Homero jugó con semidioses, pero Santa Teresa lo hizo con dioses enteros; mejor dicho, con Dios.
Nosotros, los más corrientes, sólo nos atrevemos a hacer ideales a aquellas personas que necesitamos. Le ponemos ropajes a su alma y los vemos distintos; los desengaños vienen en proporción a lo que les falta para llegar a aquello que le hemos atribuido.
Nos ponemos la venda del amor o de la amistad.
Nos ponemos la venda que produce admiración, y según sea la venda, así vemos a aquella persona.
Pero cuando nos traicionan, nos quitamos la venda para ver qué ha pasado, y entonces vemos una realidad que es aún peor que la auténtica, porque la diferencia la hemos destacado nosotros.
Todas las canciones hablan de desengaños de amor. Las poesías lloran lo que fracasó porque no se cumplieron nuestros deseos.
El teatro inmortaliza los sueños del hombre. En las iglesias se alaban a todos los dioses y santos. Santos, a los que de haberlos conocido directamente, quizás no los hubiéramos aceptado como a tales. Todo aquello que hubiéramos deseado ser o tener, nos lo dan en el arte, en el teatro o en las novelas. Y más aún en las religiones; en ellas conseguimos imposibles.
¡Qué engaños más bonitos se inventa el hombre! Necesita engañarse para sentirse feliz. O al menos para no sentirse tan desgraciado.
Si fuera más realista, si aceptara la vida tal como es, sin tapujos, con su rutina y su mediocridad, sus engaños serían menores; pero se niega a hacerlo así. Se niega porque la vida es fea y sobre todo porque tiene un desenlace que es más feo aún. No se puede aceptar que acabe tan mal.
¿Quién escribió esta obra? ¿Qué autor tan macabro y tan mal intencionado colocó al pobre hombre en este escenario? ¿Por qué le dio un papel tan poco brillante? Habría que quejarse al autor.
Pero el público, que no quiere aceptar el fracaso, porque también toma parte en la representación, no quiere reconocer que aquello no vale, e insiste en que acabe bien. Quiere que hayan escenas bonitas y se enamora de ellas, quiere que el personaje principal, que es él mismo, sea guapo, valiente, virtuoso. Lo quiere todo.
Quiere tanto, que le corrige la obra al autor y lo modifica todo. Pero cuando "sale del teatro", se encuentra con que lo modificado por él no tiene efecto; el autor no admite que le corrijan la obra que él hizo.
Y el desengaño es fatal.
Pero el "pataleo" no afecta al autor.
No tiene quien le pueda reclamar.
Y no va a "perder" su público porque el público siempre va a asistir a la obra.
Es un público creado por él y obligado a representar la obra entera.
El que se niega sólo puede "marcharse" antes de que acabe.
¿Cabe mayor desengaño?
El Autor no es digno de aplauso; en el mejor de los casos sólo es digno del silencio, de la desaprobación.
Algunos dicen: si me hubieran preguntado, no vengo.
Cabe mayor ironía aún; nunca te preguntan.
* * *
No quiero resultar pesado pero tampoco puedo dejar “en el tintero” las ideas que bullen en mi mente y que creo que pueden resultar útiles a otros. Las envío y el que quiera y pueda que las aproveche. No obligo a nadie a leer ni a meditar. Eso es cuestión de cada uno. Si hay una fuente puede beber en ella quienquiera. Todos estamos de camino y en este camino los sedientos del pensamiento somos todos. El que se niegue a pensar es aquél que se crea haber llegado a una meta. ¿…?
PASADO Y FUTURO
¿Existen en nosotros todas las ideas o son las cosas que vemos las que despiertan o nos sugieren el pensamiento?
Para poder responder con cierta seguridad a esto tendríamos que partir de cero. Parece que ésta es una experiencia imposible. El hombre se desarrolla física y anímicamente entre los demás y por lo tanto va recibiendo una serie de mensajes que son los que forman las ideas de todo cuanto conocemos.
En Lecturas para minutos de H. Hesse, él define con su maravilloso don de expresión esta idea:
Solo contabilizamos aquello que distinguimos como individual, pero en realidad estamos formados por todo lo que a la humanidad le costó formarse. Es decir en nuestra constitución entra todo lo que evolucionó nuestro ser, desde el pez o antes, hasta hoy. Nuestra alma almacena todo lo que almacenaron todas las almas de los que nos precedieron, tanto en deseos como en recursos. Tanto en bondad como en maldad, lo mismo en paraísos como en infiernos, en mandamientos o en prohibiciones.
Como es lógico de toda afirmación brotan dudas.
¿Solo es preciso que se plantee un problema para que nuestra mente sea capaz de buscar en el pasado lo que fuimos y de qué forma hemos de actuar?
¿Es la memoria solo una búsqueda más o menos acertada de un comportamiento ya existente?
Esto confirma lo que dicen los investigadores sobre eso de que no somos más que los otros animales, que sólo les llevamos la ventaja de nuestra evolución.
¿Pero hasta qué punto permanecen en nuestros genes los primeros pasos y hasta qué punto hemos podido borrar o modificar algunas fases primitivas? ¿En qué porcentaje entra la cultura en la que nos desarrollamos?
¿Cuál es la capacidad de nuestro cerebro? ¿Cuánto tiempo pueden permanecer nuestros instintos y en qué grado?
¿Cómo podemos auto-analizarnos si no hemos desarrollado nuestra máxima capacidad? No podemos juzgar nada a no ser que esté a nuestro nivel o por debajo de él. Algo inferior no puede medir a algo superior.
Estoy sentado a la orilla del mar. Pienso en las muchas formas de vida que existen en él. ¿Pero son capaces ellas de imaginarme a mí? Es posible que sean capaces de reaccionar ante mi presencia, pero salvo eso, no creo que pasen más allá.
En nuestro caso, si pudiéramos actuar, dentro de nuestro estado actual de evolución y suponiendo un desconocimiento de nuestros semejantes y además sin haber recibido ninguna formación, ¿cuál sería nuestra actuación en un despertar a la vida?
¿Comenzaríamos de nuevo en un estado primitivo?
¿Veríamos de nuevo al Sol como un dios?
¿Volveríamos a considerar nuestro planeta como una superficie plana?
¿El mar, que ahora tengo delante, sería interminable o con el final de un abismo terrible, lleno de monstruos?
¿Dónde estaría nuestra memoria genética y nuestro nivel superior?
Todas estas preguntas me hacen pensar que, además de ser unos animales evolucionados físicamente, somos un producto de nuestra sociedad que nos ha hecho de acuerdo con los modelos de cada cultura y de cada época.
No me imagino a ningún niño resolviendo progresivamente sus dudas por sí mismo, por simples que sean estas, a medida que crece. Tampoco me imagino a ningún adulto aclarando sus temores o sus problemas en ninguna fase de la vida por sí solo.
Es más, cada vez que conocemos algo, a pesar de las ayudas con que podemos contar, descubrimos muchas más incógnitas. Nuestra posibilidad de dudar crece con nuestra capacidad de conocer. Esto se ha repetido muchas veces, pero se hace tan palpable que es casi imposible eludir su repetición.
Parece que el hombre, asociado a sus semejantes, sería capaz de repetir, aun partiendo de cero, otra nueva civilización; pero aislado sería incapaz de reconstruir la mayor parte de sus ideas. Necesitamos apoyarnos en los demás para adquirir algunos conocimientos, pero incluso así, cuando llegamos a las grandes cuestiones nos encontramos "todos" completamente solos e impotentes. ¿Es posible que el tiempo le dé al hombre algunas certezas hoy no imaginables? ¿Si es así, cuánto tiempo será necesario para que nuestro entendimiento haya progresado lo suficiente como para eliminar algunas de las muchas dudas que les asaltan a todos los que quieren escuchar su pensamiento? Porque la reacción más corriente es la de esquivar el pensamiento. Porque él hace preguntas que no son agradables.
Y eso es a lo que hemos llegado en nuestra maravillosa superioridad sobre todas las especies. Sólo se puede sentir auto-compasión. Una gran soledad dentro de cada uno. Y sobre todo pena por los que empiezan. Solo aprendemos a soportar nuestras dudas, no a superarlas.
A la imagen de que todas las ideas que están en nosotros no son más que instintos reformados, se une la de que ellas se completan con el aprendizaje, o sea que nuestro cerebro es capaz de aprender, pero no de superar esos límites que tiene nuestro entendimiento a las preguntas de siempre.
Todo lo que tenemos almacenado son fases primitivas superadas. Todo lo que queramos despertar tiene que ser con un esfuerzo de repetición en el que colaboran los que nos preceden y que tuvieron que recorrer el mismo camino. Toda nuestra personalidad está latente, pero tiene que ser estimulada para que brote.
Somos como un gran almacén en el que existen muchas materias con las que podríamos hacer grandes estructuras, pero nos tienen que enseñar a manejarlas. Pero nunca podremos construir nada que tenga componentes que no existen en él. Y lamentablemente lo que anhelamos, lo que más necesitamos, son precisamente esas ideas que el hombre sueña, pero que nunca ha captado; ese futuro que busca la humanidad desde que tiene consciencia.
