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Feminismo, natalidad y proletarización en Gayatri C. Spivak[1].

Simón Royo Hernández

 

El que los seres humanos no solamente somos seres mortales sino nato-mortales debería ser ya algo muy claro en mundo del pensamiento contemporáneo. Sin embargo, no es así. En nuestra civilización nihilista y tanática no hay una equiparación entre los conceptos de lo natal y de lo mortal. El ser-para-la-muerte se lleva toda la atención y el ser-para-la-vida, ninguna. La presente breve exposición y comentario se deben a que hemos creído detectar implícito en el discurso postcolonial de Gayatri C. Spivak una determinada latencia de lo natal tornándose manifiesta. Se trata de un detalle en su compleja obra pero de un detalle cuya visibilidad nos parece importante resaltar.

  

I. La subalterna en el marxismo deconstructivo de Spivak.

 Desde una posición feminista y marxista-derridiana, una de las máximas representantes del pensamiento poscolonial, Gayatri Chakravorty Spivak, ha criticado la conversión de los úteros en fuerza de trabajo reproductiva por una nueva socialización capitalista del cuerpo: “la mujer subalterna es ahora en una larga extensión el soporte de la producción[2]”, lo cual tiene que ser contestado por “la resistencia económica de las mujeres subalternas de hoy: con lo local confrontando lo global y el conocimiento diversificado confrontando la monocultura” (CPR, p.104). Ésta autora se ha centrado en la mujer subalterna, en un feminismo atento a la división internacional del trabajo que hoy carga sobre las mujeres un grueso de la producción y de la explotación. De lo subalterno nos dirá que no es un sinónimo de proletario aunque nosotros pensamos que en cierto modo sí, ya que etimológicamente el último término designa, como ya se hizo desde Roma -y retomó Marx- a aquellos que como única posesión lo único que tienen es prole.

 Todo su afán es mostrar que “la mujer nativa subalterna es excluida” (CRP, p.117) y que es la más excluida entre los excluidos, pues la mayor damnificada del sistema es esa mujer del tercer mundo hipervíctima del imperialismo; por poner un ejemplo, digamos, la prostituta de Bangladesh. A hacer notar eso como grieta, huella, falla, quiebra, presencia de una ausencia en los estudios postcoloniales y en Occidente, en cuanto silencio que se silencia, es a lo que se ha dedicado Spivak.

 Su labor es encomiable aunque quizá de poca ayuda hacia las subalternas, dado que una labor tan minimalista y en un lenguaje tan arcano como el suyo es difícil que tenga grandes repercusiones, pero la política de nuestro tiempo parece que se ha visto reducida a una lucha cultural por la hegemonía de las palabras, un constructivismo meramente verbal que algunos consideran como de efectos mayores de los que se pensaba antes e incluso con capacidades de subvertir sistemas materiales injustos. Con todo y sea cual sea la consideración que se le otorgue a la lucha cultural por la palabra, había que decirlo, pues la valoración oscila desde quien piensa que no hay poema que deje intacto al mundo hasta quien considera que hablar no sirve para nada. Lo dicho bien dicho está si se dice bien, pensamos nosotros. Y es que existe también un problema con la forma de decir lo que tiene que ser dicho o de desvelar lo que ha sido silenciado.

 El oscurantismo terminológico de la propia Spivak es netamente burgués, escrito en inglés, en diálogo con lo más abstruso del pensamiento contemporáneo y jamás podrá ser leído por una subalterna. Su hermetismo puede enclaustrar su discurso en un núcleo reducido de eruditos anglosajones y especialistas europeos, pero quizá no, y traspase muros y fronteras. Spivak escribe en inglés, en la lengua del Imperio británico, desde el Imperio estadounidense, ella es consciente de que su posición es paradójica y llega a incluirse por momentos en las críticas que hace al colonialismo, pero también se distancia de ello. De ahí la irónica y graciosa crítica a Foucault y Deleuze cuando nos remite a ver los límites de su generosa “invitación a hacerse mujer[3]”, una injusta pero necesaria reconvención a los afamados filósofos franceses por parte de una intelectual, mujer e India, a la que no han de pretender, ciertamente, enseñarle devenir mujer ni invitarla a entrar en semejante club del que repartieron tarjetas de socio.