No conocemos los materiales con los que se construye el futuro.
Sabemos "algo" de los materiales que sirvieron de base al pasado.
* * *
La lectura se toma y se abandona según se desea. Cuando se abandona, entra en acción nuestro pensamiento. Durante él surgen las ideas en nuestra mente. Algunos las dejan plasmadas en sus escritos. Éstos son los que algunas veces sirven de guía para los que nos siguen. Perdurarán según el valor de las mismas y se olvidarán si pierden interés. Pero ellas son las que van marcando caminos. Se hace camino al andar: dijo Antonio Machado. Sentimos deseo de hacer caminos. Pero podemos equivocarnos, y ante ese sentimiento tenemos el temor de dar a conocer lo que pensamos. Y ante esa lucha nos debatimos aquellos que sentimos dudas, que es una condición en la que caminamos la mayoría.
EL UNIVERSO Y DIOS
¿Por qué enlazar Universo y Dios?
Siempre he mantenido que el dios de cada uno está situado allí donde terminan sus conocimientos. Nuestros conocimientos siempre se encuentran limitados en ese universo al que cada vez le encontramos unas nuevas y más lejanas fronteras y cuyo entendimiento se podría decir que se nos escapa tanto al científico de hoy como al ignorante de hace un millón de años.
Para los seres primitivos casi todo era desconocido; por lo tanto su dios estaba situado en cualquier lugar donde apareciera un fenómeno ignorado. Quizás uno de los más terribles era el que la tierra temblara bajo sus pies creando destrucción y pánico. De aquí que el terremoto era un dios, pero un dios malo y vengativo. Parece que entre los dioses benéficos quizás fuera el dios-sol el más antiguo y poderoso; todo dependía de él; la luz y la vida, como es en realidad. Excepto cuando otro dios, también poderoso, lo ocultaba y convertía el día en noche. Había que eliminar su enojo con sacrificios y promesas: hemos hecho a los dioses tan mezquinos y vengativos como lo era la mentalidad de cada época. Algunos fanáticos actuales mantienen aún estas ideas acordes con su ignorancia.
El ser humano fue ganando conocimientos y al mismo tiempo elevando la categoría de sus dioses. Un cosmólogo de hoy (de cualquier hoy), cuando se siente perdido en “ese más allá” al que le llevan sus conocimientos y las herramientas de que dispone, se siente abrumado y coloca allí esa idea que aún perdura en la mente de algunos espíritus. A esa idea le llamará lo que quiera, pero desde luego no será un dios antropomorfo y menos aún vengativo y ruin; es rebajar mucho a su dios.
Einstein lo expresó así:
Es el sentimiento básico que se encuentra en el nacimiento de la ciencia y el arte verdaderos. Quien no lo conoce y no es capaz de asombrarse ni de maravillarse, está como muerto y sus ojos están debilitados. Fue la experiencia del misterio, unida a la del temor, la que engendró la religión. Un saber de la existencia de algo que no podemos penetrar, nuestras percepciones de la razón más profunda y de la belleza más radiante, que solo nos son accesibles en sus formas más primitivas. Este saber y este sentimiento son los que constituyen la verdadera religiosidad; es en este sentido, y solo en este, que me considero hombre religioso.
La idea del cosmos es a la que no le podemos poner ningún final. El concepto de ese universo se escapa a la imaginación más poderosa, es ese caos de dimensiones y distancias para las que no tenemos ningún patrón de medida en nuestra mente. Los increíbles fenómenos que se originan en algunas galaxias lejanas, junto con los cientos de miles de millones de estrellas que componen a cada una de ellas nos abruman. Todo esto “pide algo” que domine esta fantasía y que sea más poderosa que ella. Pero precisamente por esa grandeza inimaginable, es imposible hacer a este dios preocupado por vengarse de una serie de “parásitos” que le han aparecido a una insignificante mota de polvo, al que llamamos Tierra, perdida en el universo junto a una estrella vulgar. No podemos hacerle sentir odio hacia esas criaturas y menos aún sentir el deseo de castigarlos porque han respondido a unos instintos elementales que él mismo, como responsable de todo, le infundió. El cosmos y las leyes que lo gobiernan, son las que él impuso y las “culpables” de que la vida funcione como lo hace.
Nuestra mente, abierta a los conocimientos de cada época, no puede abarcar la idea de Dios ni del infinito: por eso recurre a un concepto al que llamamos fe. No se le puede reprochar a ningún ser humano que crea o no en ese ser superior; es necesario admitir que su capacidad no le permite comprender lo que no está a nuestro alcance. La duda, la terrible duda, es la condición “más firme” en la que están situados aquellos que meditan sobre esto. Para expresar esta idea sinceramente, se le deben exigir al que opine sobre ella, que posea unos conocimientos suficientes en los avances de la ciencia en todos sus aspectos y en todas las épocas, para que de esta forma le sea posible eliminar aquellos dioses que nuestra especie ha mantenido durante otros tiempos de mayor ignorancia. Desde el dios-sol primitivo hasta el panteísmo de Spinoza, o desde los conceptos de los cosmólogos más destacados que pudieran existir en cualquier momento. Incluso hasta en la destrucción de la materia en sus componentes últimos, se puede imaginar que existe ese ser que lo mueve todo. ¿Qué otra causa podemos encontrar dentro de la razón que nos alcanza?
Por eso he querido llamar Universo y Dios a estas palabras que no tratan de descubrir nada nuevo en Cosmología ni en Religión, sino expresar el sentimiento que siempre ha acompañado al ser humano desde que su cerebro le permitió pensar en algo más que buscarse la comida, la caza, o el agua para poder vivir. Mis palabras no son las del docto en cosmología ni mucho menos las del teólogo; sólo son las de un individuo que, lo mismo que Unamuno, se pregunta por qué cree un día sí y otro no. Él supo expresar esa duda y lo hizo de una manera genial.
En cuanto a la Astronomía, solo puedo decir que ella me llevó a eso que llamamos Filosofía y de ella a la búsqueda, que no a la creencia, de una idea de que debe existir algo que gobierne a la materia. Porque si no es así tenemos que aceptar que la materia ciega, con sus propias leyes, es la que lo gobierna todo. Y si esto es todo, cosa que no puedo negar ni afirmar, tenemos que abandonar nuestros sentimientos y dejar que la vida pase, tal como lo ha hecho ciegamente desde que se inició en nuestro planeta y sabe dios en cuantos otros del inmenso caos del universo.
En las palabras que siguen están mezclados unas veces mis escasos conocimientos de Astronomía, con los más escasos aún de teología, de la que nunca quise conocer nada porque siempre me tropecé con esos dogmas que colocaron allí los que lo sabían todo acerca de Dios, y a los que nunca he llegado a comprender. Los dogmáticos son los que hacen alejarse de las religiones a los que buscan la verdad; esa verdad que tampoco existe. La mejor definición que encontré en mi vida acerca de esos individuos que buscan la verdad, o sea los filósofos, fue:
Son unos individuos ciegos, que buscan un sombrero negro, que no existe, en una habitación a oscuras.
El resumen de la idea que pretendo desarrollar a partir de aquí es:
Que sólo expreso sentimientos, ese tipo de sentimientos que nos acompañan en las largas noches de insomnio y que nos son comunes a todos los que intentamos comprender lo que no es comprensible. ¿Podemos hacer otra cosa?
Alguien podrá decir que olvidar es otro camino; pero a esto se le puede llamar suicidio mental, cosa que suele suceder poco antes del suicidio físico.
Sólo pido comprensión y razonamiento; rechazo dogmas de cualquier tipo. También pido que se comprenda la mezcla de ideas religiosas con los sentimientos que produce el contemplar el cielo e intentar abarcarlo con la mente; eso es tan difícil como entender la idea de Dios. Ambos son nuestros imposibles.
* * *
Puedo cansar a los demás, pero no puedo frenarme a mí mismo. En “defensa propia” los demás pueden utilizar la papelera que es una herramienta de gran utilidad.
A veces me pregunto acerca de la utilidad de mis escritos: la respuesta pueden darla los que los interpreten.
LA CREACIÓN
Es este uno de los temas que más han preocupado al ser humano. El origen del universo y el origen de la vida. Todas las religiones o mitologías tienen su creación, su dios y sus enviados. Todas creen poseer la verdad. ¿De dónde salió todo?
Se empeñan algunos físicos modernos en decirnos que todo salió de la nada en la Gran Explosión. No hay una idea que más choque con nuestra lógica que esa de que algo salga de la nada. Pienso a veces que la mente de ellos es de distinta composición de la del resto de los mortales. Voltaire decía que le era más fácil concebir la idea de un creador, que la de que algo pudiera aparecer allí donde antes no había nada.