 Su crítica es en parte injusta porque los franceses que critica como etnocéntricos europeístas ya habían rechazado ser portavoces de los sin voz, declarando en textos como el de Foucault sobre ¿Qué es un autor?, que ya no importa quién habla. También que el informante escondía los televisores y se ponía el taparrabos cuando llegaba el antropólogo era ya algo sabido. Spivak señala cómo los discursos sobre la subalterna, y pone el caso de la inmolación de la viuda en la India, son falsos y mentirosos, tanto los que llegan de fuera como los que se gestan en el interior, pues ninguno es la voz de la subalterna. La mujer subalterna se encuentra en medio de dos discursos, el de la modernidad representada por los ingleses y el de la tradición representada por las castas altas de la India sin oportunidad de perfilar su propio discurso. El trabajo genealógico y arqueológico de despejar la falsedad de esas construcciones discursivas deja lugar a la deconstrucción y abre al menos un espacio para que la mujer subalterna sea vislumbrada en su silencio, remarcándose la presencia de su ausencia. Hay una fuerte aporía gorgiana respecto a las subalternas: primero no se las puede conocer, en segundo lugar en caso de que se las pudiera conocer no nos podríamos comunicar con ellas y en tercer lugar en caso de que pudiesen ser conocidas y se pudiese uno comunicar con ellas, no las podríamos entender, y viceversa, pues la aporía funciona bidireccionalmente y pasaría lo mismo desde su punto de vista, no nos pueden conocer, no se pueden comunicar con nosotros y en caso de que pudieran ambas cosas, no nos entenderían. Pero la relación es disimétrica, el subalterno cuando quiere hablar ya pierde porque no pone las condiciones del habla y, pese a todo, habla, pues tiene su propia lengua, pero no obtiene reconocimiento, sino que acaba siendo mediatizado y, por tanto, traicionado. Como ejemplo pudiera ponerse cualquier movimiento popular espontáneo y autoconstituido, cuya dinámica suele ser la de perder el impulso en cuanto llegan a ser representados. Con ello también Spivak toca el problema de la representación, señalando que no es lo mismo ocupar un lugar que ser representado; una vez rechazado el representacionalismo solamente queda despejar el camino para que ocupen un lugar.  

Según esta autora todos los intelectuales que han querido ser la voz de los sin voz y hablar por el subalterno han cometido con ello un delito de eurocentrismo racista y colonizador, incluso aunque sus discursos hayan sido los más favorables a la emancipación. En ello sigue el dictado de Marx según el cual la emancipación y desalienación de la clase obrera tiene que ser obra de la propia clase obrera y no depender de los burgueses filántropos, salvo que aquí no se habla de clase proletaria sino de lumpenproletariado. Su propia situación como intelectual queda comprometida y el hermetismo de su lenguaje intelectual no ayuda en absoluto. No obstante, el resultado final de su propuesta, pensamos, es que lo que hay que hacer con las mujeres subalternas nativas es dejarlas en paz para que puedan organizar a su modo sus estrategias de solidaridad y resistencia, enfrentarse si acaso a lo que las oprime, esto es, a nosotros mismos y a Occidente, espaciando un lugar para su acción autopoiética y no olvidando su existencia en los discursos generalistas que las olviden.

 

II. El futuro de la prole-explotación y la utero-plusvalía.

 Como corolario y focalizando el tema de la proletarización de los úteros señalado por Spivak, una pequeña digresión. La disminución de la natalidad en Occidente y su pujanza en el Tercer Mundo han sido siempre malinterpretadas como signo de cuidado en el primer lugar y descuido en el segundo. Gran ceguera y gran error. Al contrario, bien pudiera decirse que muy otras son las causas del fenómeno. El discurso estándar al respecto, con un poco de ironía bien pudiera rezar así: todos los seres humanos nacen por un procedimiento natural que está al alcance de todos. No hay que saber muchas matemáticas para producir seres humanos. Es algo que obedece al instinto de supervivencia de las especies, pero, en el caso humano, tiene muchas más connotaciones, acaso psíquicas y culturales más que naturales. Los hombres nacen, crecen, maduran, entonces se encuentran con que no saben qué hacer ni para qué vivir, y para romper ese vacío insoportable, engendran otros seres humanos de los que ocuparse, bien o mal, mejor o peor. Hasta que los primeros mueren y los segundos se encuentran en las mismas condiciones, y se lanzan, entonces, igualmente, al paliativo de la procreación como forma de vida, y así sucesivamente, de manera que el reemplazo generacional queda garantizado. Conforme los humanos van sabiendo qué hacer con sus vidas, el instinto de parir disminuye, la natalidad baja, tienen otras cosas que hacer. O dicho de otro modo, si el narcisismo es muy intenso no se procrea, ni se acoge, ni se cuida, ni se atiende; si el narcisismo disminuye cabe entonces alguien más. Luego el día en que se cumpla el sueño de la autonomía, en que todos los hombres sean dueños de su existencia y vivan para sí mismos en lugar de para otros, ese día, se acabará el hombre.

 Se podría contar una fábula como la antecedente y sin embargo no se daría del todo con las claves de la producción de seres humanos en el mundo. En los países del Tercer Mundo hay una alta natalidad, en los del Primero es baja. Y esto no es porque los tercermundistas no sepan para qué ni cómo vivir y los primermundistas sí. Esto se debe a que incluso bajo condiciones precarias de existencia, en el Tercer Mundo se tienen más ganas de vivir y producir vida, se ama más la vida, se es menos narcisista, mientras que en la confortable y segura vida occidental, el vitalismo disminuye, el egoísmo aumenta, el yo se enquista en sí mismo. Por tanto, la disminución de la natalidad occidental no surge de la emancipación humana, sino, desgraciadamente, de su sujeción esclava del trabajo y de las imposiciones del Capital. Muchos hijos no salen rentables al burgués en una sociedad en la que la rentabilidad es el único criterio de actuación.

 El sistema lo quiere solucionar con una importación de mano de obra esclava y barata pero, al mismo tiempo, quiere que esa importación sea controlada, de acuerdo con las necesidades del mercado. Puesto que la producción de niños en el mundo está maltusianamente garantizada y la soportan las mujeres subalternas del Tercer Mundo, el mundo rico se apropiará, expropiando esa riqueza, de todos esos productos, como si fuesen cosas, objetos, manufacturas baratas que traer según las necesidades de consumo. De ahí que haya niños parias y que a los gamines en Colombia se les llame desechables ya que lo que no se consume y se gasta, en nuestro mundo, se tira.

 El asunto de la producción de hijos en el mundo es algo ambigua. En Occidente se niega a los ciudadanos la plena libertad de adopción, lo que equivale a hacer de un subalterno un ciudadano con todos sus derechos, la adopción debe ser controlada, al igual que la inmigración. Se fomenta el naturalismo y la familia clásica patriarcal, los hijos deben ser biológicos. Políticamente se frena la reproducción asistida y se evitan las nuevas formas de familia, la natalidad subrogada es altamente criticada, no hay apoyo institucional a las vinculaciones y cuidados diversos y variados sino a los tradicionales, falta apertura intelectual, social y moral, y hay un alto temor a las nuevas tecnologías y a las incertidumbres del futuro. La plena libertad para que cada cual haga lo que quiera y se deje a los seres humanos que se desenvuelvan en paz y como lo deseen choca con la necesidad de igualar mediante leyes las desiguales condiciones sociales. La opción de dejar ser a los demás tal y como ellos mismos quieran ser choca con múltiples barreras ideológicas.