Sin embargo el científico actual, que ha llegado a simular en el ordenador todos los pasos en retroceso desde el estado actual del universo hasta las primeras fracciones de segundo antes de la Gran Explosión, al encontrarse en esta fase en la no que hay explicaciones para el paso anterior recurre a decir que antes de ella no existía la materia y que todo surgió espontáneamente en dicha explosión. Nuestra mentalidad se resiste a aceptar eso (resistirse a creer no significa negar). Parece más lógico pensar que se hubiera llegado a la Gran Explosión después de haberse contraído todo el universo por la acción de la gravedad. O sea un universo cíclico en el que se repitiera la creación en cada “nueva” gran explosión. Esto choca menos con nuestra capacidad de comprensión. Parece más aceptable que siempre hubiera existido algo y que ese algo se repitiera incansablemente. Tampoco se puede afirmar nada de esto dogmáticamente.
La ciencia actual, o al menos algunos de los científicos, dicen que con la Gran Explosión aparecieron también simultáneamente el espacio y el tiempo. Más razones para ponernos en una situación peor.
¿Qué es el tiempo?
A esta pregunta se le han dado muchas respuestas. Vamos a aceptar como más asequible para nosotros aquella de que es una medida de lo que transcurre entre dos acontecimientos, sean estos los que sean. Por ejemplo, lo que ha transcurrido entre la Gran Explosión y nuestro universo actual, es tiempo. También, y este es más asequible y de mayor importancia para nosotros, lo que transcurre desde que un ser nace hasta que desaparece. Si no existen acontecimientos, el tiempo no tiene significado. Hasta aquí somos capaces de comprender la "aparición del tiempo", pero no mucho más. Si antes de la gran explosión no había acontecimientos, no había tiempo. Hemos borrado de un plumazo toda la eternidad. ¿Eso no era tiempo? ¿Qué significa entonces eternidad?
J. L. Borges dio una explicación más asequible a nuestro entendimiento con respecto al tiempo. Dijo:
El tiempo es una despedazada copia de la Eternidad.
Ya es algo, aunque sea sólo un trozo de eternidad. ¿De qué proporción?
Si la Gran Explosión dio lugar a esto que ahora conocemos, ¿antes qué había? ¿Es que ese tiempo o la eternidad estaban esperando a que ocurriera aquel acontecimiento para comenzar su caminar?
¡Qué ganas de modificarlo todo para que encaje con nuestras limitaciones! ¡Qué afán de convertir lo Eterno y lo Infinito en algo temporal y limitado para que se asemeje a nuestro mundo!
¿Cómo vamos a ponerle puertas a lo infinito y límites a lo eterno?
Pero aún es peor con el espacio. No me atrevo a definirlo; no sé hacerlo.
Yo pensaba que al menos el espacio infinito debería de haber existido siempre. Ellos dicen que lo que había era un vacío infinito. Un vacío en el que no había ni espacio ni tiempo, ni materia, ni nada. También hemos liquidado de otro plumazo la idea de espacio infinito, a pesar de lo fantástica que era.
¿Dónde estaba la materia que dio origen a la gran explosión antes de que apareciera el espacio? Por muy pequeño que se considerara el volumen que la contenía, dicha materia "necesitaba" de un espacio. Además, ¿lo que rodeaba a dicha materia, cómo se denominaba, qué era?
Somos capaces de decir que el espacio es infinito, o sea que "no puede tener fin". ¿O es que el espacio es algo material? Los no entendidos estamos al borde del caos. Al parecer sí es algo material, porque "es deformable", y además apareció con la materia. Eso dicen.
Ellos dicen también que el espacio es "curvado" y además es finito. Si esa curvatura vuelve al mismo punto de partida, después de haber recorrido un largo camino, habrá formado una figura, la que sea, y esa figura debe estar contenida en un espacio, al que no vamos a poner otro límite de nuevo, no acabaríamos nunca. Sólo podemos decir que "debe de existir algo" que existió siempre, y a lo que no encontramos explicación, pero al que le tenemos que dar un nombre.
Con respecto al espacio, si a lo que se refieren los físicos es al "espacio que contenía" a la materia origen, podemos comprender que creciera "aquél fragmento de espacio", y desde él, aumentara constantemente hasta lo que hoy es el universo conocido. Pero entonces nos planteamos la siguiente cuestión: allí donde termina hoy el universo "conocido", ¿termina el espacio también? Esto dando por hecho que el universo "termina" en algún lugar. ¿Acaba donde termina la materia que conocemos? ¿Pero qué sabemos del final de esa materia? Los últimos descubrimientos de las galaxias más alejadas dicen que estas se alejan a velocidades cercanas a las de la luz. De esta forma podemos pensar que nunca podremos “ver” las galaxias que estén más allá de esos límites porque se alejan a la velocidad de la luz. ¿Es posible esto? Einstein decía que no. Yo sigo diciendo que no sé nada de nada.
Se pueden tener ideas difíciles de entender, pero contrarias a la lógica de los que estamos fuera del mundo de la física moderna es desconcertante. Ellos, los sabios, nos dicen que todo es demostrable por medio de las matemáticas. Los no matemáticos estamos desplazados del mundo del pensamiento. Tenemos que pensar sin base alguna.
Mientras más avanza la ciencia, más alejados estamos de ella y más difíciles son las preguntas que nos plantean nuestras dudas. Se entiende, las dudas de los que no somos ni matemáticos ni físicos. Ni teólogos. Ellas van en proporción a nuestra capacidad de pensar; mientras más imaginación poseamos, más dudas. Y más preguntas sin respuesta.
Tantas incógnitas se convierten en una pesadilla. Pero al mismo tiempo las incógnitas son las muletas que nos sostienen, porque sin ellas más de uno romperíamos la baraja antes de llegar al final. La duda significa que aún hay algo de esperanza. Mientras existen esperanzas "creemos" que algún día se aclararán. No significa esto una bendición a las dudas. Sólo, que mientras perseguimos la solución a algún problema, nos olvidamos de otros.
Continuamos; ¿hubo una creación?
No me atrevo a preguntar más cosas sobre esto. Da igual que nos expliquen el origen del universo actual de una forma u otra, es igual que sea cíclico o continuo, importa poco si hay una gran explosión cada cien mil millones de años si quieren, como que solo haya habido una. O ninguna. Para nuestra vida limitada sólo hay una creación, y esta la podemos limitar a "nuestro tiempo". Durante ese tiempo habrá un espacio y un tiempo que serán "los nuestros", y un "creador" que será el que nos hayan definido nuestros antecesores y nos hayan "modificado" aquellos con los que convivimos.
Pero volvamos a la creación que nos definen los físicos de hoy.
Dicen que toda la materia de "todo el universo" estaba contenida en un punto que casi no tenía dimensiones. No nos colocan entre la espada y la pared, más bien entre dos paredes. O entre dos espadas.
Veamos paso a paso las definiciones que ellos nos dan de las distintas densidades de la materia conocida en las estrellas, que es otro de los escollos que tenemos que superar.
Las enanas blancas son tan "poco densas" que ni merece la pena comentarlas.
Comencemos con las estrellas de neutrones para no perder tiempo. En ellas los electrones no tienen espacios para "su baile", y los núcleos, que son el centro "compacto" del átomo, están codo con codo. Nos aclaran que una cucharadita de esta materia pesa muchísimos miles de toneladas. He leído en un libro de divulgación científica que pesaría algo así como todos los continentes de nuestro planeta juntos.
A continuación pasamos a los fantásticos agujeros negros. Nos aclaran que en ellos la materia se ha colapsado. Aquí no se puede hablar de densidades. Julio Verne quizás sería capaz de definir el peso, o lo que queda de la materia en esta "singularidad" como se le llama a eso. Y para más aclaración nos dicen que toda la materia de muchas estrellas, de bastantes millones de kilómetros de diámetro cada una, queda reducida a "pocos" kilómetros en un agujero negro.
Finalmente nos dicen que en la Gran Explosión (o en la Creación), toda la materia del universo, con sus miles de millones de galaxias (y de esa materia oculta de la que se nos habla hoy), conteniendo cada una de las galaxias cientos de miles de millones de estrellas, "toda esta materia junta", queda reducida a un pequeño punto casi sin dimensiones. Además sin espacio, porque aún no existía éste. Y sin tiempo.
Llegados a este punto preferimos creer en la creación que nos contaban de pequeños en la escuela. No somos capaces de seguirlos con la mejor voluntad del mundo. Pero ellos nos dicen que matemáticamente se llegan a estas aproximaciones. Por si esto fuera poco también nos dicen que matemáticamente existe un espacio de no sé cuantas dimensiones. Estas ideas nos dejan anonadados. Nos borramos del mundo de las matemáticas.
Si no fuera por sus ensayos, por sus conocimientos, por sus simulaciones de ordenador, por los aceleradores de partículas, y por el apoyo de toda la comunidad científica, nos declarábamos "ateos de la ciencia", sobre todo en Astronomía, y en la Física moderna. Nos quedamos en "nuestro rincón" con un sentimiento de incapacidad que es difícil de definir.
¿Somos unos seres demasiado limitados o es que lo que nos rodea encierra muchísima más fantasía de lo que nuestra infatigable imaginación es capaz de concebir? ¿Es la vida bastante más compleja de lo que soñamos? ¿Estamos acercándonos al límite de lo que se puede llamar el conocimiento humano y empezamos a sentir el vértigo de nuestra incapacidad?
Estas ideas son ya metafísica pura. Sentimos nuestra incapacidad para comprender algo que parece imposible superar. Esa creación que buscamos parece que nos exige que abandonemos la ciencia para refugiarnos en la imaginación. Hemos perdido la capacidad de razonar a estos niveles.
El nivel de conocimientos físicos y matemáticos necesarios parece que no están al alcance nada más que de los genios. De esos genios que aparecen solo uno cada varios siglos y a los que se podrían definir como unos "místicos de la ciencia".
Los demás tendremos que conformarnos con levantarles un altar y adorarlos. Sin embargo la ciencia es la única verdad racional a la que podemos llegar. Todo lo demás son sentimientos, que es de lo que vivimos la mayoría.
Lo único que podríamos afirmar, a la vista de los hechos, es que “pudo” haber una creación. El cómo es ya otra cuestión. Pero volvamos otra vez a nuestras dudas y lancemos otra pregunta: ¿Tuvo que haber una creación o la materia existió siempre? Tal vez sólo existieron transformaciones que dieron lugar a cataclismos y nuevos comienzos. En “una eternidad” todo es posible.
¡Cuánta ignorancia somos capaces de concebir!
El ser humano se debate siempre entre dudas, y se pregunta por todo. Para satisfacer sus terribles incógnitas inventa teorías y crea dioses, le da rienda suelta a su imaginación y procura frenarla cuando puede.
Y al final se queda anonadado, destruye a los dioses, niega las teorías y no sabe si hay un camino dentro de la fe o en la desesperación.
Sólo sabemos que todo terminará un día para cada uno particularmente, y también para la especie, aunque no sepamos cómo ni cuándo. Y que cuando termine para nosotros, nada existirá también para nosotros. Los demás seguirán preguntándose cosas hasta que su mente se detenga al igual que la nuestra.
* * *
Durante estos días conviene tener en cuenta este deseo de tener dioses. También el deseo de consumir, que es la forma de “adorar a estos dioses”. A los que gobiernan la sociedad les conviene quitar ideologías y sustituirlas por caprichos. ¡Cuántas cosas resistirán el paso de unos días! Los envoltorios descubrirán que debajo no había nada. Las ilusiones dejarán un vacío mayor que antes.
HÉROES Y DIOSES
Queremos tener ídolos, los necesitamos.
Unos los crean superiores, o sea dioses. Otros se conforman con héroes de carne y hueso. Al final destruimos a los primeros y los otros comprobamos que se deshacen solos.
Queremos sentirnos fuertes y por eso buscamos protección.
De cualquiera de las formas no hacemos más que mostrar nuestras debilidades. El hombre ha sentido siempre su incapacidad ante los peligros reales de su vida, y sobre todo su ignorancia a lo que le es superior, aquello que creemos que está más allá de la vida.
Cuando se lanza a destruir sus dioses-ídolos no lo hace por el convencimiento de su falsedad, lo hace porque le desespera que aquello no responda a lo que él quería. Los inventa y luego se asombra de que no sean ciertos. ¡Qué desesperación que no resulte verdad lo que más desea! ¡Lo adornó con tantas cualidades! Lo hizo inmortal e infinitamente sabio y bueno y luego resulta que no debe de ser tan bueno, ya que lo abandona y no le da ningunas esperanzas. En la vida diaria encuentra el mal por todas partes y el bien anda escaso.
En su lucha el hombre saca héroes de todas partes. Hace héroes a los grandes artistas, a los poderosos, a los deportistas. Cada día comprueba que hay nuevos héroes que superan a los anteriores y abandona a unos para seguir a otros. Nunca está totalmente satisfecho porque siempre se degradan. Quiere algo que sea imbatible.
No hay cosa que sea más digna de pena que un héroe abatido. Sólo quedan héroes de pie en las mitologías. Por eso son tan bonitas y se mantienen. Pero son bellas y superiores porque no las tenemos cercanas, además no creemos en ellas.
A los héroes hay que admirarlos de lejos, tanto en el tiempo como en la distancia. De cerca todos son humanos y por lo tanto cambiantes. Débiles y hasta con faltas. O sea son hombres encumbrados, pero no dioses. ¡Con la falta que nos hacen! Solo los griegos los tuvieron, pero al parecer no dejaron descendencia.
El hombre, hoy y siempre, ha seguido en pos de los líderes. Cuando alguien con inteligencia y con suerte destaca, tiene muchos incondicionales porque se sienten seguros a su sombra. Pero si un día, otro líder con un golpe también de suerte o de propaganda, consigue demostrar una debilidad o un fallo del líder de moda, todos los "incondicionales" lo abandonarán para ponerse a la sombra del más fuerte. Mañana se repetirá lo mismo con otro.
En política, en arte o en deportes, hay que estar creando constantemente ídolos. Los medios de difusión con su enorme influencia, los hacen a medida. Y también los destruyen con más facilidad. Solo es cuestión de poder y dinero. Y estas empresas están dejando al pueblo casi sin héroes. Lo están dejando deshecho.
Los dioses eternos nos han abandonado y a los ídolos-héroes de cada día, nos los manejan de distinta manera a como nos gustaban antes. Si hay que fomentar un producto o una idea, se crea al héroe a la medida necesaria para vender lo que sea. Y luego nos lo quitan si la cosa no marcha bien.
Nadie puede criticar a las culturas antiguas por los dioses-héroes que inventaron. El pueblo los necesitaba y se hacían a su medida. Eran maravillosos y no los derribaba nada más que el tiempo que es quien acaba con todo. Pero de una manera más elegante, con autoridad, sin trampas.
Pero hoy no. Hoy nos quitan una ideología política o religiosa, o nos derriban un héroe, antes de que los disfrutemos, antes de que nos sintamos seguros a su sombra. No nos piden permiso ni cuentan con nuestra opinión. Si no interesa se elimina. Entonces el hombre recurre a "dioses menores". Y surgen los brujos, los gurús, las echadoras de cartas, las sectas religiosas, la astrología. Son dioses sin categoría y sin enviados especiales y sólo se emplean para engañar a los más ignorantes. Y como es usual, para el negocio.
Y el hombre se embrutece. Y llora. Llora porque se siente mal, porque ya no es hijo de dioses ni amigo de héroes. Ya ni siquiera espera llegar a ellos después de la muerte. Porque al hombre le gusta eternizarse y sentirse unido a sus dioses. Y se ha dado cuenta de que el comercio no es un dios. Es un monstruo moderno que se traga a los dioses. Al hombre le están dando dioses-coche, dioses-chalets, dioses-lujo, dioses-deportistas. Y esto no satisface al hombre que, de verdad, es hombre. Y lo mismo que el niño, rompe los juguetes y se da cuenta de que el coche no tiene alma, que el chalet tampoco, que el lujo no es todo felicidad, que los deportistas son hombres que, como él, se acaban y tienen debilidades.
Y el hombre se siente solo y no quiere estarlo. Se emborracha de caprichos, y cuando se le pasa la borrachera, se siente más solo y más vacío que antes.
Y se siente mal. Algunos vuelven a admirar a Ulises.
Otros buscan de nuevo a Cristo, a Mahoma, o a Buda.
Otros tratan de buscar su alma en los libros.
Y encuentran a Séneca, a Cicerón, a Platón, o a muchos que anduvieron solos y se habían encontrado a sí mismos y se dieron cuenta de que ellos eran su propio dios. No porque se sintieran dioses, sino porque se reconocían como hombres. Y en su superación llegaron a héroes. Pero a héroes humanos, a héroes que sabían que tenían que superar las pruebas de su ignorancia.
Pero al hombre de hoy le han quitado los libros y con ellos su cultura y su imaginación. Se lo dan todo hecho, los caminos están marcados. Hay que ser de izquierdas o de derechas. Hay que ser ateos o creyentes. Hay, en una palabra, que ser borregos y obedecer. Especialmente, hay que consumir.
Lo que no se puede ser es pensador. Está mal visto. Sobre todo porque se sale de lo conveniente para la sociedad del negocio mundial. El "negocio mundial" es una minoría. Una minoría a la que no le importa en lo que termine el hombre, ni cómo acaben algunos países.
Pero el hombre prefiere tener dioses.
Aunque no le respondan.
* * *
Aquél que no haya pensado nunca sobre esta posibilidad es que no tiene imaginación o bien que nunca ha mirado al cielo en una noche sin Luna. Los que hemos visto en el cielo algo más que unos puntitos brillantes, somos capaces de asegurar que sí, que tiene que haber vida en algunos de los miles de miles de millones de ellos. Aquí sí se puede se dogmático. “Allí” tiene que haber alguien que pregunte por “mí”. Yo ya le he respondido, aunque mi respuesta no le haya llegado aún. Yo soñé esto detrás de mi telescopio, y a veces sin telescopio también. ¿Por qué tenemos que ser los “únicos”?
POSIBILIDAD DE OTRAS VIDAS
Cuando abrimos un libro siempre nos preguntamos: ¿Qué me va a decir sobre este tema? Sabemos de qué nos va a hablar porque así lo hemos elegido, pero ignoramos hasta dónde va a llegar, ni qué descubrimientos nos va a hacer.