 El resultado es que mientras nuestro vástago se deprime en nuestro mundo nihilista orientado hacia la muerte y la mortalidad, millones de niños enérgicos y con ganas de vivir que habitan en espacios precarios en los cuales no disminuye la natalidad, se preparan, o para ser consumidos por un trabajo esclavo, o para el abandono, el sacrificio y el deshecho. Las subalternas de Spivak como las parias de Arendt no obtienen visibilidad ni propia voz y antes que hablar por ellas o que ellas hablen reproduciendo sus condiciones de explotación internalizadas quizá sea cierto que conviene buscar las grietas entre la tradición y la modernidad para, desde ese lugar intermedio, contrarrestar a dos discursos tan enfrentados como equivocados.

 Ciertamente hay una proletarización de la natalidad y hay que pensar en una uteroplusvalía sobre la mujer subalterna producida por la división internacional del trabajo y la sociedad capitalista. Mérito de Spivak ha sido el señalarlo. Nos atreveríamos a decir que lo que hemos llamado  uteroplusvalía rige también sobre la mujer no-subalterna, víctima de otra episteme, un fenómeno poco visible ya que se la considera y se autoconsidera autónoma y emancipada. El feminismo de los derechos no parece que se complemente bien con el feminismo de las deconstrucciones del género. Spivak, diagnostica, señala y muestra, bastante bien, algunas cosas, pero finalmente aboga por un no-intervencionismo, so pena de caer en colonialismo e imperialismo si se interviene. A su juicio se es colonialista aunque sea interviniendo con buena voluntad y posturas emancipatorias e izquierdista-liberatorias. Su intervención es derridiana en el orden del discurso. Su fuerza puede ser considerada débil, como fruto de una reducción y arrinconamiento a espacio lingüístico que derivaría de no tener ya ningún poder en los medios socio-económicos ni políticos, de los que se estaría excluido, o bien, por el contrario, como una nueva potencialidad ilimitada en el mundo donde la guerra de las ideologías se ha convertido en más potente que las infraestructuras. En la batalla por la hegemonía discursiva Spivak deconstruye los códigos. ¿Qué significa eso? Deconstrucción significa destruir despiezando un mecanismo y con las mismas piezas -pues no hay otras- construir otro mecanismo diferente, algo así como desmontar una radio y con sus piezas construir un instrumento musical. En Spivak se aprecia muy bien el desmontaje, se ven la radio y las piezas que la componen, las despieza bien y las analiza mejor, pero le falta, como le suele ocurrir a la deconstrucción, pasar luego a construir un instrumento musical que nos proporcione la nueva música que estamos esperando.

 Entonces, el corolario es que por un lado las mujeres subalternas del Tercer Mundo se auto-organicen y decidan en sus espacios intermedios. Habrá que tratar de favorecer tanto que se emancipen de su discurso tradicional internalizado -por ejemplo, de la norma de la viuda hindú de inmolarse en la pira funeraria del marido muerto- como de un discurso colonial engañoso y ajeno, para que así puedan lograr pasar al través de ellos y, sobre las grietas de lo totalitario, con las piezas de su desmontaje, construir un discurso propio. Por su parte, el intelectual, tres cuartas partes de los mismo, no tiene entonces ya que ser la voz de los sin voz sino que tendrá que elaborar un discurso propio, intermedio entre la tradición y la modernidad, situándose en los espacios libres que se abren con las incógnitas, para acabar dándoles respuesta. Hay que repetir que el problema es que es muy fácil realizar la primera parte de la deconstrucción y muy difícil realizar la segunda parte. Veo las piezas de la radio pero no escucho ninguna nueva música.

  


 

[1] El presente escrito surge a partir de un interesante debate en el Seminario de Pensamiento Contemporáneo del Centro de Arte y Pensamiento CRUCE de Madrid, donde hablamos de Spivak y su pregunta: ¿puede hablar el subalterno?

[2]G.C. Spivak Critique of Postcolonial Reason. Harvard University Press. Cambridge, 1999, p.67. Citamos a continuación con las siglas CPR.

[3] Gayatri Chakravorty Spivak ¿Puede hablar el subalterno? En: Revista Colombiana de Antropología. Volumen 39, enero-diciembre de 2003, p.361.

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