Siempre que llegamos a un lugar que no hemos visitado nunca, también nos preguntamos: ¿Qué cosas de interés podré ver aquí? Igualmente podemos tener una idea del lugar ya que la visita la hemos decidido porque era de interés para nosotros.
Cuando conocemos a una persona son muchas las preguntas que nos hacemos, pero en este caso podemos desconocer casi todo de ella. Quizá nos hayan hablado anteriormente de qué clase de persona es, pero siempre hemos de hacer el descubrimiento o la confirmación por nosotros mismos.
Pero tanto en el nuevo libro, en el lugar a conocer, o en la persona a tratar, existirá siempre un factor común: la curiosidad. Sentimos una enorme curiosidad por todo, un deseo enorme por aprender, un afán incontenible por descubrir secretos. Nuestro planeta, y toda la vida que existe en él tienen motivos más que sobrados para mantener el interés permanente. Cualquier ciencia o arte tienen campos para crear inquietudes capaces de llenar una vida.
Pero el hombre no se detiene ante lo que tiene próximo, se quiere salir del planeta y enterarse de lo que hay fuera de él. Quiere saber de otros mundos y de otras vidas. Es una inquietud que siempre nos ha preocupado por encima de todo.
Un día presencié en la televisión un coloquio sobre las posibilidades de que se hubiera desarrollado la vida en otros lugares del universo. Es un tema que antes se discutía bajo el punto de vista filosófico solamente, pero hoy se estudia y se razona en el terreno de la biología, en astrofísica, y en astronomía. Se acepta por todos los caminos que dadas las enormes cifras que se manejan sería absurdo que entre tantas posibilidades solo se hubieran dado las circunstancias para el nacimiento de la vida en un minúsculo planeta de una simple estrella de una sola galaxia. El análisis de algunos meteoritos, o el de la materia desprendida de los cometas nos indican que la base de la que partió la vida en la Tierra también existe fuera de ella.
Las personas que mantenían el coloquio en la televisión eran una astrofísica, un biólogo, un astrónomo, un bioquímico y el entrevistador. Como siempre que se discute de este tema entre científicos, se llegó a la conclusión de que "deben de existir otras vidas", aunque no tengamos la confirmación de este sentir. En la actualidad no tenemos esperanzas de comunicarnos para confirmar esta idea, aunque se está haciendo algo por conseguirlo, pero con respecto a la posibilidad de establecer contacto directo no se ve el camino ni se sueña con que esto sea posible. Aun incluso aceptando las sugerencias de la ciencia ficción sobre la fantasía de poder desintegrar a una persona y enviarla por radio para volverla a integrar en otro lugar, esto queda fuera de los límites del tiempo de una vida con respecto a las estrellas candidatas a albergar vida dentro de nuestra Galaxia.
Este tema es uno de los sentimientos de máxima curiosidad del ser humano; conocer la existencia de otras vidas en el universo entero. He leído en una revista de astronomía un artículo sobre la posibilidad de vida inteligente fuera de nuestro sistema solar. Es un tema que, desde distintos puntos de vista, a todos nos produce un gran interés. Es de la máxima curiosidad. Es al mismo tiempo un tema que está desvirtuado debido la charlatanería de revistas que no son serias o por personas que, además de no ser serias, son ignorantes. Esto debe de ser tratado con respeto y con el conocimiento suficiente para estudiarlo como merece.
Pensando en cómo hemos llegado a conocer nuestro planeta y cómo lo hemos colonizado, y también en el tiempo que hemos necesitado para avanzar en nuestra civilización podríamos hacer conjeturas. De todas formas serían, de momento, solo algo de fantasías.
Hace poco más de un millón de años, el hombre vagaba sobre la Tierra sin rumbo y sin ideas. A fuerza de repetir recorridos, tanto él como los “otros animales” comenzarían a marcar senderos en las rutas que conducían a las fuentes o a los lugares donde hubiera frutas o caza. También hacia los lugares de refugio. No habría otros objetivos aparte de las necesidades, que son las que nos mueven principalmente. Las posteriores agrupaciones en tribus ampliarían estos caminos. Poco a poco, los poblados al crecer necesitarían ampliar estas vías de comunicación y a eliminar obstáculos. Sobre todo para organizar guerras que es lo que más ha destacado en la "comunicación" entre los pueblos.
Hoy día la Tierra está surcada en todas direcciones. Desde el más simple sendero hasta las grandes autopistas. Las comunicaciones ocupan también el espacio próximo a la Tierra. Desde los caminos invisibles para los vuelos aéreos, hasta las comunicaciones por radio, televisión, satélites artificiales, Internet, etc., casi todo está dominado.
El limitadísimo radio de acción del hombre primitivo se ha ampliado de tal forma que cualquier punto de la Tierra está al alcance con relativa facilidad. Lo que antes costaba muchísimo tiempo y hasta varias generaciones para recorrer grandes espacios (imaginemos a los primeros pobladores de América recorriéndola desde el Norte hasta el Sur), hoy es solo cuestión de horas. Podemos conocer lo que está ocurriendo en cualquier parte del planeta, en directo, a través de la televisión, aunque a veces sería preferible no conocerlo. Nuestro planeta se ha quedado pequeño. Se ha dado el primer paso fuera de él. Y se piensa ya en los siguientes.
Tendremos que empezar a recorrer los primeros "senderos" fuera de nuestro grupo de terrícolas. Buscar las "fuentes del espacio" y quizás también las cuevas donde refugiarnos en las noches cósmicas. El primer punto a examinar son las posibilidades de que existan otras vidas similares a la nuestra. Si pensamos en los cientos de miles de millones de estrellas de cada galaxia y en el inmenso número de galaxias "conocidas", parece absurdo pensar que somos los únicos seres existentes en todo el universo. El negarlo entra más bien en el terreno del endiosamiento. Algunos lo sitúan en el de la religión; la vida es un don de Dios, "única y exclusivamente para nosotros". Que cada cual lo juzgue como quiera.
Pero no es este el punto a considerar. Esto ya ha sido estudiado y comentado en algunos libros, y bastante a fondo precisamente. Para los que no somos científicos y no podemos aportar datos en este terreno, parece que lo que más nos podría atraer son los conocimientos e ideas que estos seres pudieran tener por encima de los que nosotros poseemos. Estremece la idea de que pudiéramos establecer contacto con ellos, aunque solo fuera por radio. La posibilidad de que llegara el momento de hacerlo directamente, sobrecoge. No podemos imaginar a qué terreno nos podría llevar este tema.
Abandonar nuestro planeta y llegar a descubrir otro, espiritualmente hablando, y dejando aparte de momento el avance de la ciencia, significará un triunfo extraordinariamente más grande que el que significó en otros tiempo el abandonar la aldea y lanzarse a viajes desconocidos de los que muchas veces no se volvía.
Para el posible viajero del futuro, abandonar nuestra atmósfera protectora, el calor y la vida suministrada por el Sol, nuestra gravedad, y nuestra naturaleza, y tener que substituirlo por un micromundo artificial, sin saber la duración del mismo y su final, deberá ser terrible. La sensación de impotencia dentro de una pequeña nave será casi total. Ya sé que también se debieron encontrar en situaciones similares los primeros descubridores y colonizadores de América. Aunque las escalas de comparación sean muy dispares. También lo eran las escalas de ignorancia, porque no se podía hablar de conocimiento.
Los colonizadores del espacio no podrán substituir una "fuente" por otra con facilidad, ni una "cueva-refugio" por otra. Siempre significarán unos espacios de tiempo desproporcionados con nuestros ciclos de vida y posibilidades. Recorrer las “autopistas” del universo exigirá muchas generaciones que se continúen y sustituyan. Muchas de ellas no habrán conocido el planeta de sus antecesores. Nacer, crecer, reproducirse y morir, sin haber respirado y sentido el mundo en el que se formó nuestro organismo a lo largo de algunos millones de años, no será cuestión superable en pocas generaciones.
¿Recorrerá la humanidad alguna vez estos caminos? ¿Se extinguirá antes?
La razón que nos obligue quizás pudiera ser el agotamiento de nuestro planeta o, para un larguísimo plazo, la extinción de nuestro Sol. El objetivo que nos atraiga será sin duda la localización de otras formas de vida. Esta es una de las cuestiones que más han atraído al hombre desde que tuvo conocimiento de otros planetas de nuestro sistema, y del más extenso conocimiento del universo. Si esto fuera posible, sería el paso más grande concebible por la humanidad. No obstante sería una ruta sin regreso para los primeros. El regreso solo tendría efecto para posteriores generaciones. ¿Pero tendría interés entonces el regreso? La confirmación de que no estamos solos, aunque de momento solo podamos asegurar que "debe de ser así", es algo que no podemos describir. Se derribarían muchos prejuicios, aparecerían ideas revolucionarias en todos los sentidos, nos sentiríamos desconcertados. Naceríamos a un nuevo mundo que no podemos concebir. La imaginación se pierde.
En este punto, las dudas y preguntas que se le pueden ocurrir a cualquiera se salen, de momento, de todas las conjeturas. Es preferible dejarlo a la imaginación de cada uno. Pero algunas son fundamentales y de interés para todos. Conocemos nuestras limitaciones, y por lo tanto nuestras muchas dudas. ¿Serían capaces "ellos" de sacarnos de algunas?
Es impensable. Pueden ocurrir dos cosas: primero que el tiempo de existencia de su civilización fuera del mismo orden que el nuestro. Indudablemente, salvo en el hecho de saber que no estamos solos, que desde luego ya es bastante, no dejaría satisfechas muchas inquietudes más.
El segundo caso que es el verdaderamente importante es el de que nos llevaran mucha diferencia en el tiempo. Como ésta podría ser desde cientos de años solamente, hasta millones o tal vez miles de millones, la transcendencia sería de un alcance inimaginable. Sus ideas del universo y sus conocimientos científicos y de todo orden tendrían que ser distintas, más bien aplastantes. ¿Quedarían algunas de nuestras seguridades actuales?
Aquí habría que separar dos temas que son esenciales; ciencia y eso que llamamos sabiduría.
Dejemos la ciencia y los conocimientos aplicados, o sea la tecnología, para los especialistas. Es apasionante, pero exige que cada apartado de la ciencia sea tratado por quien haya progresado lo suficiente en ella. Y hoy cada rama necesita de toda una vida dedicada a ella y además, en colaboración por equipos y con medios que no están al alcance de la mayoría.
Sobre la sabiduría haría falta profundizar en el significado de esta palabra. Sus sinónimos definen que considerar sabia a una persona es algo poco concreto. Inteligencia, experiencia, conocimiento, ilustración, cultura, conciencia, etc. Cada una de estas acepciones, y muchas más, serían necesarias en la persona (más bien en un grupo de personas) que fuera capaz de iniciar ese "diálogo" fantástico e inimaginable hoy, con un ser al que tendríamos que considerar como un semidiós, tal como los griegos consideraban a los "habitantes" de su Olimpo. Y me limito a la mitología porque, además de ser más bonita, no toca otras ideas más difíciles de tratar. Pero si el hombre ha pasado de ser un animal evolucionado, a un ser "más o menos inteligente" en pocos millones de años, cuesta trabajo pensar en lo que se podría progresar en algunos cientos de millones de años a partir de los conocimientos de nuestros días. Y conste que hemos eliminado de estas divagaciones el tema de los conocimientos científicos, por considerar que al hombre le ha preocupado y le preocupará más, por ser insuperable para nosotros, nuestro origen y nuestro destino.
¿Serían capaces estos seres de hacernos avanzar algo en este sentido?
Los tenemos que suponer capaces de haber eliminado prejuicios, errores y temores infundados. Si no fuera así su superioridad no tendría fundamento. El choque en algunos temas sería brutal para nosotros.
Son tantas las preguntas que nos planteamos desde nuestro nacimiento, que nos parece una contradicción que alguien, por muy extraterrestre que fuera, nos pudiera aclarar estas terribles dudas. Sólo el pensar que puedan existir otros planetas, y en ellos otros seres, es una idea capaz de afectar a cualquier persona con capacidad de comprender, fantasear y soñar. Es que la imaginación es pobre en este terreno, no solo para imaginarlo, sino para precisar los cauces por los que podemos "definir" esta increíble posibilidad. No son solo conocimientos los que son precisos para ver claro este planteamiento, es una capacidad de pensar profundamente, una capacidad de fantasía y de ficción; porque lo que no es de nuestro mundo habitual no puede ser "creado" con las herramientas que conocemos.
¿Serían semejantes a nosotros? Es un terreno restringido, de momento, para los soñadores. Más adelante lo sería para los científicos y para los sabios. Los filósofos y los locos van por delante de los sabios. Cuando tropiezan con la realidad, le ceden el paso al conocimiento.
Molesta que estos temas no se traten con el respeto y la seriedad que requieren. Es un asunto que a todo hombre le debe afectar seriamente. Es así porque a través de un contacto de este tipo, la mentalidad del hombre podría cambiar radicalmente. Se hundirían muchos tabúes y se destrozarían creencias sin fundamento. Se podría encender una luz capaz de deslumbrarnos. ¿Cuantos sueños se desbaratarían y cuantas ideas nos podrían quitar el sueño? ¿Podríamos algunos soportar estos cambios con capacidad y entereza suficientes?
Las autoridades dogmáticas se hundirían. También sería posible caer en otros errores, cualquiera sabe. De cualquier manera, el conocimiento de otros mundos, y por lo tanto de otros seres distintos, significaría para la humanidad un salto gigantesco difícil de describir hoy. No podemos hacer suposiciones, cualquier cosa que adelantemos está sujeta a un posible fracaso. Incluso con una base científica rigurosa, son tantas las posibilidades que es difícil adelantar nada.
El pensamiento y nuestro mundo de las ideas no pueden imaginar el camino que habrán podido tomar otras mentes en las que hayan influido otros orígenes, distintos tiempos de evolución y otros obstáculos similares a los que hemos tenido que vencer nosotros. Teniendo en cuenta lo reacios que somos al cambio, sobre todo en las ideas que atañen a nuestro origen y destino, y que son muchos los prejuicios que nos atan a pesar de las muchas evidencias contra ellos, el choque con nuevas formas del pensamiento sería terrible para una inmensa mayoría. A pesar de ello sería deseable que ocurriera, siempre que "la verdad" que ellos nos trajeran, fuera "más verdad" que la nuestra.
Todo lo que podemos decir es pura fantasía. Pero ojalá llegara el día en que pudiéramos dar un salto tan grande como el que significa el decir que no somos los únicos en el universo. ¡Que sensación de soledad experimentamos a pesar de la inmensa demostración que nos hace el cielo todas las noches! Es como una especie de desafío que ha estado siempre empujando al hombre a buscar otras formas de vida. Ha estado y continuará estándolo hasta que ocurra ese gran acontecimiento, porque "algunos de nosotros estamos seguros" de que ocurrirá. Lo triste es la difícil posibilidad de ser testigos.
Como los dioses del Olimpo no nos quieren responder tal como lo hacían con los griegos, nos lanzamos en busca de seres que, aunque no sean dioses, nos obsequien con su presencia y sabiduría. Igualmente tampoco parece que hayan creencias "tan firmes" como en otros tiempos en que otros dioses también hablaban con los hombres. ¡Que ansia de búsqueda tiene el hombre en todos los sentidos!
O quizás estaría mejor expresado decir, ¡qué necesidad!
Las ideas de los que no somos científicos, solo están basadas en sentimientos, pero también los científicos se dejan llevar por ciertas ideas que les asaltan siempre que llegan a las fronteras de sus conocimientos, por muy grandes que sean estos. Quiero copiar aquí las palabras de Freeman Dyson de su libro El infinito en todas direcciones:
"He encontrado un universo que crece sin límites en riqueza y complejidad, un universo vivo que sobrevive para siempre y que se da a conocer a sus vecinos a través de inimaginables abismos de espacio y tiempo. Sean o no exactos mis cálculos, hay buenas razones científicas para tomar en serio la posibilidad de que la vida y la inteligencia puedan lograr moldear nuestro universo para sus propios propósitos. Con respecto al futuro, la ciencia del siglo XX proporciona un fundamento sólido para una filosofía de la esperanza. Un alma racional, que sepa lo que sabemos ahora del universo, no tiene razones para descartar por fantasiosas las visiones optimistas de Bernal o de Thomas Wright.
Me aventuraré un poco más que Thomas Wright en dirección de la especulación teológica. Para mí, el hecho más asombroso del universo, incluso más asombroso que el vuelo de una mariposa, es el poder de la mente que dirige mis dedos mientras escribo estas palabras. De alguna forma, por medio de procesos naturales que son aún totalmente misteriosos, un millón de cerebros de mariposas que trabajan juntos en un cráneo humano tienen el poder de soñar, calcular, ver y oír, hablar y escuchar, traducir pensamientos y sentimientos en signos en el papel que luego podrán ser interpretados por otros cerebros. A través del largo curso de la evolución biológica, la mente se ha establecido como fuerza motriz en nuestro pequeño rincón del universo. Aquí, en este pequeño planeta, la mente se ha infiltrado en la materia y ha tomado el control.
A mí me parece que la tendencia de la mente a infiltrarse y controlar las cosas es una ley de la naturaleza. Las mentes individuales mueren y los planetas individuales pueden ser destruidos. Pero, como dijo Thomas Wright, "es posible que la destrucción de un mundo como el nuestro, o incluso la disolución total de un sistema de mundos, no signifique para el Gran Autor de la Naturaleza más de lo que es para nosotros el accidente más común". Ninguna catástrofe o ninguna barrera que yo pueda imaginar podrán detener en forma permanente la infiltración de la mente en el universo. Si nuestra especie no elige liderar el camino, lo harán otras, y quizá ya lo hayan hecho. Si nuestra especie se extingue, otras serán más sabias o afortunadas. La mente es paciente. La mente ha esperado más de 3,000 millones de años en este planeta antes de componer el primer cuarteto de cuerdas. Quizá deba esperar otros 3,000 millones antes de extenderse por toda la Galaxia. Supongo que no tendrá que esperar tanto tiempo. Pero si es necesario, esperará. El universo es como un suelo fértil que se extiende a nuestro alrededor, listo para recibir las semillas de mentes que vayan a germinar y crecer. Finalmente, tarde o temprano, la mente obtendrá su herencia.
¿Qué elegirá la mente cuando se ponga al corriente y controle el universo? Esta es una pregunta que no esperamos poder responder. La mente ha expandido su alcance físico y su organización biológica por varias potencias de diez más allá de la escala humana. No podemos esperar entender sus pensamientos, de la misma manera que una mariposa no nos puede entender a nosotros. La mente puede contestar a nuestras preguntas solo como Dios sacó a Job de sus dudas: "¿Quién es éste que oscureció el plan con palabras sin conocimientos?" Al contemplar el futuro de la mente en el universo, hemos agotado los recursos de nuestra diminuta ciencia humana. Este es el punto donde termina la ciencia y comienza la teología".
Estas eran las palabras de Freeman Dyson.
Como puede verse, cuando un científico llega a este terreno, también tiene que reconocer sus limitaciones, aunque él haya llegado más lejos que nosotros. Tenemos la confianza, por no decir la certeza, de que tiene que existir algo más que esta forma de vida surgida aquí en nuestro planeta, pero nuestros límites son muy pequeños todavía. El futuro podrá decir cosas que aún no hemos soñado, la fantasía camina siempre delante de la ciencia.
Uno de los capítulos de este libro se titula: “¿Cómo terminará todo?”
Acerca de cómo comenzaron el universo y la vida y de cómo terminarán, hemos escuchado toda clase de ideas, tanto religiosas como científicas y también de ciencia ficción. Pero todo lo que podamos decir es insuficiente. Hoy creemos que nuestros conocimientos científicos son muy elevados, pero cuando sean analizados en el futuro, se nos juzgará como ignorantes; siempre existirá ese alejamiento entre las "verdades de cada época”. No nos parece que pueda existir un futuro próximo en el que se puedan hacer afirmaciones rotundas acerca de estas cuestiones.
No obstante en este libro y sobre todo en el capítulo mencionado, se exponen algunas ideas sobre un futuro ideal. En él la mente se liberará de la parte material. El autor comenta la posibilidad de que la mente se valiera de la materia en sus elementos fundamentales para que pudiera servir como vehículo para nuestro pensamiento, y cita las palabras de un gran científico (Desmond Bernal), que describió en una obra suya la transición de una vida material a una etérea. Decía:
"Uno puede imaginar unos individuos como si fueran, por decirlo de alguna manera, residentes de los núcleos de los átomos. Podrían ser un grupo relativamente pequeño de unidades mentales, de los que cada uno utiliza la mínima cantidad de energía y están conectados entre sí por medio de un complejo de intercomunicaciones etéreas. Por medio de órganos sensoriales inertes, se distribuirían por áreas y períodos de tiempo inmensos que, como el campo de sus operaciones activas, estarían situados en general a una gran distancia de ellos mismos. Como el escenario de la vida sería mas bien la fría vacuidad del espacio, que la atmósfera densa y caliente de los planetas, la ventaja de no contener nada de materia orgánica les otorgaría independencia de estas dos condiciones".
Son fantasías de científicos, pero son uno de los caminos con los que podríamos soñar para hacernos independientes de nuestra parte efímera y satisfacer nuestros deseos de eternidad. Esa sensación, o ese deseo de que nuestro pensamiento no pueda desaparecer, se verían cumplidos en la idea de Bernal. Siempre que encontramos algo que nos consuela de nuestra desesperanza nos parece una idea correcta, aunque para poderla aceptar tengamos que olvidarnos de algunas incorrecciones. Los científicos hacen afirmaciones cada vez que llegan a asegurar algunas de sus hipótesis. Estas afirmaciones desmontan en la mayoría de los casos de creencias anteriores. Esto es así porque casi todas las creencias están basadas en fantasías que la ciencia se encarga en demostrar que no pueden continuar admitiéndose. Una vez cortada la cabeza del "dragón de la fantasía" tenemos que buscar nuevos refugios. No obstante, las afirmaciones de los científicos tienen que apoyarse en los conocimientos de su época, y éstos también evolucionan, es decir, no pueden eliminar todas las fantasías. Si se afirma, por ejemplo, que la vida que conocemos no nació en nuestro planeta, habrá quien encuentre razones para negarlo. Estas razones pueden ser quizás de tipo emocional, pero ello no impide que ciertas afirmaciones encuentren el rechazo por esta causa.
En el libro La vida misma, su origen y naturaleza, de Frances Crick, el autor expone una hipótesis sobre la posibilidad de que la vida hubiera sido enviada desde otros mundos al nuestro en forma bacteriana. Una de las razones que aporta es que dado que es imposible para nosotros, con los conocimientos actuales, el que organismos superiores pudieran realizar viajes interestelares, las únicas formas de vida que sí podrían hacerlo serían las bacterias. En su opinión éstas podrían "infectar" algunos espacios adecuados de otros planetas y originar allí la vida después de una evolución como la ocurrida en la Tierra. O sea que si la vida nos llegó desde el exterior, nosotros también podemos enviarla a otros lugares de la misma forma.
Independientemente de la posibilidad de hacerlo, se nos ocurre pensar: ¿que interés podemos tener en que se desarrolle una vida similar a la nuestra en otros mundos? La razón más poderosa que nos podría mover a tratar de colonizar otros planetas sería la de que el nuestro se hiciera inhabitable, o que el Sol se agotara. Otra razón podría ser la de conocer otros planetas habitados que nos pudieran aportar mayores conocimientos. Esto último sería fundamental. Pero siempre desde nuestra situación actual o sea desde la etapa de la evolución en que nos encontramos. Pero condenar a otros seres a recorrer el mismo camino desde el principio, sin saber si todo se repetiría igual o con fracasos inimaginables, no parece ser una cosa deseable. Hemos progresado bastante, esto no se puede negar a pesar de los muchos fracasos y de algunas situaciones indeseables. Por lo tanto si pudiéramos habitar otros planetas partiendo de la fase actual parece lógico, pero no es así si condenáramos a otros a la lucha desde los primeros pasos del hombre primitivo hasta hoy. ¿Qué ventaja o qué satisfacción podría significar crear nuevas vidas partiendo de cero? Parece que esto sólo puede ser mantenido partiendo únicamente de la idea de que no se extinguiera la vida que conocemos.
En nuestra sociedad actual no podemos negar que la vida, para muchos, es una continua batalla para subsistir, y para otros un montón de dudas y de inseguridades. ¿Es lógico ante esto que queramos pasarla a otros solo para que continúe lo mismo? La vida es algo fantástico, no hay duda. El simple hecho de conocerla es maravilloso, aunque sea al precio de tener que dejarla. Quizás sería más sensato que los que no han llegado a conocerla no tuvieran que pasar por el mismo camino; la nada no supone ningún sufrimiento.
Comprendo que, para el autor, sólo es una hipótesis. Pero para los que nos da por recorrer otros caminos, se nos ocurre pensar que quizás no merezca la pena extender nuestra especie por la Galaxia. Si es que no nació la vida en este planeta, y nos llegó del exterior, entonces es casi seguro que tiene que existir en otros lugares, ya que posibilidades tiene que haber muchas entre los cientos de miles de millones de estrellas que hay en cada galaxia, y dentro de sus posibles sistemas planetarios. En este caso no parece que merezca la pena que nos dediquemos a "crear" nuevas vidas. Esperemos que continúe su camino cada uno y busquemos la posibilidad de comunicarnos con otros que, habiendo llegado a una situación similar a la nuestra, sientan la inquietud de saber que no estamos solos.
Dice Ortega y Gasset en El espectador que, según Hegel, la última realidad del Universo es la de evolución y progreso.
Creo que todos somos conscientes de que nuestra evolución nos conduce a un avance en el conocimiento. Nunca nos sentimos satisfechos totalmente, y puede pensarse que esta sensación siempre será igual, nos encontremos en el nivel que sea. Pero sí se podría pensar por otra parte que el universo no avanzará siempre en el mismo sentido. El universo marcha en el cumplimiento de sus leyes y éstas, según nos dicen, pueden conducirlo a una fase final de entropía máxima si continúa expandiéndose o a una contracción que terminaría en una nueva gran explosión, que acabaría con todas las vidas posibles existentes. ¿Para qué serviría iniciar ninguna vida más? Ya sabemos que nuestras vidas no significan nada en la escala del tiempo del universo; pero de todas formas está justificado el buscar la continuación y el avance a partir de lo que tenemos, pero nunca el comenzar de nuevo, nunca retroceder. El límite de todas las especies vivientes es el límite del universo, es decir, ninguna vida progresará continuamente sin límites. Nuestra evolución, desde las primeras células hasta hoy, supuso varios miles de millones de años. Ese sería el retraso al que condenaríamos a las bacterias que enviáramos al espacio. Si a nuestro Sol, o a otro similar, le resta de tiempo de vida algunos miles de millones de años también, ¿a qué "invitar" a otros a presenciar su final? Por muy avanzado que sea el nivel de conocimientos que alcancen los "superhombres" del futuro, no parece que pudieran hacer nada en una fase final del universo. Siempre nos queda la duda de si existirá un final catastrófico de este tipo.
Nos podemos hacer muchas preguntas acerca de las magnitudes del universo, también acerca de la fantástica cantidad de estrellas que pueden componer todo el conjunto de galaxias conocidas (por no hablar de las que pueden existir fuera de los límites de nuestros conocimientos). Todas quedan empequeñecidas ante la pregunta de si existen otras vidas con las que nos pudiéramos comunicar.
¿Llegará algún día en que el hombre pueda salir de esta duda?
No se puede negar que cada cual tendrá una respuesta para esta pregunta. La imaginación no tiene límites.
* * *
Los que piensan están obligados a saber por qué piensan. Y sobre todo a hacerlo por cuenta propia. Como si estuvieran solos en el universo. Nadie nos puede contestar, porque nadie conoce cuál es la respuesta a nuestras dudas, porque son las mismas de ellos. Cuando dejemos de pensar, ¿quién se quedará con nuestro pensamiento? ¿Puede desaparecer el pensamiento? ¿Pero qué es el pensamiento? ¿Quién lo inició?
MEDITAR
Las horas de soledad significan horas de meditación. Si no hay intercambios con nadie nos enfrentamos a nosotros. ¿Pero a qué nos lleva el meditar? En nuestros primeros pasos por el mundo del pensamiento siempre somos guiados por los que nos precedieron. Esto es ineludible, todo lo aprendemos de ellos. Después comenzamos nuestra andadura guiados por los libros con los que nos tropezamos; todo depende de las circunstancias de cada uno. A continuación iniciamos los razonamientos por libre, si es que se puede denominar así al titubear cuando no nos convencen demasiado las opiniones que habíamos recibido, ¡qué inseguridad!
Es como cuando estábamos aprendiendo a montar en bicicleta; mientras sentíamos la mano que nos aseguraba, éramos capaces de seguir, pero al notar que nos faltaba el apoyo, aparecía la angustia, ya nadie nos protegía, estábamos abandonados a nuestras fuerzas. Y las fuerzas del pensamiento son más débiles aún que las del cuerpo. ¿Nos hemos sentido seguros alguna vez? Únicamente cuando nos llevaban de la mano, tanto física como espiritualmente.
Los que se sienten seguros hasta el final son aquellos que continúan de la mano de alguien durante toda su vida. Es la protección de la fe que algunos mantienen. Los que no tenemos eso vivimos algunos momentos de desaliento total. No es una actitud voluntaria, nos llega, y además apreciamos que no es solo nuestra, está reflejada en muchos libros.
Los que ven esta actitud desde su refugio de la fe no lo comprenden, pero nosotros tampoco podemos comprender cómo se entra en ese mundo en el que hay que cerrar los ojos del pensamiento. En nuestra situación nos sentimos solos en todo el universo, porque esa es la sensación que se experimenta individualmente. No sabemos qué camino tomar. En la madrugada, si nos desvelamos, esa sensación nos aplasta. Es algo similar a la idea de que somos los únicos seres existentes. Queremos dirigir nuestras quejas a alguien y ellas se convierten en unos gritos que solo escuchamos nosotros, es un eco que nos repite las mismas preguntas. Llegados a este punto cada cual da salida a su angustia expresándola como puede. Unos nos volcamos sobre un papel en blanco hasta que "creemos" que lo hemos dicho todo, otros se refugian en la música, ese regalo que los dioses le hicieron a algunos para que expresaran sus sentimientos, o sus temores, de una forma universal; porque la música no conoce fronteras de idiomas ni de tiempos, pero sabe decir algo que todos entendemos. Nadie puede censurar a nadie su forma de llenar esas horas en las que nos sentimos abandonados hasta de nosotros mismos, porque llegamos al extremo de renunciar a darnos más explicaciones. O a buscarlas.
El que no haya sentido esta angustia no comprenderá estas palabras, y el que la haya sentido no precisa de más palabras tampoco. ¿Entonces por qué lo hacemos? Simplemente porque necesitamos desahogarnos. No sabemos qué hacer con nuestra vida. Todo lo que tiene un destino puede ser resuelto llevándolo a él, pero cuando no sabemos qué fin tiene no podemos hacer nada, y eso es lo que le ocurre al hombre, que no sabe qué hacer con su vida. Quiere darle un noble fin, quiere darle lo más grande, quiere hacerla eterna y feliz; pero no sabe si esto es posible y menos aún cómo se puede hacer eso.
Nunca entendí la vida de los místicos, tampoco la de los que se refugian en un convento; pero para ellos ése fue su refugio ante la incapacidad de entender nada, o quizás de creer que lo entendían. Pero al que no ha encontrado satisfacción en ningún credo religioso tampoco le es posible llegar a ese reducto. La repetición de rezos y letanías y la monotonía de las ceremonias religiosas no son precisamente una forma de meditar; más bien es la forma de anular la mente. Las meditaciones vienen desde dentro, no desde fuera. La fe ciega es un engaño a la mente, la sumisión a la fe no es el camino del que se inquieta por buscar "eso que llamamos la verdad". Queremos la verdad digna del autor de esa obra tan maravillosa como es el universo entero con todos sus secretos y la imposibilidad de comprenderlo. Una verdad digna que esté a la altura de lo eterno y de lo infinito. Una verdad que no se sienta ridícula porque se asemeje a nuestras limitaciones, que no nos dé la sensación del engaño de los hombres. Porque el hombre siempre quiere engañar al hombre. Parece que así se siente más seguro, más poderoso.
"Hambre de Dios" le llamaba Unamuno a esa angustia; nosotros podemos decir que es una necesidad permanente del hombre, algo que no se puede satisfacer nunca.
Hoy día paseo mi soledad por los caminos, le enseño a eso que yo creo que es mi alma, los últimos rincones de mis pensamientos para que vea que están vacíos. Le abro todo el interior para confesarle que no hay nada, que no encuentro certezas. Aunque lo desee firmemente no puedo darle otra cosa. ¿A qué puedo recurrir? Los que razonan y hablan sin prejuicios ni presiones exteriores no saben nada más que dudar. Los que llevaron toda una vida de estudios y se liberaron de falsas ideas, dicen que no hallaron nada, que nunca oyeron ninguna voz del más allá, y que buscaron inútilmente.
¿Qué nos queda?
Los prejuicios a los que nos ataron, se borraron, queremos salir de esa hondonada, pero no tenemos medios. No se trata de la voluntad, ¡qué más quisiéramos! Quizás pongamos más voluntad los que nos encontramos en esa situación que los que descansan sin ninguna inquietud en una fe cómoda que les prestaron cuando eran pequeños y a la que no le pidieron nunca una explicación. Cerraron los ojos a todo razonamiento, lo aceptaron todo.
Si el hombre es un ser racional tiene que usar esa razón, aunque le duela.
* * *
Es la misma para todos. Casi todos la esquivan o la desconocen. Es cerrar los ojos a la mente. ¿Cobardía? Cada cual tendrá su opinión.
NUESTRA REALIDAD
La experiencia de muchos años de buscar nos lleva a la conclusión de que nuestra vida se reduce a lo que tengamos en este mundo. Cuando todo acabe no tendremos noción de que así ha sido. La nada acaba con todo. Es la misma noción que sentíamos antes de nacer o durante el sueño. Todos podemos comprobar que durante esas horas en que no somos nada para nuestros sentidos, la vida no existe. No existe para nosotros. Todo deja de existir.
El sueño es un ensayo de la muerte.
No somos el centro de nada.
Nada se altera en el universo con nuestra presencia ni con nuestra ausencia.
¿Qué significado tiene entonces la vida?
¿Hemos triunfado contra algo?
Cada uno podemos repetir la misma letanía:
Mi tiempo es el principio y el fin del Tiempo.
Mi vida es el principio y el fin de la Vida.
Cuando yo acabe no existirá el Universo.
Antes de nacer tampoco existía.
Los que vengan a la vida repetirán el mismo ciclo;
tendrán un tiempo, un Dios, una Eternidad.
Todos tendrán una nueva esperanza, el regalo de una vida.
¿Me oirá Dios? Se preguntarán algunos. Dios no oye. Solo Es.
El silencio absoluto es la respuesta final.
Quisiera decir algo más, pero no sé. No quiero mentirme a mí mismo.
No sabemos responder a nada.
La soledad nos lleva a la meditación forzosa.
Los solitarios son el pensamiento suelto, libre.
¿Qué es lo que hay dentro de la mente que me dicta todo esto?
Yo no soy el pensamiento, el pensamiento llega a mí. ¿Quién lo envía?
Yo espero y recibo eso que forma parte de todos; el pensamiento común.
La vida es la que manda, ¿pero quién es ella?
Comienza una vida, toda una serie de esperanzas, de ilusiones, de planes.
Se marcha y no se cumplió la más importante de todas;
la de saber por qué y para qué.
Su final es la nada, el silencio.
La nada es lo más terrible.
Todo ese poco es una vida.
Pero es grandiosa al mismo tiempo.
Durante ella hemos sentido al pensamiento y él nos mostró todo el universo.
¿Podemos pedir más?